Historias de Algeciras

Destino: Algeciras

  • El joven almeriense Manuel Iglesias Rubio fue reclutado por el Ejército en 1920 y destinado a Algeciras

  • El hijo del 'Gobernaó' llegó a una ciudad donde el desempleo era muy alto y el tejido industrial, muy escaso

El soldado Manuel Iglesias, con el uniforme del algecireño Regimiento Extremadura 15 (1920).

El soldado Manuel Iglesias, con el uniforme del algecireño Regimiento Extremadura 15 (1920).

Siguiendo la precuela de la serie publicada recientemente bajo el título de Algeciras durante el Desastre de Annual (1921-2021), viene a colación el presente trabajo de investigación, basado en la presencia en nuestra ciudad de soldados -uno local y dos foráneos- testigos de un modo u otro, de los tristes hechos acontecidos en tierras melillenses en aquel infausto comienzo para España de los “alegres” años veinte.

A pocos más de 80 kilómetros de la ciudad de Almería, se desarrollaba durante las dos primeras décadas del siglo XX, una importante actividad minera con capital británico, en un -hasta entonces- pequeño municipio llamado Serón. Aquella actividad industrial de extracción del hierro fue la que atrajo a un gran número de nuevos vecinos alcanzando la importante cantidad poblacional de 9.500 habitantes.

En aquel lejano -para estas tierras- municipio andaluz, y más concretamente en una cortijada conocida por los seronenses como de Los Gobernadores, perteneciente a la barriada de Los Donatos, vino al mundo en el último año del siglo XIX, concretamente el 14 de julio, un niño al que sus padres Francisco Iglesias Rubio, conocido en la zona como el Gobernaó, y Virtudes Rubio -a la sazón primos hermanos-, cristianaron con el nombre de Manuel. El hijo del Gobernaó pasó toda su vida, hasta alcanzar los veinte años, en su lugar de nacimiento, según información recabada de su nieto don Florencio Castaño Iglesias. 

El futuro soldado Manuel Iglesias Rubio, fue, como todos los jóvenes pobres de su generación, victima de la odiada por las clases populares Ley de Reclutamiento de Canalejas, aprobada en 1912. La necesidad de cumplir los compromisos adquiridos en el norte de África durante la Conferencia Internacional de Algeciras (1906), obligó al Estado a esta impopular reincorporación de soldados licenciados. La mayoría de los convocados se encontraban ejerciendo plenamente sus profesiones, teniendo muchos de ellos cargas familiares.

El descontento fue generalizado. Las protestas adquirieron especialmente una gran intensidad en la capital catalana, desembocando el gran descontento social en la llamada Semana Trágica de Barcelona, generándose duros enfrentamientos sociales, teniendo que intervenir el Ejército para sofocar la rebelión ciudadana. Con la aplicación de la nueva reforma del 12, Manuel, siguiendo el proceso administrativo de incorporación a filas, fue alistado el año en el que cumplía los 21 de edad, en su caso 1920, un año antes del Desastre de Annual. A Manuel para nada le sirvió ser el mayor de ocho hermanos, ni ser parte de los brazos, junto a los de sus padres, que procuraban el sustento para el resto de la familia. La fría maquinaria administrativa le envió sin compasión alguna, una citación que marcaría su obligado futuro como soldado: Algeciras.

Al contrario que en su pueblo natal, el soldado Manuel Iglesias al llegar hasta nuestra ciudad, no pudo observar una población en alza, el desempleo era muy alto, y salvo las obras del incipiente puerto, el tejido industrial de Algeciras era muy escaso. En aquel 1920, el soldado almeriense, bien pudo ser testigo de la recuperación por parte de los algecireños de una tradición religiosa que se remontaba al siglo XVIII,  como lo era la procesión de la Virgen del Carmen, patrona de los mareantes o gentes del mar.

Desarrollándose aquel sacro acontecimiento del siguiente modo: “Con extraordinaria brillantez, celebróse en la noche del pasado jueves 15 (no 16, como hoy es preceptivo), la procesión marítima de Nuestra Señora del Carmen. Desde el anochecer un inmenso gentío, llenaba la avenida de La Marina y los muelles. El espectáculo por la bahía, resultó lindísimo y sorprendente". Sin duda, para alguien como el joven Manuel Iglesias, nacido en el interior de la provincia almeriense, de ser testigo, tuvo que ser muy llamativa aquella marinera expresión religiosa.

En la calle Sacramento se encontraba el estudio fotográfico de Gázquez. En la calle Sacramento se encontraba el estudio fotográfico de Gázquez.

En la calle Sacramento se encontraba el estudio fotográfico de Gázquez.

Dado el destino asignado, el soldado seronés ocuparía su camastro en el dormitorio de tropa del Regimiento Extremadura nº 15, situado en el cuartel de El Calvario, al norte de nuestra ciudad. Su corta experiencia castrense, a la espera de un más que posible traslado al norte de África, se vería marcada por la instrucción desarrollada en el espacio anexo del Fuerte de Santiago, y un más que detestable rancho, del cual y como se verificó en anteriores trabajos publicados, los reclutas con posibles se libraban, no viéndose por ello mermado el peso corporal de quienes podían permitirse tal lujo.

Tal cantidad de sobrantes presentaba diariamente aquella “comida”, que  las tales sobras eran licitadas, según se hacía publico anualmente; y con lo cual cierta rentabilidad -a costa de los estómagos de los pobres quintos- se aseguraba: “Subasta ante el Sr. Comandante Mayor del Regimiento Extremadura Nº 15, para la adjudicación de los desperdicios de la cocina del mismo. El Comandante Mayor Carlos Redondo”. Sin duda alguna, aquellos pobres reclutas llegados muchos de ellos de sus pequeños terruños, se acordarían del puchero materno, tan magistralmente descrito en la galdosiana obra titulada Ángel Guerra, en la que uno de sus personajes expresa: “Puchero sustancioso, con su poco de gallina, su jamón y hueso de vaca”. Pero la realidad era que el pueblo y el tan ansiado puchero, quedaban muy lejos.

Por otro lado, y en cuanto a las anticuadas instalaciones del decimonónico cuartel que le daba albergue al hijo del Gobernaó, difícilmente podría saber éste, que el por entonces diputado provincial y algecireño de pro Emilio Morilla, estaba apoyando conjuntamente con las autoridades militares “el proyecto de construcción de un cuartel para el Regimiento de Infantería de Algeciras, que importa cuatro millones de pesetas  debiéndose ejecutar las obras por contrata, mediante subasta de carácter local”. La presión de los rifeños en definitiva, demandaba la presencia de un mayor número de tropas en este lado del Estrecho. 

Manuel, como todo joven sin experiencia de vida, abordaría su realidad con la inconsciencia propia de la edad; y así, quizá para calmar visualmente a sus padres y al mismo tiempo tener un recuerdo para el futuro de su paso por la milicia, el seronés decidió fotografiarse vestido elegantemente de soldado en uno de los estudios algecireños de la época. Pudiéndose tomar la instantánea, tal vez en el número 34 de la calle Castelar, domicilio fotográfico de don Trinidad Díaz; también pudo ser el posado de tan abigarrado infante realizado en el conocido estudio de los Sres. López y García, sito en la calle Alfonso XI, 23. Aunque todo apunta, dada su gran popularidad, que tras aquel retrato se encontrase la autoría del apellido Gázquez; ya fuera en su establecimiento abierto en el número 1 de la calle Monet, o en el existente en el número 6 de la calle Rafael de Muro (Sacramento). Sea como fuere su imagen vestido de soldado del Regimiento Extremadura 15, con los elementos que lo identifican, quedaría inmortalizado en uno de estos estudios fotográficos de nuestra ciudad.  

Por aquellos días, coincidiendo con la presencia en Algeciras del citado soldado, el Ayuntamiento local presidido por Juan González Olmedo, líder del partido monárquico, decide “convocar magna reunión en la Casa Consistorial de las fuerzas vivas para: “Protestar por la futura marcha del 1º Batallón del Regimiento de Extremadura 15 de guarnición en esta plaza al municipio de Jerez de la Frontera, considerándose un agravio y descortesía para la población de Algeciras”. De aquella magna reunión, surgió la idea de enviar sendos telefonemas al Rey, al Gobierno y al Diputado en Cortes. En concreto el dirigido a la Casa Real, expresaba: "Mayordomo Mayor de Palacio. Reunidos hoy representación fuerzas vivas de Algeciras acordaron suplicar vuecencia eleve hasta Trono solicitud obtener decisivo apoyo magnánimo corazón amado monarca para quede sin efecto incomprensible determinación del Gobierno ordenando sea destacado a Jerez el Batallón Extremadura que guarnece nuestra plaza". 

El mismo texto fue enviado al Ministro de la Guerra y al diputado por esta circunscripción electoral Torres Beleña. En aquellos telefonemas se recogía sin expresarlo, la inquietud de los pequeños empresarios locales, como por ejemplo, el pequeño almacén de maderas, propiedad de Juan Casero sito en el número 8 de la calle Pescadería; la cervecería Hispano-Anglo-Francesa, propiedad de Juan Martínez, sita en la calle Prim 7; o la gran sastrería abierta en el número 54 de la calle Sagasta (San Antonio), dedicada a prendas y uniformes militares. 

Preocupaciones a parte, el soldado Manuel Iglesias, quizá tuvo oportunidad de disfrutar, dados los especiales precios que la empresa administradora de la plaza de toros algecireña, contemplaba tradicional y patrióticamente para los soldados sin graduación; siendo el cartel de aquella Feria Real, el siguiente: Día 13 de junio 6 toros de la ganadería Marquesa Viuda de Tamarón, para los matadores Gallito, Belmonte y Belmontito. Día 14 de junio 6 toros de la ganadería de Parladés, hoy de Gamero Cívico, para los matadores Gallito, Belmonte y Chicuelo. Día 15 de la ganadería de D. Pablo Romero, para los matadores Gallito, Belmonte y Sánchez Mejías. Día 20 de junio se lidiaran 6 toros de la ganadería del Excmo. Sr. Conde de Santa Coloma, para los matadores Varelito, Sánchez Mejías y La Rosa. 

El citado joven de la provincia de Almería, vecino del cercano mar de olivos jienense, quedaría sorprendido al ser testigo de la carencia de aceite en esta ciudad de Algeciras en aquel año 20, cuando pudo observar en los establecimientos expendedores algecireños, según recoge el documento consultado: “Han de formar largas colas de esperas de tres y cuatro horas para recoger medio litro de aceite”. Esta grave situación de desabastecimiento, creó una importante disputa entre los gremios de churreros y los de freidores de pescado; pues mientras al primer grupo se le concedieron 2.340 litros, “graciosamente”, según los propietarios de las freidurías; a estos últimos les he negada la más mínima cantidad por la Junta de Subsistencia Regional para favorecer al gremio de “la masa frita”. 

Desabastecimientos aparte, Manuel, en sus diarios paseos por nuestra ciudad, además de los problemas ciudadanos expresados, observaría la belleza de las jóvenes locales, lo pintoresco de muchos de los rincones de la Algeciras de entonces, como el paseo de La Alameda -con La Perseverancia coronando la cima de El Calvario-, el siempre efervescente mercado de la plaza Palma, o la permanentemente ruidosa y bulliciosa Marina, que por aquel entonces se denominaba calle José Luís de Torres.

Sin duda, en las guardias realizadas en las garitas de su cuartel que dan al levante, quedaría asombrado de la belleza de la bahía, cuyas aguas un día no muy lejano, le llevarían al otro lado del Estrecho; aguardándole, como a tantos otros, el infierno del Rif. Y cuando la necesidad de la guerra lo demandó y los órganos militares competentes lo dispusieron, Miguel Iglesias Rubio partió para tierras del Protectorado español; allí, le esperaba la triste campaña de 1921. De él sabemos, gracias a su nieto Florencio Castaños, que regresó con vida del popularmente llamado: Matadero de Melilla. Y tras su vuelta, Miguel contrajo matrimonio con Remedios Membrive, y ambos fueron padres de ocho hijos. Y tras pasar por el Desastre del 21, el ya no tan joven seronés sufrió, junto al resto de la nación, el Desastre del 36 y su posterior -también desastre-, de postguerra. 

Muchos años después, y tras ser testigo de la transformación de la sociedad española, aquel imberbe almeriense que por tener 20 años y carecer de posibles fue destinado como soldado a nuestra ciudad, cerró por última vez sus ojos mientras la siempre desmemoriada patria por la que había dado su vida, celebraba la organización de un campeonato mundial de fútbol (1982). Deporte aquel, por cierto, que bien pudo ver practicar no lejos de su cuartel por el equipo local algecireño vestido de rojo y blanco. Tenía 83 años; y con su muerte se llevó consigo la visión de gran parte de la historia de nuestro país. Triste pasado colectivo del que fue obligado testigo y sufrido  protagonista.  

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