El regreso de las golondrinas | Crítica

Un hogar para los invisibles

Una imagen del filme chino de Li Ruijun.

Una imagen del filme chino de Li Ruijun.

A concurso en la Berlinale de 2022 y ganadora de la Espiga de Oro en la última Seminci, esta cinta china de Li Ruijun recupera el viejo espíritu humanista del primer Zhang Yimou para contar la triste y simple historia de dos parias repudiados por sus familias reunidos y restituidos en su dignidad durante el periodo de tiempo que un matrimonio acordado les permite vivir juntos en una casa rural construida con sus propias manos.

Ambientada en los alrededores de Gaotai, en la provincia de Gansu, El regreso de las golondrinas se basta de sus dos actores no-profesionales, Wu Renlin y Christina Hai, para trazar un emocionante relato de resiliencia y comprensión mutua. Allí, al ritmo de las estaciones, el clima, las faenas del campo o los discretos momentos de intimidad, se va fraguando un afecto que ni siquiera necesita de la palabra, el roce de los cuerpos o el sexo para elevarse como gesto sincero y universal.

Ruijun afirma la elocuencia del encuadre como poderoso territorio expresivo y asume el propio ritmo de las acciones cotidianas como cadencia para un relato que se abre paso entre el esfuerzo, las dolencias físicas y un entorno hostil que apunta al viejo orden familiar, la pobreza, las duras condiciones del trabajo rural, las dinámicas de la explotación o la transformación neocapitalista del país.

Lo que queda, en la cruda simplicidad de su historia y la fatalidad (no por anunciada menos abrupta) de su desenlace, es un hermoso y emocionante filme sobre valores en vías de extinción (no sólo en la China de hoy) y el retrato de una esperanza en forma de encuentro donde, literalmente, los cuidados hacen el cariño y el cariño lleva al amor más sincero.