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Los cerdos vietnamitas en Algeciras, les cuento

El caso es un retrato de la España (animalista) del siglo XXI

Una cerda vietnamita y su cría en la calle Extremadura de Algeciras. / Erasmo Fenoy
José Manuel Serrano

04 de octubre 2019 - 19:52

Les cuento. A veces la realidad pone a disposición de los periodistas regalos impagables. ¿No les ha pasado nunca aquello de encontrar de pronto un billete olvidado en un bolsillo de un pantalón o una camisa? Qué sensación... ¿Verdad? Lo que entra por el cuerpo. Genial. Lo mismito que a Andrés Iniesta en el Mundial de Sudáfrica: el balón bota manso entre él y el ajusticiado portero holandés. La gloria a sus pies.

Eso es para alguien que junte letras el caso de los cerdos vietnamitas que campan por sus respetos por media Algeciras, un regalo impagable. Caminan libres por la vieja Isla Verde de las barriadas. La urbe meriní western. Calles sin tonterías. La historia se ha convertido en todo un retrato de nuestra sociedad meriní (los algecireños somos meriníes desde nuestra antigüedad árabe) y también, por qué no, de la España animalista del siglo XXI. Ay.

No me toquen los cerdos, que me conozco. Pues resulta que estos animales están legalmente considerados especie invasora. Primero son pequeñitos y hasta graciosos. Luego se ponen gigantones y amenazantes (sobre todo cuando hay crías de por medio). Los meriníes que los adoraron un día los echan a la calle luego. "Hala, no comen ná ni echan porquería los bichos. Ojú qué jartera. Venga, a darse un paseíto". Y si te he visto no me acuerdo. No les traduzco porque el meriní no es más que una variante del andaluz campogibraltareño y eso nos llega.

Los vietnamitas (por favor, me refiero siempre a los cerdos, jamás hablaría yo así de los compatriotas de Ho Chi Minh) se hibridan con los jabalíes (raza autóctona), comen y revuelven las basuras, pueden transmitir la triquinosis (ojú) y causan problemas en el tráfico porque quien tropieza con ellos con el coche o la moto ya no repite, si puede, la experiencia.

Y llega un momento en que han de tomarse cartas en el asunto. Vamos por partes: en España primero pasa un tiempo que podríamos denominar GPT: Gran Partido de Tenis. Ora el tema es del Ayuntamiento, ora es de la Junta de Andalucía. Ya lo sé, de la Junta. No, me he equivocado, que era del Ayuntamiento. No, de la Junta. No, espera. Confirmado. Era del Ayuntamiento. Sí, del Ayuntamiento. Es seguro. La pelota ha cruzado varias veces sobre la red. Unos mesecitos.

Y luego escójase el método. Agárrense. Éste que firma y se responsabiliza de este texto ha escuchado al abogado del Partido Animalista (PACMA) hablar de los cerdos refiriéndose a ellos como "estos pobres seres". El activismo no se queda ahí: el señor de la empresa encargada de retirarlos de calles y solares lleva tres semanas ganándose la confianza de los pobres seres. Les echa de comer. Los atrae con tiento. Los mima. Hasta los ha acostumbrado al metal del remolque y su trampilla-compuerta, para que no se den la vuelta. Que se sientan como en casa. Falta ponerles las babuchas y su café calentito. Qué cosas.

Pero nada. Habemus boicot. Llega gente y echa la trampilla-compuerta para que los cerdos no caigan en ella cual leones de Ángel Cristo. O, cuando han caído y el señor no está, echan a los animales para fuera y que no se los puedan llevar. Vivir para ver. Cuesta poco imaginarse la cara del señor. Está hasta la gorra. Qué paciencia.

Un último factor en juego, el peñazo que está recibiendo la concejala de Salud del Ayuntamiento de Algeciras, Montserrat Barroso, sobre el caso ya en fase trampilla-compuerta. Recibe mensajes de animalistas de toda España para que su estrategia (legal, porque los cerdos son ilegales) se detenga como sea. No me toquen a los cerdos, que me conozco. Y ella, mujer de Ciudadanos voluntariosa y decidida, nueva en esta plaza de la política, ahí anda. "No habrá crueldad en absoluto, pero hay que hacerlo", dice. Lo mismito que mi madre a mí cuando la aguja de la vacuna hervía en la bandeja del practicante antes de incrustarse en mi glúteo. Qué país éste.

Se calcula más de medio centenar de pobres seres repartidos por las barriadas meriníes. Es de esperar que los agentes de la Policía Local de paisano (forman parte del dispositivo y ya se me iban olvidando) puedan frenar este gran boicot. Pobres seres. Hay que ver.

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