Análisis

Alberto Pérez de vargas

Manifiesto por Algeciras

Somos soñadores como buenos mediterráneos y aventureros como los del más allá de las columnas

Si yo tuviera que redactar un manifiesto por Algeciras, mi pueblo queridísimo, y dispusiera del espacio que hiciera falta, me detendría en tantos detalles que agotaría la paciencia del lector más avezado y mejor dispuesto. Por eso tengo que limitarme mucho. Algeciras es un lugar, pero también un colectivo. Su nombre identifica y asocia a quienes viven ahora en esa ciudad y también a quienes nacieron o vivieron en ella en algún período de sus vidas y la mantienen guardada entre sus amores. Buena gente. Yo diría que es lo mejor de ese espacio profundamente andaluz desde el que se ha irradiado algo de lo más sustancial y significativo de la historia de España, de lo más granado de las esencias de la cultura del mundo occidental. Si usted se encuentra con un algecireño, es seguro que las hadas buenas han intervenido, porque ha tenido suerte. De ese conocimiento ocasional extraerá lo que le gustaría encontrar siempre: hospitalidad. En apenas un rato lo percibirá como un amigo.

Los algecireños disfrutamos atendiendo con cordialidad a los que se nos acercan, sobre todo si lo hacen en nuestro ambiente natural. Somos mediterráneos y eso supone una buena disposición a aprender de la naturaleza, a mantener la curiosidad ante las tradiciones y lo desconocido, a participar en la fiesta y a acoger al forastero. Y también atlánticos, con todo lo que se significa en abrirse al horizonte, como en la mar océana, y en sentirse universales, ciudadanos del mundo, hermanos de nuestros semejantes, estén donde estén, piensen lo que piensen y sean como sean. Ese abrir las puertas al que llega y ese esperar el bien donde quizás haya mal, nos perturba y nos obliga a convivir con la extorsión y el desasosiego, pero mantenemos frente a ello una actitud positiva y de esperanza. Dios permite el mal porque de no hacerlo dañaría la libertad inherente a la naturaleza humana, pero nos ha dado instrumentos para reconocerlo y combatirlo.

Los algecireños, créanme, somos de un lugar privilegiado. Nuestra historia, de más de dos mil años -Iulia Traducta, Portus Albus, Al Yazira al Jadra- es fascinante, y nuestros paisajes son de una belleza inconmensurable. Somos soñadores como buenos mediterráneos y aventureros como los marineros del más allá de las columnas mitológicas. Que ahí están ante nosotros, impertérritas, esperando regalarnos la mirada.

Querido lector, si es usted de Algeciras, qué suerte, amigo; no le digo más. Y si no, váyase allí unos días; no lo dude, si hay casta se hará enseguida algecireño.

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