Cultura

Para todos los públicos

  • La primera hora de la película de Pixar 'WALL-E batallón de limpieza', en la que no hay diálogos, es una auténtica joya cinematográfica

Habitualmente, cuando en la reseña acerca de una película se informa de que está calificada como "Para todos los públicos", los futuros espectadores de la misma entienden que pueden ir a verla tranquilamente con sus niños por muy pequeños que estos sean ya que -según la última actualización del sistema de calificación moral- tienen la garantía de que no contiene ningún elemento que pueda resultar perjudicial para el desarrollo psicológico de sus retoños; también saben que no incluirá escenas que puedan generar ansiedad, miedo o tensión emocional, ni habrá ninguna secuencia que contenga algún tipo de violencia física o verbal. No tendrán que preocuparse por la exaltación de conductas discriminatorias de género, raciales o de orientación sexual ni de comportamientos antisociales o incívicos y, por supuesto, la exhibición del cuerpo desnudo, los diálogos con connotaciones eróticas o el lenguaje soez son comportamientos que no tienen sitio en este tipo de películas.

Como es natural y en contrapartida a la protección moral de la infancia que garantiza la catalogación de "para todos los públicos", las historias de estas películas suelen ser tan ñoñas como aburridas porque los cineastas necesitan ser poco menos que genios para lograr construir una relato medianamente interesante con tan extraordinarias cortapisas argumentales. Sin embargo, Pixar, una empresa dedicada en principio a mejorar y abaratar (con un extraordinario éxito, por cierto) las técnicas para realizar las películas de animación fue también capaz de revolucionar el significado de una película "para todos los públicos". Los creativos de esta genial productora entendieron el concepto en el sentido de que su película debía gustar por igual a todos los espectadores con independencia de su edad, cultura y clase social y, por tanto, desarrollaron sus guiones de tal manera que contuviesen varios niveles de comprensión capaces de interesar a la vez a niños y adultos. En palabras de John Lasseter, el fundador de la empresa que tiene un pequeño flexo como logotipo: "La animación es el único género que realmente atrapa a toda la familia".

Por razones de índole cronológico (hace ya unos cuantos años que mis hijos se hicieron mayores) abandoné el cine de animación en La Sirenita, Pocahontas, El rey León... y películas por el estilo, casi todas de la factoría Disney. No puedo decir que no disfrutase viéndolas pero, en honor a la verdad, me producía mayor satisfacción el regocijo de los niños que la contemplación de la propias películas.

Fue, mucho más tarde y ya en su pase por televisión cuando me topé, en la aleatoriedad del zapping, con el primero de los largometrajes de Pixar: Toy Story. De entrada me quedé maravillado por el virtuosismo técnico de la animación por ordenador pero aún me sorprendió más la originalidad del argumento: la relación de un niño con sus juguetes... ¡desde el punto de vista de los juguetes! Asistimos a las tribulaciones del cowboy Woody que teme ser desplazado del puesto de juguete favorito de su dueño, Andy , por un recién llegado, el tecnológicamente muy avanzado Buzz Lightyear, un sofisticado astronauta que ignorando su condición de juguete se cree inmerso en una peligrosa misión espacial y suele manifestar su autoconfianza con la famosa frase: "Hasta el infinito... ¡y más allá!"y su relación con una pandilla de variopintos cachivaches como los que tiene cualquier niño en su habitación," la familia Patata" -los conocidos juguetes de Play School con piezas intercambiables-, Slinky el perro que se estira, Rex un tiranosaurio con mucho miedo y, cómo no, los logradísimos alienígenas de tres ojos de la máquina recreativa de Planet Pizza.

Tanto Toy Story como sus dos continuaciones (tan buenas o mejores que la historia original) además de ser unas películas entretenidísimas consiguen, de alguna manera, que la gente alcance a entender el verdadero significado de los juguetes.

Con un argumento, en principio tan absurdo, como tomar de punto de partida los más manoseados de los clichés franceses (Paris, la Torre Eiffel, el chauvinismo, la gastronomía...) analizados por... ¡una rata con aspiraciones de chef! los creativos de Pixar realizan su segundo largometraje: Ratatouille, una divertida, sofisticada e inteligente comedia que hace las delicias de niños y mayores y que alcanza su punto culminante en la escena en que el antipático e implacable crítico gastronómico especializado en hundir restaurantes, Anton Ego, prueba el plato de "ratatouille" (un guiso de verduras) elaborado por la rata. Con un imaginativo zoom vemos como las sensaciones le trasportan a la infancia, a su hogar y la comida que su querida madre le preparaba al regreso de la escuela: Nada menos que... ¡Proust en estado puro!

Sin embargo fue WALL-E: batallón de limpieza la película que me convirtió en un fan incondicional de Pixar. En un tiempo apocalíptico, la mala gestión de sus recursos ( muy parecida a la que estamos llevando a cabo en la actualidad) ha convertido la Tierra en un vertedero. La humanidad se ve obligada a abandonar el planeta y sobrevive en el espacio a bordo de la enorme nave Axioma. La única actividad terrestre que se detecta la lleva a cabo una de las unidades de los robots de limpieza que ha sobrevivido recolectando para su autorreparación las piezas de otras unidades averiadas y que desde hace siete siglos sigue cumpliendo su misión de empaquetar metódicamente bloques de basura que apila en inmensas estructuras cúbicas.

WALL-E solo cuenta con la compañía de una cucaracha (un insecto repulsivo en la vida real y del que los espectadores irónicamente se encariñan en la película) y de todo tipo de objetos inservibles que recoge de las montañas de desechos para almacenarlos en el camión de basura que le sirve de vivienda, donde pasa su tiempo de descanso viendo una y otra vez cintas de video de musicales antiguos. Todo cambia el día que EVA (un robot de última generación) llega a la Tierra en busca de algún signo de vida y deja prendado a WALL-E, al punto de de no dudar en emprender un peligroso viaje al espacio exterior en busca de su "amada".

La primera hora de la película (sin diálogos) es una auténtica joya cinematográfica y la historia romántica entre los dos robots es mucho más interesante y "humana" que la de la mayoría de los films del género rodados en imágenes reales. El diseño de WALL-E (que en algunos aspectos evoca al robot de Cortocircuito) es tan extraordinario que es capaz de transmitir los más sutiles estados de ánimo (o cómo tal cosa se llame en el mundo cibernético) del personaje que, dicho sea de paso, tiene mayor carisma que la mayoría de actores de carne y hueso.

En WALL-E se condensan el mejor cine de humor (clásico), la mejor ciencia-ficción y un maravilloso mensaje ecologista alejado del tono moralista tan habitual en este tipo de films y que, con su paradójico realismo, nos atisba el mundo devastado hacia el que camina la Humanidad.

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