Cultura

Armand Delaval, acordes parisinos arrancados al violín de su abuelo

  • El músico francés, tras un frustado intento de viajar a África, se queda prendado de Tarifa, donde se le puede oír cada día

Se llama Armand Delaval, tiene 21 años y una imagen sacada de algunas de esas tristes postales que de pequeño se solían utilizar para hacer trabajos de relieve sobre una loseta de cerámica. Forjada su formación musical en un pasado cercano y en academias tradicionales de música clásica, depura su técnica estudiando Jazz en una escuela de música perteneciente a una asociación cultural de barrio.

Hace días que llegó a Tarifa en compañía de una amiga con la idea de conocer el continente vecino. Un despiste imperdonable, el olvido del pasaporte de su amiga, han truncado el viaje a la ribera del Riff pero le ha propiciado conocer una ciudad en la que jamás pensó y que se le ha dibujado como el mejor de los destinos.

Armand desprende nostalgia. No se sabe si será por su pinta, de piel blanquecina enfundada en camiseta y pantalón negro que acentúan la palidez de su rostro, o por las melancólicas notas arrancadas con su arco a las tensas cuerdas de la gastada y descolorida madera del violín que perteneció a su abuelo.

Se le ve pasear por las calles del municipio dibujando un quiebro en algunas esquinas, dejando sólo la esencia de su música flotando en el aire, como si de una fragancia de una flor o de un perfume se tratará. Y entre la acuosa sinfonía que regala la fuente de La Ranita en verano, clava sus acordes prestados de la banda sonora de alguna obra del genial maestro Fellini o de algún maestro clásico que intercala entre improvisaciones de lo más recientemente aprendido. Es su particular ensayo para su actuación ya por la noche entre las mesas y sillas de una poblada terraza de la que sacará un justo estipendio para dar por buena la jornada. 15 euros, 20 si el día está más amable que otras veces, y si los artistas del acordeón que proliferan por la ciudad, u otros no han pasado ya.

Cuenta Armand que algunos dueños de terrazas le aconsejan que les visite de noche, porque entienden que el violín es noctámbulo, un instrumento entregado a la complicidad de la noche que envuelve a las parejas de enamorados y hacen disfrutar sin reservas a otras tantas reuniones de amigos que disfrutan de una cerveza helada o una suculenta cena decoradas con el llanto de un violín callejero.

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