Aprincipios del año 1965, los enlaces sindicales de nuestra empresa, la Hispano Aviación de Sevilla, nos llevó a Madrid a realizar unas gestiones. Terminadas éstas, Fernando Soto y yo teníamos previsto entrar en contacto con las CCOO de Madrid. Tras diversas gestiones, llegamos al Círculo Manuel Mateos. Era éste un local social regentado por la Falange llamada de izquierdas, y allí, en su primera planta, vimos por primera vez una reunión numerosa de los trabajadores que estaba en plena ebullición. Alrededor de cien personas en pie pedían la palabra sucesivamente, dando su opinión sobre cuestiones sindicales. Dirigía la asamblea Marcelino Camacho. Tras la discusión, hicieron las conclusiones y las votaron a mano alzada. Todo fue realizado con mucho desparpajo, sin miedo, a pecho descubierto.

Una vez concluida la reunión, nos saludó Marcelino Camacho y nos fue presentando a Julián Ariza, Nicolás Sartorius, Víctor Martínez Conde y otros iniciadores de aquel movimiento pujante conocido ya como las Comisiones Obreras.

Hablamos con todos ellos y les contamos nuestras vivencias en Sevilla, pero Marcelino apenas nos dejaba hablar y con mucha seguridad nos daba un discurso nuevo, de reivindicaciones sociales y de derechos y libertades para los trabajadores, expresándose con mucha convicción y carisma. Nos vinimos para Sevilla con el ánimo renovado.

De todos era conocido el afán permanente de Marcelino Camacho por estar al día, porque no se le escapase ninguna noticia. De tal manera, que en ocasiones no se contentaba con leer el periódico que tuviese en sus manos, sino que si a su lado había otra persona leyendo un diario distinto, dejaba de ver el suyo y metía la cabeza en el de al lado. Esto le pasaba hasta en el metro, y lo ha acompañado siempre. En su período de secretario general de CCOO iniciaba sus informes dando una visión general de cómo estaba el mundo, Europa y España, todo esto sacado de los distintos periódicos que se leía. Nos enseñó a seleccionar noticias y a formarnos juicios, siempre con un gran sentido de clase. Era otra de sus cualidades.

El juicio del 1.001 se suspendió antes de empezar. Era el 20 de diciembre de 1973. Estando sentados en la sala, y pasado un buen rato, aparecieron los magistrados del tribunal, presidido por Francisco Mateu Canovés, quien con gesto agresivo suspendió el juicio y ordenó devolvernos a los calabozos. Al poco rato nos enteramos por los abogados defensores que habían matado a Carrero Blanco. Sentimos miedo, allí solos en manos del enemigo, sobre todo cuando nos enteramos de que las manifestaciones de la derecha en la calle nos relacionaban con el atentado y pedían nuestra cabeza. Arrimamos las camas y los colchones contra las puertas.

En aquel momento tan tenso, Marcelino empezó a contarnos chistes. Escuchar a Marcelino, tan adusto él, nos produjo una risa contagiosa y nerviosa, y por supuesto, un efecto relajante. Pero no paró ahí la cosa, fue capaz de remedar a Franco en lo que podía ser el discurso de fin de año dedicado a la muerte de su más fiel correligionario. Se acabó la tensión y el miedo. Después el presidente Mateu Canovés nos volvió a llamar a la sala y continuó el juicio impertérrito durante tres días seguidos. Así también era Marcelino.

Marcelino ha sido un guía y un símbolo para los trabajadores en su lucha contra la dictadura y en la implantación de la democracia. Como lo hemos visto, oído, y convivido durante tantos momentos importantes de nuestra historia, siempre nos quedará su figura, sus gestos y su palabra, su categoría de ciudadano ejemplar.

Decir Marcelino siempre ha sido decir Comisiones Obreras. Decir Marcelino siempre ha sido decir los trabajadores. Decir Marcelino siempre será decir la lucha por la libertad en España.

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