'Addio Vecchio Olterra'. Así se desveló el secreto de la 'Orsa Maggiore' (II)
Los italianos de la décima | Capítulo XXI
Había que eliminar las secciones motrices, las cabezas de combate y demás equipos
También repuestos, los trajes, el sistema de carga de las baterías y las herramientas especializadas
'Addio Vecchio Olterra'. Así se desveló el secreto de la 'Orsa Maggiore' (I)
A primeras horas del miércoles 23 comenzaron los trabajos. Curiosamente, ese mismo día, tenía lugar la proclamación de la llamada República Social Italiana; el nuevo Régimen que un repuesto Mussolini intentaría liderar sostenido por la Wehrmacht y los restos del aparato político del partido fascista. Aquella situación daría lugar a unos días de preocupante incertidumbre marcados por la necesaria decantación de fidelidades que se impuso entre los responsables políticos y los mandos militares italianos.
En lo que a la Embajada en Madrid se refiere, este periodo de desasosiego acabaría muy pronto, ya que el Embajador Paulucci no tardaría en reafirmar su lealtad y la de todos los cónsules y vicecónsules de él dependientes, al Gobierno Badoglio. Un hecho que iba a resultar decisivo en el asunto del Olterra. Porque, también ese 23 de septiembre, su ministro de Marina, aquel mismo Almirante Raffaele De Courten que había instado a los hombres de la Décima a combatir contra los invasores de su tierra hasta su último aliento, daba forma a un borrador en el que se contemplaba la manera en que la Flota y la Marina Mercante italianas pensaban incorporarse al esfuerzo de guerra aliado. Pues bien, respecto a esta última, en sus páginas se dejaba bien claro que la intención de su Gobierno era que todos los mercantes italianos quedasen integrados en el aparato de apoyo logístico de los que hasta entonces habían sido sus enemigos.
El contenido de este borrador, sumado al hecho de que los responsables de la Embajada hubiesen decidido permanecer fieles a la Corona y repudiar la nueva república fascista, tendría dos consecuencias inmediatas. En primer lugar, hizo desaparecer toda posibilidad de que el Olterra pudiese seguir a buen recaudo, internado en el puerto de Algeciras. Y en segundo, transformó la misión de limpieza que acababa de ponerse en marcha, en una auténtica, impredecible y arriesgada carrera contra reloj. Ya que, si las negociaciones con los aliados finalmente se culminaban, la orden de poner el navío a disposición de los británicos podía llegar en cualquier momento.
Por otro lado, la labor que Pistono tenía por delante era inmensa. Había que eliminar las secciones motrices, las cabezas de combate y demás equipos, así como los repuestos, los trajes, el sistema de carga de las baterías y las herramientas especializadas que se encontraban almacenadas a bordo. Además, había que volver a soldar el casco y las aperturas abiertas en los mamparos que daban acceso a la bodega y los tanques de proa. Aún así, aquello hubiese sido perfectamente factible, incluso en un plazo relativamente breve, de haber contado con la tripulación y los especialistas que acababan de ser repatriados; pero en las circunstancias en las que se encontraban, parecía un imposible.
Pistono intentó paliar la falta de personal recurriendo a un par de operadores de radio cedidos por el Viceconsulado. Con su ayuda, pudo eliminar una parte de las piezas menores, incluidas nueve mignatas, arrojándolas al mar por la misma cara exterior del dique de abrigo. Pero deshacerse de las tres secciones motrices y las cabezas de combate, era harina de otro costal. Según confirmaría Denegri, el agente había intentado llevarlas hasta la piscina interior, para luego sacarlas fuera del buque, activar el dispositivo de autodestrucción y fondearlas en aguas del puerto. Pero la humedad y las deficientes condiciones de mantenimiento, habían provocado la detonación espontánea de la primera de estas secciones, justo en el momento en que colgaba ya de las poleas. Los daños sufridos en el mecanismo de la grúa hicieron imposible repetir la maniobra. Poco después, otra de las secciones hacía también explosión al ser manipulada.
Ante el cariz que estaban tomando las cosas, el Capitán de Corbeta español no dudó en hacer constar, tanto a Pistono como a sus superiores en Madrid que, en aquellas condiciones, no iba a ser posible dar culminación a los trabajos en el plazo previsto. La respuesta que recibió del Ministerio de Marina fue taxativa y un claro exponente de la gravedad que revestía el asunto. Debía advertir a los italianos que, de no dar con una pronta solución, no les iba a quedar más alternativa que proceder al hundimiento del barco. El 25 de septiembre, tras informar de ello a Pistono, el oficial español regresó a Madrid. No se trataba de una decisión unilateral ya que, poco después, aquella preocupante perspectiva era también confirmada por la Embajada italiana.
Si realmente quería salvar el cisterna, Pistono no tenía un instante que perder. Gracias a las gestiones de su Agregado Naval, el 27 de septiembre, se incorporaron al Olterra tres obreros especializados procedentes de Cartagena. También se esperaba la pronta llegada desde Huelva de los buceadores Salvatore Nizzi y Carlo Vianello; los dos Gamma que se encontraban asignados al Gaeta desde la primavera anterior. Sin embargo, una contraorden emitida en el último momento, por razones posiblemente de seguridad, había impedido el embarque de estos últimos y ello aún a sabiendas de que, sin su concurso, difícilmente podría llevarse a cabo la eliminación de las secciones motrices.
Todos aquellos vaivenes parecían un reflejo del ritmo acelerado y fluctuante al que se sucedían las negociaciones del Gobierno Badoglio con los aliados. Pero, conforme pasaban los días, la ausencia de avances en los trabajos no hizo sino asentar el temor de que finalmente se terminase optando por hundir el petrolero. Este temor llegaría al máximo a comienzos de octubre, tras conocerse las conclusiones de la visita de inspección que el Capitán de Corbeta español había realizado a su regreso de Madrid. De tal suerte, que el propio Pistono llegó a salir precipitadamente a la búsqueda desesperada de ayuda. Producto de sus gestiones, el 3 de octubre, llegaron a Algeciras un suboficial y dos especialistas italianos supervivientes de la dotación del destructor Ugolino Vivaldi, dispuestos a acabar la tarea.
Sin embargo, todo el esfuerzo desplegado iba a resultar inútil ya que, de forma completamente incomprensible para todos, cuando no habían transcurrido ni veinticuatro horas de su llegada, el Ministerio de Marina español -por conducto del Comandante de Marina de Algeciras- ordenaba la inmediata interrupción de todos los trabajos y el retorno a Madrid del Capitán de Corbeta encargado de supervisarlos. La operación de limpieza sencillamente había sido suspendida.
Todo apunta a que aquella inesperada decisión había comenzado a gestarse cinco días antes, con la firma del llamado Acuerdo de Malta, suscrito por el Mariscal Pietro Badoglio en representación del Gobierno italiano y el General Eisenhower en calidad de Comandante en Jefe de las Fuerzas Aliadas en Europa. Un documento de máxima importancia, en el que se recogían las disposiciones que pasaban a regular las relaciones de Italia con las potencias aliadas. Pues bien, en el punto cinco del mismo se confirmaba aquello que De Courten había recogido en su borrador y que tanto venía preocupando a los españoles: la inmediata incorporación de todos los mercantes italianos al sistema logístico aliado; una disposición que sellaba definitivamente el destino del Olterra.
Pero además, en los puntos once y doce del mencionado acuerdo, se especificaba la obligación del Gobierno italiano de dar cuenta de todo el material de guerra en su poder, así como de su localización, con la expresa prohibición de ejecutar o consentir la destrucción total o parcial del mismo. Por el contrario, este debía quedar adecuadamente registrado y almacenado a expensas de lo que pudiera disponer el mando militar aliado.
Resulta por lo tanto lógico que, dada la manifiesta voluntad de la Embajada italiana en Madrid de cumplir escrupulosamente con los compromisos adquiridos por su Gobierno, no quedase más alternativa que dar por terminada la operación de limpieza puesta en marcha sólo unos días antes. Todo ello aún asumiendo que, con aquella decisión, se iba a generar para los españoles una situación peligrosamente comprometida. Ya que, a pesar de que el decreto proclamando su condición de “no beligerante” todavía estaba por derogar, hacía apenas unas horas que Franco había empleado la palabra “neutral” para calificar la nueva posición bajo la que España pretendía definirse respecto al conflicto.
No cabe duda que este contexto facilitó enormemente la celebración de una reunión a tres bandas entre representantes del Gobierno español, la Embajada italiana y.... la Embajada británica. Es muy posible que durante su transcurso se ofreciese a España algún tipo de garantía. Y es que sólo de esa forma, se podría explicar que, aún siendo más que consciente de los riesgos, no sólo aceptase suspender la operación de limpieza, sino dar vía libre al traslado del cisterna al puerto de Gibraltar. Como en otras ocasiones, fue el Vicecónsul Bordigioni el que se encargaría de informar a los olterriani de las decisiones adoptadas.
Por lo demás, mientras España se abría camino hacia la neutralidad y la Embajada italiana se dedicaba a estrechar relaciones con los representantes de Gran Bretaña y los Estados Unidos, Pistono había comenzado a comprobar, de forma bastante onerosa para él, cómo las autoridades españolas comenzaban también a segarle la hierba bajo sus pies. El 5 de octubre, se le había notificado que sus propiedades quedaban confiscadas y que debía abandonar inmediatamente el Campo de Gibraltar. Setenta y dos horas después, el Comandante de Marina de Algeciras informaba también a los tres italianos del Ugolino Vivaldi destacados en el Olterra, de que iban a ser repatriados. En tan sólo unas horas y acompañados por el Capitán Amoretti, el grupo se trasladó a Sevilla para luego tomar el avión que les llevaría de regreso a su país. A partir de ese momento, sólo el jefe de máquinas Denegri permaneció en Algeciras en representación de la propiedad del buque, pero sin tener acceso al mismo, viéndose obligado a alojarse en las dependencias del Viceconsulado italiano.
Dos semanas antes, como consecuencia también de la presión que el Foreign Office venía ejerciendo sobre el Gobierno español, se había procedido al registro y posterior requisa de una serie de inmuebles utilizados por la red del Abwehr alemán en Algeciras, así como a la repatriación de la mayoría de sus agentes en la comarca. Poco después, le había tocado el turno a los italianos, incluidos aquellos que trabajaban para el servicio de Información de la Regia Aeronautica.
De tal suerte que, tanto la expulsión de los olterriani como la requisa de las propiedades de Pistono y su posterior expulsión, deben ser consideradas dentro de una operación puesta en marcha por las autoridades españolas con el objetivo de reafirmar ante los aliados su nueva vocación de neutralidad. No obstante, en el caso concreto de Pistono, que recordemos pertenecía al personal consular, presentaba una clara diferencia respecto a los agentes alemanes, desde el momento en que la Italia de Badoglio, no sólo había repudiado todo vínculo con el Eje, sino que no iba a tardar en declarar la guerra a Alemania. En estas circunstancias, al ingeniero le hubiese bastado con proclamar su lealtad al Rey para situarse en el lado bueno.
Se abre así camino a la idea de que la inmisericorde expulsión de Pistono, bien podría haber estado motivada por el convencimiento de que, más allá de lo que pudiese manifestar, existían firmes sospechas de que sus lealtades seguían estando con Mussolini. De la misma forma, no se puede descartar que la sumaria incautación de sus bienes, de momento sin indemnización alguna, fuese una forma de garantizar que nada de lo que pudiese salir de su boca pudiese jugar en contra del giro hacia la neutralidad iniciado por España.
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