Historia

Historia de la verdeyblanca

Historia de la verdeyblanca.

Historia de la verdeyblanca.

Bandera en el Tajo de Ronda. Bandera en el Tajo de Ronda.

Bandera en el Tajo de Ronda.

El decreto de la Junta de Andalucía que declara oficialmente el 4 de diciembre como Día de la Bandera de Andalucía invita a explicar unos breves apuntes sobre su origen y significado. Los símbolos de nuestra Comunidad Autónoma han pasado de ser concebidos testimonialmente desde la acción del denominado Andalucismo Histórico liderado por Blas Infante, al pleno reconocimiento institucional mediante normas del autogobierno.

Sin embargo, detrás de este arco cronológico que recorre buena parte del siglo XX, existe un conjunto de vicisitudes que explican su concreción en un instante donde comienza a redefinirse el mundo resultante de la I Gran Guerra. En paralelo al significado poético de sus colores, trigales verdes y blanco de las casas, la historia de nuestra arbonaida, como también se denomina a la enseña andaluza, responde al duro devenir de la propia gestación y conquista de una autonomía para nuestro pueblo reconociéndolo como sujeto político con capacidad de decisión.

Si bien es el símbolo más asumido y generalizado, cabe señalar en primer lugar que es el que más consenso ha suscitado a lo largo de la historia. Es más, su origen, no tanto como bandera sino como recurso a dichos colores, parece perderse en el tiempo a través de diferentes hitos ya sean andalusíes o no: bien los versos de Abul l-Asbarq Ibn Arqam en la Almería del siglo XI, ondeando en la Giralda por el triunfo andalusí de la Batalla de Alarcos en 1198, inserto en el escudo del II Conde de Cabra con los 22 blasones incautados a las tropas de Boabdil tras la batalla de Lucena (1483), en el Motín del Pendón Verde en la sevillana calle Feria por1521; incluso, para otros autores, en tiempos de Roma, la Bética y antes sus provincia ya empleaban dichos colores, cuestión reiterada durante el descubrimiento americano en naves y gallardetes de gobiernos virreinales, según recordaron algunos estudios. Incluso, en el motín de las mujeres consumeras en Casares en mayo de 1898, como casi siempre por estas tierras, a causa de la carestía de la vida y del hambre que provocaba.

De cualquier forma, al margen de estos indicios históricos o poéticos y sus diferentes formatos, será en la Asamblea andalucista de Ronda de 1918 cuando se concreta definitivamente su forma: tres franjas de igual medida, aceptando el verde y blanco, evocadores de una convocatoria a la asamblea en tono siempre pacífico: se asumen ambos colores como los más representativos. No me atrevería a decir que es la más antigua del mundo, ni que sea un invento improvisado. Es la que para nosotros ha sabido reconocer en el tiempo y sintetizar tanto colores como valores reivindicativos, sin necesidad de una justificación vexilológica ortodoxa, ni de ninguna aspiración que prime una etapa de nuestra historia más que otra, como tampoco un invento. Renunciando al negro como luto y al rojo guerrero. “Verde, como la esperanza, cuando se asoma a nuestros campos, blanca, como nuestra bondad”, dirá Blas Infante, declarado como Padre de la Patria Andaluza por el Parlamento de Andalucía y el Congreso de los Diputados. Fue el notario hijo de Casares, quien dota de significado político a dichos colores, conmemorando la memoria colectiva de los andaluces e identificando su presencia con reivindicaciones de justicia y bienestar social, por aquellos instantes esgrimidas para redimir Andalucía y, a su vez, la vieja España desde sus territorios.

Desde su concreción y primeras reproducciones a color en la revistas del movimiento andalucista, la propuesta sería aceptada con normalidad a la llegada de la II República. Una vez el nuevo régimen apuesta por la conquista de una autonomía en el marco constitucional, los izado de la enseña en las instituciones locales serán concebidos junto al respaldo de sus respectivos plenos, como un apoyo a dicho proyecto político y un vehículo de sensibilización social en favor de la propuesta. Información sobre el origen y sentido de la enseña fue remitida desde la Comisión Organizadora de la Asamblea Regional de Córdoba (1933) a las diferentes corporaciones, siendo a su vez, profusamente difundida a través del papel membretado de la misma con su color original o mediante insignias que se repartieron en el citado foro cordobés. Es más, los bocetos de las bases del futuro estatuto para Andalucía, reconocían la existencia del símbolo y sus tonos, tal como hoy lo reconocemos.

La primera institución en izar la bandera andaluza fue la Diputación de Sevilla un 30 de octubre de 1932: el primer municipio Aracena, el 6 de noviembre de ese mismo año y el último, Cádiz el 12 de julio de 1936 de la mano del propio Infante. Jerez el 6 de enero de 1933, víspera de una Asamblea Regional Andaluza que, reunida en Córdoba a finales de ese mismo mes, reconocía en aquel proyecto articulado a la verde y blanca como signo oficial y común para andaluces y andaluzas. El desarrollo de aquel intento en favor del autogobierno que frustra el golpismo un 18 de julio, se materializa aprobando la adhesión municipal del intento pro autogobierno para, a renglón seguido, izar una enseña desconocida entonces para muchas instituciones.

Tras un silencio que condenaba al olvido el pasado republicano, fueron las diputaciones franquistas quienes al hilo del desarrollismo tecnocrático impulsaron en Andalucía un proyecto mancomunal denominado: Ente Regional Andaluz. Instancia que promocionando realidades dedicadas al fomento del desarrollo regional, vienen a coincidir en el tiempo con la presencia de una entidad con personalidad jurídica propia llamada Junta de Andalucía, creada en 1978 por el Decreto que otorgó preautonomía a nuestro territorio. Precisamente, la coincidencia en el tiempo de esas dos realidades, una no democrática y otra incipiente que se consolida con la conquista de un autogobierno por el procedimiento del artículo 151 de la Constitución, hace que su presencia en el nuevo escenario democratizador sea incompatible, hasta el punto de disolverse una vez las primeras elecciones locales en 1979 y la consiguiente renovación democrática de las instancias provinciales. No obstante, cabe recordar que ya las últimas diputaciones franquistas reunidas en Jaén un 23 de febrero de 1977, ya aprobaron el uso de la bandera verde y blanca sin matiz político, según ellos, y exento de intenciones separatista. La pregunta surge pues: si ya estaba aprobada, ¿por qué no lucía el 4 de diciembre de aquel año en el balcón de la Diputación malacitana? Presumiblemente, el asesinato aún no esclarecido del recordado Manuel José García Caparrós se habría evitado…

Lo cierto es que la segunda generación del andalucismo político, ya en tiempos de la Reforma Política asumió la bandera como propuesta para una Andalucía empoderada, sufriendo por ello no pocas burlas desde la izquierda tradicional. Recuperándola y asociando a una reivindicación de autogobierno en los primeros titubeos aperturistas del régimen y, divulgando sus colores vinculados a la reivindicación de un Poder Andaluz, al empuje en favor del autogobierno y al bienestar que necesitaba el pueblo andaluz. Revistas y algunos monumentos emblemáticos de nuestro patrimonio fueron testigos de cómo ondeaba al viento acompañando las letras de la palabra Autonomía (Torre de la Vela en La Alhambra y Giralda, entre otros). Vengo defendiendo que es una de las características de nuestra particular transición andaluza: recuperar hitos, personajes y símbolos que hicieron posible en el crudo camino a nuestro autogobierno, enlazar simbólicamente los mensajes de la primera generación que aspiraba a una autonomía con la segunda que la conquistó. Ahora existe una tercera que la disfruta y desarrolla.

La celebración del primer Día de Andalucía durante 1977, legalizará la arbonaida en las calles por el pueblo antes que en las instituciones autonómicas que llegarán. La segunda jornada de 1979 subrayó el ondeado de verdeyblancas, mientras Carlos Cano popularizaba su emblemática copla como verdadera banda sonora de nuestro proceso autonomista. Se dio carpetazo así a cualquier mofa frívola sobre quien es el símbolo que suscitó más consenso, y se otorgaba carta de naturaleza popular a su presencia, de forma que ya presidiría el despacho de quien fuese el primer Presidente de la Junta de Andalucía: Plácido Fernández Viagas. No en vano, una vez la derrota legal, que no política, del 28 de febrero de 1980, el símbolo siguió acompañando movilizaciones y agitando soluciones para un desbloqueo, que llegaría de la mano de un gran acuerdo político en octubre de aquel mismo año.

El proceso estatuyente andaluz recogió en el articulado del texto de 1982, la existencia de dicho símbolo con los colores y el formato que hoy conocemos (art. 6), remitiendo para escudo e himno a una de las primeras normas emanadas del flamante Parlamento de Andalucía (Ley 2/83). En el estatuto de 2007, se integran en el magno texto y se reconocen los símbolos propios heredados de Ronda y de la experiencia republicana a través de la Junta Liberalista liderada por Infante (art. 3).

Este 4 de diciembre, una vez instituido como Día de la Bandera es necesario recordar y socializar una historia que llena de dignidad y contenido movilizador al presente. Los símbolos representan valores intangibles que definen a un pueblo y con ellos, nuestro particular esfuerzo emancipador y soberano a lo largo del siglo XX. Y no sólo eso, es necesario recordar que hemos sido, enfrentarnos a nuestro presente, para diseñar y conquistar el futuro que los andaluces y andaluzas nos merecemos.

Más allá del mollete con aceite, del himno andaluz a la flauta o del coloreo del folio, las nuevas generaciones -fundamentalmente- se merecen reencontrarse con una historia viva de la que forman parte; pero también las instituciones locales, sociedad civil y profesionales de distintos ámbitos, merecen acercarse a una trayectoria que ejemplifica la voluntad de un pueblo milenario. Al margen de interpretaciones políticas, cualquier pretexto para reflexionar sobre nuestro pasado, presente y futuro es positivo; especialmente, en un pueblo que ha estado más pendiente de lo que pasaba en otros territorios que en el suyo propio. Me quedo con eso. Pido poco. Solo así será posible que la conmemoración no se convierta en una frivolidad superficial y estética, carente de densidad ante los retos que tiene marcados esta tierra para el presente siglo.

 

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