Hoy, 20 de agosto, la Iglesia católica celebra la festividad de San Bernardo de Claraval, un monje francés del siglo XII perteneciente a la orden del Cister que por mor de un capricho del calendario hizo coincidir el aniversario de su muerte con la conquista de Gibraltar por la Corona de Castilla, siendo en razón a la coincidencia nombrado patrón de Algeciras y de sus alrededores.

Al contrario que la fervorosa devoción que despierta en el pueblo algecireño su patrona, la Virgen de La Palma, cuya imagen, al parecer, desataba una tempestad cada vez que el barco que la transportaba, se disponía a zarpar camino de su primitivo destino el puerto de Génova, como dando a entender que se quería quedar en la iglesia que lleva su nombre; el patronazgo de San Bernardo apenas es conocido por los algecireños al punto de que –según cuenta mi compañero de columna Alberto Pérez de Vargas– su imagen en la nave del Sagrario de la iglesia de La Palma, fue utilizada un tiempo en el Instituto de Algeciras como si fuera la de Santo Tomás de Aquino.

Parecido desapego es el que ha encontrado Bernardo en las autoridades municipales, que mientras que a la patrona la han nombrado alcaldesa perpetua, a él ni siquiera le han concedido una modesta concejalía. Quizás el carácter de nuestro santo patrono tenga poco que ver con la idiosincrasia de los especiales. Era hombre místico y austero, amigo de la mortificación del cuerpo, huía de los placeres mundanos y cuando, ocasionalmente, sintió la tentación de la carne no dudó en sumergirse en un lago helado –de donde lo sacaron medio muerto– para apagar el fuego del demonio.

Ingresó joven en el casi vacío (debido a la rigurosidad de la regla de San Benito que allí se seguía) monasterio de la orden del Cister en Borgoña y para “reactivarlo” convirtió en monjes a sus cuatro hermanos, su tío, unos cuantos amigos y hasta su propio padre. Pronto el abad, impresionado por sus habilidades para el reclutamiento, le encargaría la fundación de otro monasterio: Claraval. Hombre de una personalidad y carisma excepcionales fue el predicador de la Segunda Cruzada y el gran valedor de los caballeros templarios. Estableció los criterios que se emplearían en la construcción de todas las abadías cisterciense basados en la sobriedad y una estética simple que reflejara los ideales de la orden: silencio, contemplación, ascetismo y pobreza. Bernardo tuvo, además, un importante papel en el desarrollo en el occidente cristiano del culto a la Virgen María. Según la leyenda como recompensa por su devoción mariana recibió el don de la elocuencia a través de la Lactatio Bernardi, esto es, la virgen oprimiéndose el pecho hizo manar un chorro de leche sobre la boca del monje que rezaba arrodillado ante su imagen (la Virgen de la Leche con el Niño). Esta escena la recogieron Alonso Cano y Murillo en sendos cuadros que se exponen en el Museo del Prado. Feliz onomástica.

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