Las negociaciones sobre el estatuto europeo de Gibraltar entran en una etapa decisiva tras el parón provocado por los procesos electorales tanto en España como en Gibraltar. Lo cierto es que la fecha de las elecciones al Parlamento Europeo señaladas en la primavera de 2024 y la renovación de las instituciones europeas marcan un umbral que determinará el ritmo de las negaciones.

De nuevo, al retomarse las negociaciones la expresión “prosperidad compartida” vuelve a aparecer en todas las manifestaciones públicas de los principales actores involucrados en la negociación, ya sean españoles, británicos o gibraltareños. Perece que dentro de la muy cerrada discrecionalidad en la que se desarrolla el proceso y el consenso entre las partes de que no se filtre nada sobre posibles avances o dificultades de las negociaciones, el recurrir como un comodín a ese lugar común está permitido para todas las partes y no dudan en repetirlo constantemente.

Debo confesar que cuando escuché en primer lugar ese concepto de prosperidad compartida, si no recuerdo mal, de la ministra González Laya, la propuesta sonaba bien y podía ser ilusionante. La he llegado a defender en algunas ocasiones. Sin embargo, con el transcurso del tiempo se ha verificado que detrás de esas dos palabras que suenan muy bien, no hay absolutamente nada. Por lo menos para el Campo de Gibraltar. Qué conste que soy partidario de un buen acuerdo de la Unión Europea y el Reino Unido sobre Gibraltar que mantenga su exitoso nivel de vida y sistema económico, lo consolide, y si acaso y fuera posible, que lo mejore. Pero la prosperidad del Campo de Gibraltar no debe depender exclusivamente de que le vaya bien a Gibraltar. Las enormes sacudidas que ha producido el seísmo del Brexit y sus claras consecuencias en el Campo de Gibraltar ha sido una oportunidad única para que las administraciones públicas tomen nota de la situación singular del territorio y de sus enormes carencias y dependencias de factores externos, así como las grandes oportunidades existentes. El Brexit conducía al escenario ideal para la elaboración de un plan estratégico y coordinado entre las distintas administraciones con competencias afectadas para plantear un diseño de futuro para el Campo de Gibraltar paralelo a las negociaciones sobre el estatuto europeo de Gibraltar. La oportunidad se ha perdido y dudo que en varias generaciones haya un momento como este que requería una evaluación profunda de la situación y la oportunidad de búsqueda de soluciones. Era el momento en que las administraciones públicas apostaran decididamente por el Campo de Gibraltar. No se ha hecho. En definitiva, una oportunidad pérdida. Eso sí, han encontrado una expresión muy atractiva para cuando tengan que decir algo y no digan nada.

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