Crisis del coronavirus

"Como a muchos viejos, nos tienen secuestrados"

  • Paco y Lucía, dos ancianos de la Estación de San Roque, sienten que su casa es "una cárcel"

  • "Antes veíamos a los hijos y nietos a diario, ahora no pueden venir a visitarnos", lamentan

  • La ayuda de vecinos solidarios les permite hacer la compra y hablar con su familia

El aceso a la Estación de San Roque, prácticamente desierto

El aceso a la Estación de San Roque, prácticamente desierto / Erasmo Fenoy

El término cierre perimetral sonaba hasta no hace mucho a una expresión relacionada con las películas de ciencia ficción o de terror. Justo un año después de que fuese detectado el primer caso del letal coronavirus en Wuhan, la maldita pandemia tiene atrapados a todos los andaluces en su término municipal. Un encierro con efectos para la economía comparables con aquel que no permitía abandonar la provincia y que se prolongó desde que arrancó el confinamiento hasta la mañana del 8 de junio. Pero esta medida tiene, además, inabarcables connotaciones humanas, de las que ni salen en los papeles y sobre las que no se oyen sesudos debates en radio y televisión, pero que también deja marcadas a las personas que las padecen.

A sus setentaitantos, Paco Gimeno elige este pseudónimo porque no quiere que se desvele su identidad, “que después la gente y sobre todo en los pueblos, habla mucho”, y decide que se le mencione como uno de sus personajes favoritos de Siete Vidas. “Es que me gustaba mucho esa serie ¿sabes?”. Obviamente, tampoco quiere fotos. Hace ya rato que dejó atrás su actividad militar, pero muchos de cincuenta envidiarían su frescura mental. Ahora vive en La Estación de San Roque, donde compró “una finquita” con los ahorros de toda su vida.

La adquisición supuso en su momento un sueño hecho realidad, pero ahora siente que se ha convertido “en una cárcel”. A su lado, inseparable, está Lucía (“a mí me gustaba más Aquí no hay quien viva", explica para elegir el nombre del personaje encarnado por María Adánez). No se ponen de acuerdo sobre el tiempo que llevan juntos. “Pues toda la vida ¿no?. Cuando yo te rondaba jugada Di Stéfano".

El condenado cierre perimetral les ha arrebatado literalmente la vida. O al menos así lo entienden ellos. “Yo supongo que lo hacen por nuestro bien, porque no me hago a la idea de que un político quiera hacer daño, pero a nosotros, como a muchos viejos, nos tienen secuestrados. Si vas a poner algo en el periódico no vayas a escribir personas mayores ni de la tercera edad, somos viejos”, reivindica Paco. “Mira si somos viejos que a mí hace tiempo que no me dejan conducir porque dicen que no veo bien, ya ves tú”, lamenta.

“A ver, mis tres hijos [todos varones] viven uno ahí en Palmones, otro en La Línea y otro en Algeciras, porque se casó con una chiquilla de allí", detalla. “Un día uno y otro día otro, pero todas las tardes teníamos aquí a la familia, a los nietos, nos íbamos con ellos al parque, aquí en La Estación, que hay un par de bares y unos columpios, y esa era nuestra razón para seguir adelante”.

Ahora ellos no pueden venir y claro, nosotros no podemos salir”, lamenta. “Cuando el confinamiento, el de marzo", rememora, "hubo unos muchachos, porque digan lo que digan hay chaveas muy apañados, que se organizaron para traernos la comida y los medicamentos, así que hemos tenido que recurrir otra vez a ellos, porque nosotros no podemos llegar hasta Ruiz Galán ni a la farmacia andando”.

“Claro, cuando venían los hijos ellos nos llevaban al Carrefour y al Mercadona de ahí de Palmones, y nos traíamos las cuatro cosas que necesitamos, pero ahora hay que pedir favores”, intercede Lucía. “Menos mal que, como dice Paco, hay gente maravillosa, porque si no lo íbamos a pasar muy mal”.

“Mi hijo Carlos, el que vive en Palmones, nos ha dicho varias veces que se la juega y que viene él a traernos cosas, pero hay muchos controles y si le ponen una multa, ¿quién la paga?”, se pregunta. “Desde luego nosotros con la pensión… Nos quitan 600 euros y no nos queda para comer”, sentencia.

“Las mismas criaturas que nos ayudaron en marzo, vecinos de aquí de La Estación, vienen alguna tarde con una tablet, ¿se dice así verdad?, y se las arreglan con el internet y el Facebook y esas cosas para que hablemos con nuestros nietos”, continúa.

“Les estamos muy agradecidos, porque al menos les vemos un rato… pero no es lo mismo”, puntualiza mientras no puede evitar que las lágrimas asomen por sus ojos. “El otro día fue el cumpleaños del más chico y aquí sigue su regalo”, dice señalando una caja cuyo contenido no detalla, “no vaya a ser que él se lo imagine”. “Con la ilusión que le hace”.

“Yo no estoy muy preparada, pero no entiendo que podamos ir a Sotogrande, que está mucho más lejos, y no podamos ir a Palmones, ahí al lado, para ver a los nuestros”, lamenta.

Una sola zona

Tenían que haber cerrado todo esto como una sola zona, porque aquí aunque después nos peleemos, todos somos un pueblo”, reivindica en referencia al Campo de Gibraltar o, como poco, al arco de la Bahía.

Esta tarde Paco y Lucía, que no son más que el reflejo de los miles de Pacos y Lucías del Campo de Gibraltar, volverán a mirar el reloj que cuelga de su pared esperando que sobre las siete, cuando cierre su pequeño negocio, Ismael llegue con su tablet (porque sí, se llama así) y su teléfono móvil, para poder hablar con los nietos.

Ni entienden de macroeconomía ni a estas alturas de la película eso les preocupa demasiado. Se limitan a echar de menos esa maravillosa rutina que les han arrebatado el Covid-19 y las medidas adoptadas por la administración. “Y a nosotros ya no nos queda mucho para disfrutar de todo esto”, asume Paco mientras se despide con el choque de codos y una sonrisa forzada. Desde el pasado día 10, no encuentra un solo motivo para sonreír de verdad.

 

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios