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Franco, Gibraltar y la falsa neutralidad británica en la Guerra Civil española (I)

  • La injerencia del Reino Unido en el conflicto era, y lo sigue siendo en algunos aspectos, un tema poco estudiado y que necesita ser investigado en profundidad

  • La visita de Franco a Gibraltar en marzo de 1935 fue determinante para el desarrollo de la guerra y la consolidación del régimen franquista

Ataque aéreo nocturno sobre Gibraltar.

Ataque aéreo nocturno sobre Gibraltar. / Archivo del autor

No es tarea fácil abordar un tema con tantas caras y aristas como el de la Guerra Civil española y el papel jugado por los distintos elementos y factores que se conjugaron en esta. Naciones, gobiernos, políticos, autoridades civiles y militares, empresas, empresarios, organizaciones, espías… irrumpieron en la escena bélica española dando lugar a una espiral de trascendentales consecuencias.

Comúnmente, y de forma un tanto generalizada, se hace siempre referencia a las intervenciones directas y bastantes significativas de algunos países como Alemania, Italia y la antigua Unión Soviética, con unos resultados que, a todas luces, influyeron en el desenlace de la Guerra Civil, pero se obviaba de forma sistemática, hasta hace relativamente poco tiempo, la investigación sobre el protagonismo que tuvieron otros países como Francia, Estados Unidos, Portugal y, en particular, el Reino Unido.

Concretamente, la injerencia británica, tanto de forma directa desde Gran Bretaña como a través de su colonia de Gibraltar, resultaron ser determinantes en la contienda española y en el afianzamiento de Franco en el poder bajo un régimen dictatorial.

Existía un generalizado rechazo del Gobierno británico hacia la Segunda República española que se puso de manifiesto de inmediato tras su proclamación en 1931. La idea de que los postulados revolucionarios soviéticos se extendiesen por Europa había creado gran malestar en el Reino Unido, y más aún cuando el peligro podía provenir de forma más directa de España, donde los británicos contaban con el valioso enclave de Gibraltar.

Gibraltar ante la Guerra Civil española

Si la injerencia británica no ha sido bien estudiada, menos lo ha sido el papel jugado por Gibraltar, papel que creemos decisivo pues es muy probable que una parte del planteamiento y desarrollo de la insurrección militar de 1936 tuviese sus orígenes en Gibraltar y dado que tanto los políticos como los militares antirrepublicanos encontraron ahí un fuerte apoyo.

La proclamación de la Segunda República en España había generado en los británicos una desconfianza que se vio confirmada tras las diversas medidas tomadas por los sucesivos gobiernos republicanos, que perjudicaban fundamentalmente a sus intereses económicos, y que se acentuaría aún más con la victoria del Frente Popular en febrero del 36.

Durante 1934 se asistía en España a una progresiva radicalización política que desencadenó la revolución de octubre y que hizo saltar todas las alarmas en la ya recelosa Gran Bretaña, y también y en proporciones distintas en toda Europa. El Foreign Office consideraba que la situación política española era en esos momentos irreversible. La amenaza de que el comunismo se instaurase en el país era una temida y cada vez más cercana realidad. No obstante, la determinación en la intervención de Franco para aplastar el conato de revolución, y la forma en la que lo realizó, fue considerada por los británicos como sumamente eficaz y, al mismo tiempo, albergaba la esperanza de poder contener el avance ideológico bolchevique.

Conjuntamente y por estas fechas, para Juan March, en su particular y abierta lucha por derribar el sistema republicano, la solución del país no pasaba por la regeneración de la República, que consideraba un sistema degenerado y convulso, ni tampoco por la restauración monárquica por la que abogaban muchos de los militares antirrepublicanos. Su solución debía pasar por una intervención militar. Así, March se acerca a Franco, al que considera el militar más capacitado para acabar no solo con el Gobierno de ese momento, sino con la Segunda República como modelo de Estado, y le ofrece su total apoyo, apostando por un gobierno militar dirigido por él.

De este modo, a los intereses económicos británicos, y también a los de otras naciones, se une el de un amplio sector del empresariado español con el propio Juan March a la cabeza.

El magnate mallorquín logra que la balanza se incline a su favor para que fuese aceptado, también en el ámbito internacional, un levantamiento dirigido por Franco, un militar sin convicciones políticas definidas y que ya había demostrado en Asturias su determinación. Y, aunque elementos pro-monárquicos siguieron conspirando posteriormente, lo cierto es que la opción de una intervención militar contundente fue tomando una mayor consideración.

Franco, muy ambicioso en el plano personal, despertaba, aun contando con el respeto de sus compañeros, gran recelo porque nunca manifestó un posicionamiento político definido y claro, haciendo de la indecisión y de la ambigüedad dos estratégicos y eficaces recursos para desarrollar sus principios ideológicos.

Esta indecisión, que aparentemente mantuvo hasta momentos antes de su entrada en acción en julio de 1936, no era debida a la incertidumbre en el éxito o fracaso del golpe contra la República, que siempre creyó posible llevar a cabo, sino por el temor de que gran parte del Ejército, muy monárquico, no lo apoyase. Un Ejército que veía todavía en Sanjurjo su jefe “natural” y el militar más respetado.

Por otro lado, una de las mayores preocupaciones de Londres era evidentemente Gibraltar. Esta plaza venía teniendo una mayor importancia desde finales del siglo XIX, debido al auge económico propiciado por el aumento en las relaciones comerciales, en particular, con América del Sur y Asia, al igual de por su ya probado valor geo-estratégico. Además de por su condición de puerto libre, que le permitía beneficiarse económicamente con relativa facilidad.

Los mayores impulsos económicos de Gibraltar han coincidido siempre con periodos de crisis políticas y militares internacionales. Como instrumento del Reino Unido sometido rigurosamente a sus directrices político- económicas, Gibraltar ha reaccionado siempre de forma perfecta como un eslabón más dentro del engranaje del Imperio británico. Su sociedad, con una anulada voluntad, sumisa y poco problemática, aparecía fuertemente jerarquizada y comprometida con los designios británicos.

Socialmente, Gibraltar contaba en estas fechas con una considerable colonia de españoles residentes y con la frecuente presencia de otros que, sin residir allí, pasaban largas temporadas. Los residentes conformaban un grupo compuesto en su mayoría por descendientes de familias aristocráticas españolas, empresarios y refugiados políticos de distintas ideologías, que variaba según el momento político que se vivía en España. De hecho gozaba al respecto de una gran tradición como refugio de discrepantes políticos españoles.

Las visitas oficiales y no oficiales de importantes autoridades españolas —sobre todo militares— a Gibraltar eran bastante frecuentes. Cualquier acontecimiento social, partidos de polo, carreras de caballos, paradas militares, fiestas en el palacio del Gobernador, etc., era una excusa suficiente para la asistencia de personalidades españolas.

Por lo tanto, no tenía por qué ser sorprendente ni llamar la atención pública la presencia de militares y de relevantes personajes españoles en la ciudad.

Así, cuando se producen las estancias en marzo y abril de 1935, en primer lugar de Franco, que acababa de ser nombrado Jefe Superior de las tropas de Marruecos, y de Martínez Barrio, y posteriormente de Sanjurjo y de Rico Avelló, pasan prácticamente desapercibidas o son contempladas con naturalidad por la población gibraltareña.

En 1935 el ambiente en Gibraltar con respecto a España es de absoluta desconfianza debido a su deriva política. La situación gubernamental española, que desde octubre de 1934 venía empeorando bajo una incertidumbre total, era ya, en los meses de abril y mayo, crítica.

Franco y Juan March en Gibraltar

Franco visitó Gibraltar el 8 de marzo de 1935 y se presentó no solo como la mejor opción para “arreglar” los problemas del país sino, también, como la solución que necesitaban los británicos para defender sus intereses en España. Con firmeza y convicción, mostró claramente que su intención ya no era regenerar el sistema republicano. Su postura representaba un viraje en la ideología, en los fundamentos de un futuro golpe de Estado, sobre todo en su concepción y finalidad, que hasta ese momento estaba siendo gestado por elementos monárquicos. No contemplaba una conspiración que condujese a un gobierno cívico-militar y así lo expuso ante los británicos. El golpe había de dirigirse contra el modelo republicano e iba a ser, ante todo, militar y realizado por militares que él personalmente iba a dirigir. A partir de ahí, la cuestión política aparecerá definitivamente en un segundo plano.

Una imagen de época de La Línea y Gibraltar. Una imagen de época de La Línea y Gibraltar.

Una imagen de época de La Línea y Gibraltar.

Juan March, como agente al servicio del MI6, había puesto en contacto a los militares conspiradores españoles con las autoridades locales y británicas, y la oligarquía empresarial gibraltareña. Más tarde, durante la contienda civil, se convertirá en el principal interlocutor entre los británicos y el Gobierno de Burgos. Es, con absoluta certeza, uno de los artífices de la conspiración para derribar la República y el principal financiador del golpe, y como tal organizará y coordinará gran parte de la ayuda extranjera que recibieron los militares insurrectos.

Contaba para esto con recursos económicos suficientes, que le sirvieron de aval para las concesiones de capitales extranjeros, y con la banca, en particular con el Kleinwort Bank, que se erigió desde 1935 en uno de los principales apoyos financieros para la causa rebelde, apoyos que serían canalizados siempre a través de él, valiéndose de sociedades y entidades propias como la Banca March.

Juan March dejó claro en Gibraltar que su financiación al golpe se haría efectiva siempre y cuando Franco asumiese totalmente el mando y encabezase el levantamiento. Su apoyo estuvo siempre condicionado a su persona y no de una forma genérica a los militares conspiradores contra la República. No quería interferencia alguna entre ambos.

La visita de Franco, pero, sobre todo, la reunión que mantuvo en el Rock Hotel, es sumamente importante porque, a partir de ese momento, quedaron atadas varias tramas, perfilándose algunas cuestiones necesarias, cuando no imprescindibles, para alcanzar los objetivos de los conspiradores. Quedó señalado que, dentro de las prioridades más inmediatas y precisas, estaban las de tipo logístico. Es decir, Franco necesitaba contar con Gibraltar, punto estratégico para controlar el paso del Estrecho, como base para operaciones de abastecimiento.

Se sabe que asistieron a esta reunión Charles Harington, gobernador de Gibraltar; Alex Beattle, secretario colonial; el capitán del puerto, Arthur Steele, y, probablemente, el almirante Fisher, que estaba en esa fecha en la ciudad por unas maniobras navales de la Royal Navy en el Estrecho. Las autoridades gibraltareñas acogieron con satisfacción las propuestas de los conspiradores, presentadas por Franco siempre con la garantía y el incondicional apoyo de Juan March, y habían de seguir con rigor y disciplina, como posteriormente se pudo comprobar, las consignas dadas por el Gobierno británico acerca de cómo proceder sobre la cuestión.

Se conjugaron en esta visita todos los intereses, humanos y materiales, existentes en acabar con el régimen republicano español. No se completaron todos los detalles referentes tanto de la colaboración británica como gibraltareña, pero la conspiración quedó básicamente diseñada en aquellos momentos: la ciudad se constituiría en un punto de conexión e interacción entre los conjurados españoles, británicos y empresarios locales, y de gestión de las ayudas materiales exteriores.

Destacadas personalidades británicas, algunas muy vinculadas con la colonia, respaldarán inicialmente y sin paliativos a los sublevados; otras lo irán haciendo después, influyendo trascendentalmente en la evolución de la contienda española. Una cuestión a menudo olvidada es que, en Gibraltar, los republicanos siempre pudieron contar con la simpatía de los sindicatos obreros y de las logias masónicas, pero tanto las autoridades como el sector social más acomodado estuvieron más próximos a los sublevados.

En la citada reunión se insistió en que los intereses económicos extranjeros, en particular los británicos, no solo no correrían peligro al desaparecer el régimen republicano, sino que se verían salvaguardados. March y Franco serían piezas claves en esa nueva situación, y así lo vieron en el Foreign Office, que apostó por el nuevo orden e incluso llega a plantearse intervenir directamente en la cuestión.

Franco abandonó Gibraltar con su postura fortalecida y con la certeza de que el golpe no podría esperar mucho más. Pero el planificado levantamiento no se efectuaría en 1935 porque, como se percató Franco semanas después, cuando estuvo al frente del Estado Mayor, el Ejército no estaba unido, y pudo también comprobar personalmente que no contaba con el apoyo de un amplio sector de los militares conspiradores. Tanto Sanjurjo como Mola advirtieron que el Ejército -en particular la UME- no secundaría un golpe dirigido única y exclusivamente por Franco. Fue el momento en que ideología, legitimidad y obediencia jerárquica militar pasaron a ser para Franco cuestiones meramente circunstanciales.

Artículo publicado en el número 54 de Almoraima. Revista de Estudios Campogibraltareños (Abril de 2021).

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