El despertar de María | Crítica

La fregona de Amélie

Karin Viard en una imagen del filme.

Karin Viard en una imagen del filme.

En la realidad idealizada de esta feel good movie francesa, la lucha de clases o el mundo darte contemporáneo pueden quedar reducidos a una mera anécdota o a pretexto satírico en aras del triunfo del amor maduro y la posibilidad de cambio de vida pasados los 50.

Marie, nuestra protagonista (Karin Viard haciendo alarde de facultades empáticas), una limpiadora recién llegada a una escuela de Bellas Artes, parece contenta y feliz, o al menos no se diría lo contrario, con sus rutinas de fregona, mopa, trapo y aburrido marido de origen portugués, hasta que el contacto con los profesores, los alumnos y sus obras conceptuales y, muy especialmente, con el conserje del centro al que apodan ‘El mamut’ (Grégory Gadebois, todo humanidad), un tipo querido por todos a pesar de ser algo cascarrabias, le hace ver las cosas de otra manera.

El despertar de María se despliega así entre la realidad y la fantasía (propia, artística) como una de esas historias de salida a otro mundo por contacto directo con lo ajeno y lo desconocido, premisa que uno debe creer aquí sin mucha resistencia si de verdad quiere sumarse al mensaje de buen rollo y liberación femenina al que aspira la película. Así, los problemas son siempre problemillas y la ignorancia no será nunca obstáculo para que se abra paso la sensibilidad estética, el amor y las nuevas oportunidades, caiga quien caiga.