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El talento no basta

Tribuna de opinión

He tenido que soportar en muchas ocasiones comentarios hirientes y desconsiderados sobre nuestro pueblo de gente que parecía instruida pero que solo tenían conocimiento de él a través de los noticiarios

Una némesis tecnológica

Una vista aérea parcial de la ciudad de Algeciras. / Andrés Carrasco
Manuel Fernández Guerrero

Algeciras, 26 de mayo 2025 - 04:01

Unas semanas atrás fuimos a merendar a casa de un buen amigo y colega, profesor universitario en Canadá ahora jubilado. Vino a Algeciras por primera vez en los años cincuenta del siglo pasado y desde entonces ha mantenido una relación de afecto con la ciudad en la que vive desde hace mucho tiempo. Vino aquí porque, teniendo un contrato para la docencia universitaria en los EEUU, tenía por delante un año antes de irse y había que ganarse la vida. Buscando trabajo, se presentó en el Ministerio de Educación y obtuvo una entrevista con el funcionario que asignaba las plazas del profesorado en los institutos. Este amable señor rebuscaba entre sus documentos sin, a su juicio, encontrar un lugar adecuado para mi amigo y su esposa, hasta que en un momento determinado, arrugando la frente y subiendo los hombros en un gesto de derrota y conmiseración les dijo: “bueno, como no quieran ustedes irse a Algeciras”.

Creo que esta anécdota ilustra bien lo que durante mucho tiempo se pensaba de Algeciras, un lugar perdido en el sur de España, pobre e ineducado, lleno de contrabandistas al que nadie quería venir. Me temo que en muchos ambientes ese juicio severo aún permanece si usted quita lo de contrabandistas y pone traficantes de drogas y corrupción. Yo, que he desarrollado mi carrera profesional fuera de Algeciras, he tenido que soportar en muchas ocasiones comentarios hirientes y desconsiderados sobre nuestro pueblo de gente que parecía instruida pero que solo tenían conocimiento de él a través de los noticiarios; gente para las que esas noticas se constituían en barreras que hacían imposible pensar que de aquí pudiera salir algo bueno. Cuántos disgustos y decepciones me han producido rebatir esas ideas erróneas y degradantes.

Cuando se pasa tiempo fuera de Algeciras y uno vuelve a tomar contacto con la realidad algecireña, pronto capta la riqueza y dinamismo creativo de esta sociedad que se expresa en actos culturales, conciertos, conferencias, exposiciones además de publicaciones de artículos y libros. Siendo ahora testigo de todo esto experimento la certeza de en Algeciras hay talento.

No soy yo quién para hacer la nómina de los ilustres algecireños que han dado y dan brillo a la ciudad pero recientemente he tenido la oportunidad de asistir a dos hechos memorables protagonizados por mujeres de Algeciras que nos enorgullecen: un concierto y la presentación de un libro.

Irene Delgado-Jiménez es una joven directora de orquesta que en un arduo, difícil y largo viaje desde este pueblo ha llegado hasta Viena, Olimpo de la música clásica. Sin duda se trata de una mujer salida de aquí, con talento natural, determinación y una fuerte personalidad, alimentado todo ello por una férrea disciplina e innumerables horas de estudio lo que permite aventurarle un futuro de éxito. Emilia Luna, una escritora dotada de gran talento, simpatía y capacidad para compartir sentimientos, ha publicado colecciones de cuentos y hasta la fecha un par de novelas en las que ha desarrollado con un lenguaje fluido, rico y poético con el que conecta estrechamente con el lector temas profundos. Lo mismo que la música es un arte exigente que requiere dominio, estudio incesante y sensibilidad para captar la atmósfera contenida en una partitura, la creación literaria precisa un extenso conocimiento de la lengua, de las técnicas narrativas y de un amplísimo bagaje intelectual adquirido en infinidad de lecturas, un proceso fruto de una inquebrantable voluntad y una esmerada educación. Si en estas mujeres el talento para comunicar ideas, emociones y experiencias a través de la música o la palabra parece una cualidad innata, el trabajo disciplinado y la fuerza de voluntad han sido determinantes en la consecución de sus extraordinarios logros. El talento, no basta y como solía decir nuestro afamado paisano, “toco la guitarra hasta que me duele el cielo de la boca”.

De Algeciras son un Premio Príncipe de Asturias de las Artes, un Premio Nacional de Música, catedráticos de universidad y gente que destaca en diferentes disciplinas artísticas, deportivas y académicas además de montones de excelentes profesionales que en nuestro pueblo y fuera de él desarrollan con brillantez su actividad. Si el “espíritu sopla donde quiere”, sin duda por estas tierras ha sido generoso.

Todos estamos dotados de alguna cualidad, don o capacidad y me pregunto cuánto talento se está ahora incubando en nuestros colegios e institutos y cuántos se marchitarán antes de brotar. La responsabilidad y la conveniencia obligan a cultivar ese talento que contribuye al desarrollo personal y social. Es algo que pertenece a la sabiduría perenne del Evangelio. Nos corresponde como ciudadanos pero también y mucho a nuestras autoridades y responsables políticos y académicos, cuidar y estimular ese embrión de talento sin estrangular la libertad. Como también realizar un trabajo incansable de educación, de mejora de nuestras condiciones vida, de desarrollo económico al que suele ir ligado en nivel educativo, sin olvidar los barrios periféricos como en el que nació y se crió nuestro más afamado paisano. En suma, creer en nosotros mismos porque todos con nuestras iniciativas debemos sentirnos comprometidos con esa noble tarea.

Una sociedad instruida y educada a la orilla de un mar por donde sale el sol con una boscosa sierra a poniente, es el paradigma del lugar en el que uno querría vivir. Algeciras no debería ser ya la ciudad a la que “uno viene llorando” y para nuestro consuelo “se va llorando”. Algeciras debe ambicionar que se hable bien de ella y de su gente, que las personas como mi viejo amigo profesor nunca se vayan. Que el talento, que surge donde quiere, encuentre un tejido abonado que lo haga fructificar.

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