Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Algeciras, una ciudad portuaria en el estrecho de Tarifa (siglos VIII-XIX)
En 1303 el sultán de Granada, Muhammad III, firmó un acuerdo de paz por tres años con Fernando IV, rey de Castilla. Once años antes, en 1292, el rey Sancho IV había logrado arrebatarle a los meriníes la estratégica ciudad de Tarifa. Con la entronización del emir norteafricano Abu Tabit Amir en 1307 se inició una nueva etapa de las relaciones entre el Magreb y la Península Ibérica caracterizada por el abandono de los magrebíes del suelo peninsular y la supremacía granadina que, aprovechando el repliegue de los norteafricanos, se anexionaría Ceuta y recuperaría la soberanía sobre Algeciras en el año 1306, después de treinta y un años de dominio de los emires de Fez.
En ese año, acosado el emir Abu Yaqub ben Yusuf por diversas rebeliones y conflictos familiares, entre ellos la sublevación del príncipe Utmán ben Abi-l-Ula, que aspiraba a ocupar el trono de Fez, con el que el sultán de Granada, Muhammad III, había entablado conversaciones para darle su apoyo, los meriníes se vieron obligados a retirarse a sus posesiones del Magreb y Granada pudo recuperar Algeciras.
El sultán nazarí pondría el punto de mira en el norte de África. Ceuta, centro mercantil de primer orden, se había alejado de la órbita de Fez y se presentaba como una fruta madura para los intereses expansivos de los nazaríes. Después de ganarse la obediencia de la guarnición de la ciudad norteafricana, según refieren Ibn Jaldún e Ibn Abi Zar, los granadinos enviaron desde Algeciras una escuadra formada por ciento veinte navíos y se apoderaron de Ceuta el 13 de mayo del año 1306 con la connivencia de su gobernador. Los nazaríes habían cumplido el sueño de Muhammad I de dominar las dos orillas del Estrecho.
Al año siguiente fue asesinado el emir meriní Abu Yaqub ben Yusuf y entronizado su nieto Abu Tabit Amir, cuyo reinado fue breve, pues murió en el año 1308. Sin embargo, el dominio de ambas orillas del Estrecho por los nazaríes no podía ser aceptado por los otros reinos y emiratos que tenían intereses en la zona. Granada se verá acosada por todos los frentes: aragoneses y meriníes firmaron un pacto por el que el rey de Aragón ofrecía ayuda naval a los norteafricanos para que tomarán Ceuta a cambio de recibir 3.000 zafras de grano, 2.000 doblas y el dinero, el ganado y todos los efectos que se hallaran al ser tomada Ceuta (según la Analecta Sacra Tarraconensia). Por otra parte, castellanos y aragoneses sellaron un acuerdo en Alcalá de Henares en diciembre de 1308 con el objetivo de conquistar parte del reino de Granada. Dicha conquista se iniciaría con el sitio de Algeciras, que sería cercada por Castilla, y de
Almería, empresa que correría a cargo de Aragón. Mientras tanto, aragoneses y meriníes, coaligados, tomaron Ceuta por asalto en 20 de julio de 1309, aunque, según Ibn Jaldún no fue necesario el asalto de la ciudad, puesto que los ceutíes se rebelaron contra las autoridades granadinas y abrieron las puertas de la ciudad a las tropas norteafricanas y aragonesas.
Aprovechando la decadencia meriní y la derrota sufrida por Granada en el asunto de Ceuta, el 30 de julio del año 1309 el rey Fernando IV puso sitio a Algeciras, mientras que Jaime II de Aragón hacía lo propio con Almería. El sitio se alargó durante todo el verano de aquel año y al llegar el mes de septiembre, tuvo noticias el rey de Castilla que la vecina fortaleza de Gibraltar se hallaba mal defendida, enviando a don Juan Núñez, a don Alonso Pérez de Guzmán y al arzobispo de Sevilla con sus huestes para que cercaran y tomaran la ciudad. Sin gran esfuerzo los castellanos lograron rendir la fortaleza de Gibraltar. El sitio de Algeciras continuó, aunque no sin dificultades en el bando cristiano, pues la falta de vituallas y las desavenencias surgidas entre algunos nobles y el rey, restaban eficacia a una campaña que necesitaba, sobre todo, coordinación entre las diferentes fuerzas intervinientes.
No obstante, peor era la situación de los defensores nazaríes que, sin poder recurrir a su tradicional aliado norteafricano -aún dolido por la pérdida de Ceuta-, se enfrentaba en solitario a las poderosas fuerzas navales y terrestres de Castilla y Aragón que podían arrebatarle dos de los principales puertos de su reino: Algeciras y Almería. Por una carta enviada por el Vizconde de Castellnou a Jaime II, sabemos que uno de los defensores de Algeciras, que se había pasado al campo cristiano, había comunicado al rey don Fernando que “en la ciudad no había cosa alguna de comer, sino solamente pan, ni aceite, ni higos, ni manteca, ni atún salado del que solía haber mucho, pero que por causa de vuestras galeras no habían podido pescar”.
Pero, como en ocasiones anteriores, volvió a surgir la capacidad diplomática nazarí en los momentos más desesperados: en el otoño de 1309 -una vez que los castellanos se habían apoderado de Gibraltar-, el rey de Granada llegó a un acuerdo con el sultán meriní mediante el cual le cedía las ciudades de Algeciras y Ronda, con los castillos de ellas dependientes, a cambio de su ayuda frente a los castellanos que asediaban Algeciras. El emir meriní Abu l-Rabi envió dinero, armas y un ejército a al-Ándalus con lo que los granadinos se hallaban en condiciones de igualdad con respecto a castellanos y aragoneses. En el campo cristiano, en cambio, las cosas habían empeorado. Al llegar el invierno, a la escasez de provisiones se había unido la marcha del cerco de don Juan Manuel y de otros nobles con sus mesnadas por unas diferencias surgidas con el rey. Ante este panorama, Fernando IV aceptó aliviado la propuesta de los nazaríes de que levantara el cerco a cambio de recibir las villas de Bedmar y Quesada y cincuenta mil doblas de oro. Por segunda vez, Algeciras resistía el asedio de un rey castellano.
El período que abarca el reinado del sultán meriní Abu Sa‘id Utmán (1310-1331) se caracteriza por la reorientación de la política exterior meriní hacia el Magreb y el abandono, por el momento, de sus aspiraciones de dominio en la Península Ibérica, renuncia provocada, sobre todo, por la situación de inestabilidad interna y de rebeldía que sufría el sultanato y por el enfrentamiento que mantenía con sus agresivos vecinos Abd al-Wadíes.
Abu Sa‘id renunció a intervenir en al-Ándalus, hasta que en el año 1326, controlada la disidencia interna en su emitato y alejado el peligro que representaban los Abd al-Wadíes, respondiendo a la petición de ayuda solicitada por el sultán de Granada, envió tropas al otro lado del Estrecho. Un año más tarde, a cambio de la ayuda prestada, Muhammad IV entregó Ronda y Marbella a los meriníes y, en 1328, les dio el codiciado puerto de Algeciras.
En el mes de agosto de 1331 asumió el sultanato meriní Abu l-Hasán que, consciente de la importancia que tenía Algeciras para sus proyectos expansivos en la Andalucía cristiana, dotó a esa ciudad de una numerosa guarnición y situó en su puerto una nutrida escuadra. Según la Gran Crónica, en el mes de septiembre del año 1332 el emir Abu l-Hasán “mandó armar galeras y otros navíos, los más que pudo, y envió a su hijo que decían Abomelique, y pasó allende la mar, desembarcando en Algeciras con un ejército de 7.000 caballeros”. Este sultán tendrá como una de sus prioridades en política exterior la Guerra Santa contra los cristianos, como su antepasado el emir Abu Yusuf, embarcándose en una nueva y decisiva guerra en al-Ándalus.
En 1333 reconquistó Gibraltar, que la tenían los castellanos desde el año 1310, y estableció un poderoso ejército en Algeciras al mando de su hijo Abd al-Malik (el Abomelique de las crónicas castellanas). Aliado con el sultán granadino amenazó con invadir la Andalucía cristiana comenzando por Tarifa, ciudad que había sido tomada por el rey de Castilla, Sancho IV, como se ha referido, en 1292.
Desde Algeciras, el emir meriní marchó con su ejército en dirección a Tarifa, sitiándola el 23 de septiembre de 1340, según la Gran Crónica. Los musulmanes concentraron sus ataques sobre el flanco occidental, donde la existencia de una colina permitía dominar la muralla y la torre albarrana que la Crónica denomina de Don Juan. El asedio se prolongó por espacio de un mes sin que los sitiados dieran muestras de debilidad. Entretanto, Alfonso XI había solicitado la ayuda de su suegro, el rey de Portugal, y de Pedro IV de Aragón, con los que esperaba formar un potente frente antimusulmán que le permitiera, primero levantar el cerco de Tarifa, y después cortar de raíz las aspiraciones expansionistas de Abu l-Hasán.
El día 30 de octubre de 1340, en la llanura que forman los río Salado y de la Vega al oeste de la ciudad de Tarifa, se enfrentaron, por un lado los ejércitos coaligados de Castilla y Portugal y, por otro, los de Granada y Fez. La batalla de Salado -de Tarifa o de los Cuatro Reyes, según las crónicas árabes-, acabó con la derrota de las fuerzas musulmanas, el levantamiento del cerco de Tarifa, el retorno precipitado de Abu l-Hasan a Marruecos y el abandono definitivo de los proyectos expansivos meriníes en la Península Ibérica. Dos años más tarde, el rey de Castilla acometería la campaña más importante de su reinado: el cerco de Algeciras.
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