Al sur del sur

Javier Chaparro

jchaparro@grupojoly.com

Más que fútbol

"Cabe exigir dos cosas: que las sedes sociales de los equipos sigan en la comarca y evitar el riesgo del pelotazo en caso de ascenso rápido"

No hay que ser un forofo, socio de carné con décadas de antigüedad ni llevar al cuello cada fin de semana la bufanda con los colores de un club para sentirse feliz por el ascenso de categoría del equipo de tu ciudad o pueblo, en la medida en que esa alegría es colectiva, contagiosa y rezuma lo que se dice buen rollo. El Algeciras CF y la Real Balompédica, a poco que los resultados deportivos acompañen, pueden lograr este año el ascenso a la nueva Liga Pro, sin descartar, incluso, una plaza en Segunda División. No le van tampoco mal las cosas al tercer equipo de la comarca, la barreña Unión, que con recursos más que limitados pelea por el ascenso a Segunda B. Los tres conjuntos afrontan momentos claves en el terreno de juego, pero también en el económico, a la espera de que puedan culminar los procesos para su conversión en sociedades anónimas deportivas.

Hace mucho tiempo que los clubes, en un contexto dominado por su profesionalización, la fiscalización rigurosa de sus cuentas y la llegada de las televisiones, dejaron o debieron dejar de ser meras asociaciones deportivas para transformarse en empresas gestionadas como tales. Pasaron los tiempos en los que se era capaz de sobrevivir en mitad de la selva a expensas de las ayudas de algunas grandes empresas o de las subvenciones de los ayuntamientos, principalmente porque esas empresas han pasado a ser dirigidas en su vertiente económica desde Madrid -a veces, con nula sensibilidad por el territorio- y porque los consistorios están sometidos en su mayoría a un control férreo por parte de Hacienda tras ser literalmente rescatados de la quiebra. Toca, pues, buscar nuevos y buenos aliados. La pandemia, además, ha supuesto para los clubes una pérdida considerable de ingresos por publicidad estática, patrocinios y venta de entradas.

En el caso de la Balona, la llegada de Raffaele Pandalone hace tres años supuso la salvación del club, al que no ha dejado de aportar dinero. Y la Unión respira de la mano de Soccer Place, empresa comandada por Pablo Nazábal. En ambos casos, las respectivas asambleas de socios aprobaron su conversión en sociedades anónimas deportivas y solo la Covid ha impedido, por el momento, ir más allá. Más atrasado está el proceso en el Algeciras CF, si bien su camino parece despejado tras el acuerdo alcanzado con el empresario burgalés Félix Sancho, presidente del San Pablo Burgos de baloncesto, al que ascendió a la ACB. Su ambición es hacer de los algeciristas un equipo de referencia para colocarlo a medio plazo en la élite de los modestos. O más. Villarreal, con 51.000 habitantes, y Eibar, con 27.000, han conseguido de sobra sus objetivos. En el Algeciras, si se han podido abonar las últimas nóminas ha sido gracias a la cartera de Sancho y a los malabarismos de Nicolás Andión como presidente.

La apuesta realizada por esos tres empresarios es hacer negocio, pero su éxito, caso de lograrlo, será en buena medida el de todos: su presencia es, a priori, garantía de continuidad de los clubes, de sus canteras, de la dinamización de los municipios y de la conservación de unas señas de identidad colectivas capaces de congregar cada fin de semana a miles de personas. No obstante, cabe exigir dos cosas: que las sedes sociales de los equipos sigan aquí y que las inyecciones en los capitales sociales de los clubes sean lo suficientemente amplias como para resistir la tentación del pelotazo en forma de una venta en caso de ascenso rápido. Si es así, bienvenidos sean.

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