Algo parecido a lo que le ocurrió al gánster Al Capone al que no pudieron juzgar por su prolífica actividad criminal, sino que entró en la cárcel por evadir impuestos, le ha sucedido al presidente del fútbol español. No había manera de “meterle mano” a pesar de las muchas practicas gansteriles que se le suponían al frente de la federación y ha tenido que ser una actitud demasiado cariñosa con una de las jugadoras del equipo de fútbol que ganó el Mundial femenino a la que endilgó un efusivo “pico” (horrible palabra para describir un beso superficial en los labios), lo que le ha llevado primero al ostracismo y ya veremos si también a pasar algún tiempo entre rejas.

La hiperbólica reacción de papanatismo que, como “efecto secundario” del movimiento #MeToo. sobrevuela cualquier interacción afectiva entre hombre y mujer, convierte el halago y el requiebro en una actividad de alto riesgo como bien ha comprobado el efusivo directivo.

No pasaba lo mismo veinte años atrás cuando con ocasión de la celebración del certamen de “Miss España” en el Campo de Gibraltar un destacado político comentó respecto a sus preferencias entre las candidatas: “para mí la mujer perfecta es miss León porque además de guapa es sordomuda”.

Aparte de poner en evidencia el tosco ingenio del personaje que tuvo la dudosa habilidad de agraviar de una tacada a mujeres y discapacitados, tan peregrina ocurrencia no le dejó ninguna “secuela” … le bastó con pedir disculpas. Entre estos dos extremos, esto es, entre la prepotente actitud de los varones respecto a las mujeres y la mojigatería de considerar un beso como una agresión sexual siempre hay un punto de equilibrio donde con sutileza se puede ser galante sin necesidad de ser zafio y a la vez burlar a los inquisidores de lo políticamente correcto.

Celebraba el Papa Gregorio XVI (1831-1841) una audiencia pública a la que asistía cierta espléndida matrona de opulentos senos, sobre cuyo níveo escote pendía una bellísima cruz de oro labrado. Su Santidad contempló largo tiempo el pecho de la dama quizá recordando que, cuando se llamaba Bartolomé Cappellari, había sido monje camaldulense, orden esta que siempre se distinguió por sus aficiones artísticas y él entonces solía extasiarse viendo maravillosas cruces de orfebrería. Tal, al menos debió pensar su Chambelán que le dijo: “Bella cruz, Santidad, digna de toda admiración”. Su Santidad se fijó entonces en la cruz y le respondió: “Bella cruz, ciertamente, pero yo encuentro más bello el calvario”. ¡Amén!

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