La mala fe

No es mediocridad lo que impera en las oligarquías perversas como la que nos gobierna, sino la mala fe

Si no fuera porque Dios ha de poder conocer el alcance de sus decisiones, yo diría que al abordar la Creación, no tuvo en cuenta la mala fe de la gente. El Diccionario Panhispánico del Español Jurídico da una definición de “mala fe” tan clara que, osadías aparte, sería indeseable que me atreviera a dar la que a mí se me ocurre. Dice así: “Manera de conducta, consciente y sin error, de la persona, en la elaboración de los hechos o actos jurídicos, en la que disimula y omite su deber de informar de todas las circunstancias de los hechos, cosas, actos u objetos que son materia de los derechos y obligaciones que se contraen, con la finalidad de mantener en el error en que se encuentra otra persona para obtener generalmente beneficios inequitativos o prestación a la que no tiene derecho”.

No sólo Dios, sino también los sabios han obviado la mala fe, estructurando la sociedad sobre el axioma principal de la buena fe. Han supuesto que la gente actuaría en todo momento de buena fe y como no es así, la democracia aparece con frecuencia como un sistema pensado para proteger al delincuente y para que el mal prevalezca sobre el bien. No hace mucho fui convocado a una comparecencia en el Congreso de los Diputados junto a una colega, Araceli Mangas Martín, catedrática de Derecho Internacional Público de mi misma Universidad, la Complutense. Se trataba de hablar sobre el Brexit y sobre Gibraltar. Me quedé con algo que dijo respecto a la necia decisión adoptada por el Reino Unido: Es el riesgo que se corre con la práctica del populismo; se piden respuestas simples a problemas complejos.

El populismo y la mala fe que roe las paredes del corazón humano y alimenta sus miserias, nos están haciendo pasar un mal momento. Es esa mala fe la que remueve la memoria para actualizar parcialmente, sin contarlo todo, lo peor del pasado y es esa mala fe la que trivializa el recurso a las servidumbres de la naturaleza humana con objetivos egoístas. Acudimos a la mediocridad para explicar lo que el sentido común rechaza, pero no es mediocridad lo que impera en las oligarquías perversas como la que nos gobierna, sino la mala fe. Las masas amorfas, entre las que amplios sectores son víctimas del populismo, y las fracciones antisistema se constituyen en el mejor soporte para el cultivo de la mala fe y en el más eficaz de sus nutrientes. Tal es el dislate que hoy la casa del pueblo, el Congreso, ha de protegerse contra el pueblo.

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