El Pleno más incómodo del año en Algeciras a causa del caso Landaluce y la denuncia por acoso sexual que nadie nombró

La Corporación aprobó sin sobresaltos la ampliación de la deuda municipal mientras el “caso Landaluce” flotaba en el ambiente como un secreto a voces que todos oían y nadie se atrevió a pronunciar

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Landaluce accede al salón de Plenos con gesto sereno y la mano derecha sobre el pecho, seguido de sus concejales y acompañado por el aplauso de los asistentes.
Landaluce accede al salón de Plenos con gesto sereno y la mano derecha sobre el pecho, seguido de sus concejales y acompañado por el aplauso de los asistentes. / Erasmo Fenoy

El Ayuntamiento de Algeciras amaneció este jueves con espumillón en las barandillas y un silencio denso en los pasillos, de esos que sólo se rompen con el crujir de un pascuelo cuando alguien lo roza por accidente. A las puertas del edificio, la brisa arrastraba el olor a café que escapaba del bar Coruña, donde los parroquianos, siempre más rápidos que la prensa, ya habían resuelto el misterio del día: “Dicen que el alcalde ha asaltado el tren postal de Glasgow”, murmuró uno, sin que nadie se tomara la molestia de desmentirlo. En Algeciras, donde el humor es una forma de supervivencia, la línea que separa la ironía del titular es cada vez más borrosa.

El salón de Plenos no olía a trámite, sino a incienso frío y nervio caliente, como un camerino antes de que la diva salga al escenario

El caso es que, a las 13:00 en punto, el Pleno extraordinario se convocaba con un propósito tan técnico como aburrido: autorizar al alcalde, José Ignacio Landaluce, a firmar con el Ministerio de Hacienda una ampliación de veinte años para amortizar la deuda municipal. Un trámite, decían. Un folio más en el largo expediente de deberes financieros. Pero aquel salón de Plenos no olía a trámite, sino a incienso frío y nervio caliente, como un camerino justo antes de que la diva salga al escenario después de que la prensa haya publicado que mantiene un romance con el apoderado del circo.

Porque lo que verdaderamente se ventilaba este jueves no estaba escrito en el orden del día. Veinticuatro horas antes, el PSOE había presentado ante la Fiscalía del Tribunal Supremo una denuncia contra el alcalde por presuntos delitos de malversación, tráfico de influencias y acoso o abuso sexual.

José Ignacio Landaluce entra sonriente en el salón de Plenos, arropado por simpatizantes y con sus concejales del PP formando un muro de apoyo a su espalda.
José Ignacio Landaluce entra sonriente en el salón de Plenos, arropado por simpatizantes y con sus concejales del PP formando un muro de apoyo a su espalda. / Erasmo Fenoy

La entrada en escena

Cuando Landaluce apareció —corbata negra, gesto terso, paso firme— acompañado por sus quince concejales, la escena tuvo algo de homenaje involuntario a Isabel Pantoja caminando por Marbella del brazo de Julián Muñoz. El alcalde, como la tonadillera, parecía haber ensayado delante del espejo. Sonrió con ese tipo de sonrisa que no se siente, sino que se ejecuta. “Dientes, dientes, que eso es lo que les jode”, susurraba el aire, o tal vez las miradas cómplices de sus concejales, alineados tras él como un coro afinado en la nota del apoyo incondicional.

Las malas lenguas aseguraban que el PP había convocado discretamente a simpatizantes para dar calor humano al Pleno

La sala estaba llena hasta la bandera. Las malas lenguas —que en Algeciras suelen ser las mismas que las buenas, sólo que en distinto horario— aseguraban que el PP había convocado discretamente a simpatizantes para dar calor humano, por aquello de que un Pleno, como las iglesias en invierno, se lleva mejor con abrigo social.

Los pascuelos parecían más rojos que nunca. Tal vez por contraste.

Aspecto del salón de Plenos, repleto hasta la bandera, en una jornada con ambiente de expectación casi taurina.
Aspecto del salón de Plenos, repleto hasta la bandera, en una jornada con ambiente de expectación casi taurina. / Erasmo Fenoy

Como si nada hubiese ocurrido

El Pleno arrancó con la solemnidad habitual: papeleo, lecturas, intervenciones medidas… Y una estudiada ausencia de elefantes en la habitación. Ni una sola palabra sobre la denuncia. Ni una sola mueca que delatara el enorme tabú que ocupaba el centro emocional del salón. Si alguien hubiera entrado sin contexto, habría pensado que lo verdaderamente grave del día era la vida útil de los créditos municipales.

Vox, representado por un Antonio Gallardo en manga corta —como si el invierno fuese una fake news inventada por los meteorólogos—, resbaló apenas: “Es un Pleno incómodo”. Fue el único momento en que el aire se movió. Después, volvió a congelarse.

Intervención de Antonio Gallardo (Vox), en manga corta pese al invierno, al inicio de un Pleno que él mismo calificó como “incómodo”.
Intervención de Antonio Gallardo (Vox), en manga corta pese al invierno, al inicio de un Pleno que él mismo calificó como “incómodo”. / Erasmo Fenoy

Desde la bancada socialista, Rocío Arrabal guardaba silencio, como el alumno aplicado al que le han pedido que no corrija al profesor delante de la clase. Su intervención sobre el acuerdo financiero fue limpia, técnica y aséptica.

Fuera del salón, sin embargo, su voz sí había sonado contundente. Minutos antes, frente a los micrófonos y mientras un grupo de escolares chillaba camino del belén municipal, Arrabal había dicho que lo que más le preocupaba eran las presuntas consecuencias del acoso: “Aquí las víctimas somos las mujeres. No hay más víctimas.” Y añadió, sin titubeos, que era “una auténtica vergüenza” que Landaluce siguiera "un segundo más" como alcalde.

A su alrededor, los niños correteaban sin saber que estaban participando en la metáfora política más precisa del día: una ciudad intentando seguir su curso mientras los adultos discuten quién rompió el jarrón.

Rocío Arrabal toma la palabra mientras Landaluce, desde la presidencia del Pleno, repasa documentos sin levantar la vista.
Rocío Arrabal toma la palabra mientras Landaluce, desde la presidencia del Pleno, repasa documentos sin levantar la vista. / Erasmo Fenoy

La guerra del relato

Dentro del Pleno, la voz más belicosa fue la de la concejal de Hacienda, María Solanes, que defendió a Landaluce con una firmeza casi apostólica. Llevaba chaqueta de cuero, gesto afilado y un tono que habría intimidado incluso a un auditor estatal. “La última verdad y la más dura: este Ayuntamiento está caminando hacia el futuro. Y ese futuro no lo van a frenar con ataques”, dijo mirando fijamente a Arrabal, su antagonista política, como dos heroínas trágicas enfrentadas en la escena final de una zarzuela que aún no ha decidido si quiere ser drama o comedia.

“Algeciras hoy está mejor que nunca… en materia económica”. Fue quizás el único momento del Pleno en el que el expediente de la deuda pareció adquirir entidad literaria.

La política, ya se sabe, no siempre le concede al espectador el final que desearía

Entre el público, una señora de segunda fila se levantó murmurando algo sobre recoger a su nieto del colegio. Salió del salón igual que había entrado: buscando respuestas y llevándose sólo una prórroga de la deuda. La política, ya se sabe, no siempre le concede al espectador el final que desearía.

La concejal de Hacienda, María Solanes, defiende al equipo de Gobierno rodeada de los concejales del PP.
La concejal de Hacienda, María Solanes, defiende al equipo de Gobierno rodeada de los concejales del PP. / Erasmo Fenoy

El cierre

Tras la votación —16 votos a favor, trámite cumplido— Landaluce cerró la sesión con un deseo que sonó a villancico de posguerra: “Muchas gracias a todo el público que nos ha acompañado. A los creyentes, felices Navidades; a los no creyentes, feliz solsticio de invierno”. Fue la primera frase del día que no tenía doble significado. O sí, pero a esas alturas nadie estaba ya para disecciones semánticas.

A la salida, todo volvió a su sitio: los pascuelos, la barandilla con espumillón, la vida cotidiana. Pero algo había cambiado. Como dijo Lola Flores: “El brillo de los ojos no se opera”. Y el de los concejales —todos, de todos los partidos— llevaba un brillo extraño, mezcla de incertidumbre, estrategia y vértigo. Porque lo que ocurrió este jueves en el Ayuntamiento de Algeciras no fue un trámite. Fue un ensayo general de algo que aún no tiene nombre.

El alcalde, en chaleco y visiblemente distendido, charla con un grupo de escolares que se dirigían al belén municipal pocos minutos antes del comienzo del Pleno.
El alcalde, en chaleco y visiblemente distendido, charla con un grupo de escolares que se dirigían al belén municipal pocos minutos antes del comienzo del Pleno. / Erasmo Fenoy
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