Pocas cosas fructifican más que el odio. Suele empezar este con una pequeña semilla que crece sin medida si se riega con pobreza e injusticia y si se abona con fanatismo. Indefectiblemente el odio genera la violencia y de esta nace la venganza, que a su vez incrementa el odio. Observo horrorizada lo que ocurre en Israel y en los territorios ocupados y cunde en mí un profundo desánimo. Me espanta la crueldad de unos y otros, en esta interminable guerra en la que todos tienen penas muy graves que purgar y en la que la conmiseración por el sufrimiento humano parece haber desaparecido. Quizás es esto la humanidad y no lo que nos gustaría que fuera. Sin duda, somos todos responsables. Este no es solo un asunto de israelíes y palestinos, judíos y musulmanes, ocupantes y ocupados, sino una expresión clara y evidente de la incapacidad de los seres humanos de solucionar sus problemas mediante el diálogo y el entendimiento y no a través de las armas y el terror. Somos todos responsables porque vivimos afanados en mantener el crecimiento del PIB, controlar la inflación y vigilar la subida del petróleo brent, aspirando a la mayor de las felicidades, mientras a apenas 5.000 kms. las plantaciones del odio se expanden y otros seres humanos se abocan a su mutua destrucción.

Somos todos responsables, sí. Durante décadas la izquierda ha tratado con delicadeza al terrorismo palestino porque se dolía de la ocupación y veía en ella una especie de oportunidad para implantar un caduco marxismo en el próximo oriente. Durante décadas las derechas apoyaron a los gobiernos sionistas más radicales viendo en ellos la defensa a ultranza del capitalismo y de ese nacionalismo trasnochado que pone el territorio, la patria y las banderas por encima de las personas. Todos han mentido. Es cosa sabida que tener un enemigo común cohesiona a los pueblos y refuerza al que ejerce el poder. Si no lo hay, se inventa. Si lo hay, se le demoniza todo lo posible. Hamás fue apoyado por Israel cuando interesaba debilitar a Al Fatah: nada mejor que un enemigo dividido. La amenaza terrorista ha permitido mantener a determinados grupos extremistas en el poder, creando en Israel una dudosa democracia confesional. En Palestina, la triste causa original yace enterrada bajo una montaña de ambiciones políticas y de intereses económicos sustentados sobre el control de las armas y la provisión de abastecimientos. ¿Dónde ha quedado la compasión? ¿En qué momento quedó perdida la capacidad de distinguir al culpable del inocente, al soldado o al terrorista del niño y el anciano? A un lado y otro, el sistema se sostiene sobre el odio, sobre el desprecio a la vida humana y la provocación. Comprenderlo no es ser equidistante, sino poner la mayor distancia posible con la crueldad y la violencia. Por si fuera poco, en nuestros predios hay quienes, a río revuelto, buscan sacar de tanto dolor ajeno algún que otro rédito electoral. Es tristísimo. La humanidad ha vuelto a suspender. Y ya venía repitiendo curso.

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