Esta semana me toca escribir esta columna en Vilnius (Lituania) donde he sido invitado a participar este jueves en una conferencia internacional sobre seguridad en Europa. Es evidente que la percepción de seguridad en el continente varía en función de la perspectiva. Aunque la amenaza de Rusia es global para todo el continente la percepción desde el norte y este de Europa es sensiblemente mayor. Este pequeño país báltico fue invadido por la Unión Soviética en 1940 en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y logró finalmente su independencia en 1990. Los setenta años de ocupación soviética fueron brutales y dejaron una dura huella de represión.

En la actualidad, plenamente integrada en la Unión Europa desde 2024, Lituania cuenta con una sociedad dinámica con una economía potente y una sociedad civil activa y participativa. No obstante, la amenaza real rusa está presente en el conjunto del país. Hace apenas unos días un buque ruso fue atacado por Ucrania en la base báltica de Kalinisgrado, fronteriza con Lituania. El riesgo de escalada está presente y creo que es evidente que en una eventual derrota de Ucrania, escenario previsible si Trump es elegido presidente de los Estados Unidos en noviembre, las amenazas de invasión rusa al espacio post-soviético serán cada vez más reales con un Occidente dividido y dubitativo y una no disimulada ayuda cada vez mayor a Rusia desde China, Irán y Corea del Norte y la complicidad de varios países del llamado Sur Global que aprovechan las ventajas económicas y estratégicas de la situación.

Ahora bien, los desafíos a la seguridad europea también están presentes en la frontera sur de Europa, al sur del Mediterráneo, si bien con distinta intensidad y adoptando otros enfoques. La decisión europea de externalizar la gestión de flujos migratorios apoyándose en regímenes corruptos y autoritarios es un grave error. No sólo en lo que respecta al desprecio de los valores sobre los que se apoya la identidad europea y los problemas relativos a la vulneración de derechos humanos. El problema tiene una afección directa a la seguridad europea en cuanto ponemos en poder de regímenes autocráticos potentes palancas de poder en la gestión de la migración. Lo hemos sufrido últimamente en España con la amenaza de guerra híbrida desde Marruecos que ha puesto de manifiesto la preocupante debilidad de la política exterior española.

El escenario se complica mucho más con la inestabilidad del Sahel en el que Europa se está retirando y ocupando su posición Rusia, o bien directamente, o bien a través de mercenarios como el grupo Wagner. Las redes de terrorismo jihaidista en la región es otro factor adicional. Estos factores no pueden ser descuidados desde Europa. Los desafíos en la seguridad europea también están en la frontera sur.

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