Una némesis tecnológica
Tribuna de opinión
Nuestra situación en el mundo como seres humanos es precaria, ya que nada nos asegura la continuidad de nuestro bienestar en el tiempo y llevar una vida sin sobresaltos
La calle de mi infancia
El día del apagón no pude calentar el guiso que había hecho unas horas antes aunque solucionamos la comida con una buena ensalada y atún en conserva. Lo peor fue que no pudimos abrir la cancela del portal de nuestro piso que alguien decidió electrificar hace algún tiempo. Qué horror si se hubiese tratado de un incendio con corte de luz. Así que me quedé en casa y tuve tiempo de reflexionar sobre nuestra dependencia tecnológica. Enseguida me vino a la cabeza la película Parque Jurásico y la que se monta allí sin poder escapar de aquellos monstruos porque “todo tenía que estar electrificado” (sic).
El desarrollo de las sociedades humanas ha sido posible gracias a la tecnología. Desde la domesticación del fuego o las hachas de sílex hasta los vuelos transoceánicos o la inteligencia artificial, la tecnología ha estado siempre presente en toda la historia humana, es algo distintivo de nuestra especie. Sin embargo creo que una exagerada dependencia de la tecnología es quizás el hecho más definitorio del ser humano del siglo XXI. Seguramente nunca antes la vida del hombre estuvo más condicionada por elementos ajenos a su propia condición humana que en la actualidad. Ya sé que este enorme desarrollo científico y técnico al que hemos llegado es resultado de la propia actividad cerebral de los seres humanos que en el devenir de la historia han alcanzado conocimientos y técnicas que nos han permitido controlar la naturaleza y nos han hecho la vida más fácil, confortable y segura. Por decir algo cuyo impacto es fácil de comprobar en nuestras vidas, citemos la tecnología médica o los medios con los que nos movemos entre ciudades y continentes. O más sencillo aún: el maravilloso sistema que nos calienta el agua con la que nos duchamos cada mañana y desde luego, la luz eléctrica.
En un mundo globalizado, las conexiones y flujos tecnológicos entre países, la colaboración e intercambio de conocimiento entre estados, organizaciones privadas, universidades y otros estamentos con sus sistemas de control que parecen asegurar la eficiencia, nos ha llevado a un situación que me atrevo definir como de “pedantería industrial” en el que creemos que todo va a funcionar bien, que tenemos garantizado el bienestar y asegurado el día a día de nuestras vidas y que nada, salvo un inoportuno meteorito o un virus salido de la garganta de un murciélago, nos va a amargar la existencia. Aunque la ciencia y la tecnología son moralmente neutros, ambos despiertan fe y esperanza y para muchos se constituye en una nueva religión cuyo límite no puede ser otro que la ética.
Pero no es este el lugar para afrontar esos problemas de fondo ni entrar en consideraciones morales o de otra naturaleza. Lo que quiero destacar es el incontrovertible hecho de que nuestra situación en el mundo como seres humanos es precaria, que nada nos asegura la continuidad de nuestro bienestar en el tiempo y llevar una vida sin sobresaltos. Porque a veces se hace presente Némesis, la diosa griega de la venganza, de la indignación, la que se opone a los arrogantes y castiga la desmesura. Quizás sea desmesura un término aplicable al momento presente.
El apagón generalizado del 28 de abril de 2025 ha puesto de manifiesto el caos que en las grandes ciudades puede determinar un fallo tecnológico: problemas de transporte, de circulación viaria, de abastecimiento, de atención médica, de comunicaciones, de tener dinero en el bolsillo. Niños varados en los colegios, gente durmiendo en la calle, personas que viviendo a kilómetros de sus trabajos, no podían volver a sus domicilios ni sacar dinero de un cajero automático para pagarse un taxi. En mi caso no poder salir de casa porque la llave de siempre ya no abre el portal. Pérdidas económicas y desconfianza en las autoridades y por supuesto, alimento para la bronca política y guerra de competencias entre proveedores de electricidad.
Némesis a veces castiga nuestra dependencia de la tecnología con una intromisión en nuestras vidas, ya sea un corte del suministro eléctrico o, como ya puso de manifiesto el brillante crítico social Ivan Illich en los años 70 del siglo pasado, con las indeseables consecuencias de la irrupción de la tecnología médico-farmacéutica en nuestra cotidianidad. Es lo que hay y conforme avancemos en nuestra dependencia tecnológica, es de prever que surgirán inesperadas dificultades y problemas que complicaran nuestra vida en común. Yo sugiero dos estrategias para enfrentar futuros desafíos. Una de aplicación general y otra que no puede trascender del ámbito personal.
Ciencia y tecnología van muy a menudo de la mano y los avances científicos a veces conducen a aplicaciones tecnológicas que son usadas en nuestro beneficio. Como apuntaba Herbert Spencer en el siglo XIX, la ciencia está en permanente evolución y los problemas que ella misma genera, necesitan la herramienta de la ciencia para abordar su solución. En corto, los problemas de la ciencia/tecnología se deben enfrentar con más ciencia y mejoras técnicas y organizativas. En cuanto a la vertiente individual, uno podría aspirar a una quimérica independencia tecnológica y volver al teléfono de pared o escribir con pluma y papel en vez de usar el ordenador como yo estoy haciendo ahora y mandar el artículo al periódico con una paloma mensajera. Pero no se trata de volver a una simplicidad anterior. Se trata de alcanzar una conciencia crítica, de analizar ventajas e inconvenientes cuando usamos o vamos a instalar un dispositivo electrónico y no dejarse llevar por una interesada tendencia que dice que siempre es mejor lo más moderno y automatizarlo todo. En fin, ustedes, con más imaginación que yo, podrán ordenar su repertorio de uso tecnológico y les ruego que me sugieran las formas de liberación que hayan encontrado.
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