Algeciras

La Trocha: la vía de la estrella

  • José Juan Yborra y Jesús Mantecón publican 'La Trocha: la vía de la estrella. El camino histórico que vertebró la provincia de Cádiz'. Al principio se consideró esa ruta como un camino que unía Algeciras con la Janda, pero conectaba algo más. Europa Sur ofrece a sus lectores el prefacio de la obra, presentada el pasado día 14 en Cádiz

La Trocha por el cobujón de Las Corzas

La Trocha por el cobujón de Las Corzas / E.S

Jack London llegó a decir que su gran error fue abrir un día un libro. Efectivamente, a lo largo de la existencia suceden momentos, situaciones, hechos, que llegan a determinar los planes proyectados de cada uno. En nuestro caso no fue un libro, ni un libelo, ni tan siquiera un pliego de cordel. Fueron una serie de azarosas circunstancias las que nos empujaron a adentrarnos de lleno en un objeto de estudio que nos ha tenido enfrascados casi los últimos tres años de nuestras vidas.

El principio no fue un verbo, sino más bien un adjetivo, que, con sus subyugantes sinónimos, iba apareciendo con la reticencia de los barruntos en ajados textos medievales, barrocos, ilustrados y románticos. Este adjetivo en unos casos era “oculto”, en otros “secreto” y siempre iba asociado al sustantivo “camino”. Un afán investigador que al principio se equiparaba a la mera curiosidad hizo que encontráramos textos de viajeros, cautivos, prófugos, mercaderes o monarcas que hacían referencia a su paso por una senda oculta, en desuso y no exenta de peligros por la que desde Algeciras o su bahía se adentraban hacia el oeste a través de la imponente cadena montañosa que la separa de la vertiente atlántica.

Al afán investigador se sumó el interés por conocer de forma directa el fastuoso entorno natural donde se sitúa el Campo de Gibraltar. Eso hizo que se fueran sucediendo las salidas por un espacio físico donde las lomas y bujeos dan paso pronto a espesos quejigales, imponentes cantiles, agrestes cascadas, angostos canutos, veladas cumbres, bosques de niebla y apartados puertos desde donde se comprueban las visibles divisorias entre vertientes, mares y hasta continentes. En una zona que ha sido considerada de frontera desde que el ser humano la ha habitado, comenzamos a hollar veredas y sendas con el objeto de localizar esa calzada perdida que llevaba hasta occidente en textos y referencias escritas.

Nuestro primer objetivo fue intentar localizar la ruta exacta por la que se viajaba desde la bahía de Algeciras hacia poniente, pensando que se trataba de una vía singular pero cuyo único sentido era la conexión de la ciudad con los territorios situados en el ámbito de la Janda. Ha sido un trabajo en equipo arduo pero gozoso; agotador pero lleno de satisfacciones y recompensas, que desde sus primeras fases ha estado marcado por la pasión, la constancia y la racionalidad. La pasión ha sido –y sigue siendo– el motor que puso en marcha el proyecto: pasión por aprender, por conocer, por hollar sendas, conocer paisajes y disfrutar de un espacio natural venerable y subyugante.

La constancia es lo que nos ha permitido repetir tantas salidas bajo condiciones físicas y meteorológicas de lo más dispares. La racionalidad es lo que nos ha hecho proporcionar un soporte científico y contrastado a tantos pálpitos y visiones que traíamos tras cada salida junto a nuestros apuntes en inverosímiles soportes, los espacios minuciosamente georreferenciados y los millares de imágenes fotográficas.

A la par que estas salidas de campo realizamos otra faceta de trabajo: la meramente investigadora. Hubo que localizar el mayor número de testimonios escritos de viajeros que transcurrieran por esa ruta, bibliografía sobre la misma, planos que la reflejaran, hitos relevantes que orillaban sus márgenes, contextualización histórica de los mismos y, lo más importante, definir claramente cuál ha sido a lo largo del tiempo su función.

Tras este periodo donde conjugamos las salidas de campo con la investigación, comenzaron las sorpresas: en un primer estadio habíamos considerado la Trocha como un antiguo camino que servía para poner en contacto Algeciras y el resto de las poblaciones de la bahía con la Janda y todo ello a través de lugares que formaban parte del subconsciente colectivo de muchos de sus habitantes, con topónimos tan sugerentes como el llano de las Tumbas o el de los Ladrones, la garganta del Capitán, el puerto del Viento, el de los Alacranes o el de las Hecillas, el tajo de la Mujer, el cobujón de las Corzas, el arroyo de Botafuegos, o el valle de Ojén; pero en un segundo estadio comprobamos que ese camino que atravesaba la cordillera entre Algeciras y la Torrejosa era algo más.

La Trocha no acababa en la Janda y por ella pasaron no solamente viajeros románticos, dramaturgos ilustrados o cautivos medievales; no solo era el camino por el que cazaba osos Alfonso XI o por el que retornaron, perdedores, los soldados españoles y franceses tras la batalla de Trafalgar. Por el contrario, comenzó a perfilarse como un camino que vertebró toda la actual provincia en una diagonal casi perfecta que la cruza de noroeste a sureste, de la misma forma que la historia con mayúsculas pisó sus lajas desde el principio de los tiempos.

Por esa calzada se internó Tarik por vez primera en la Península Ibérica camino de su decisiva batalla con don Rodrigo; por ese camino dirigieron sus pasos romanos, cartagineses, púnicos, turdetanos y hasta tartesios, ya que esa senda es la que conecta de forma más rápida la vertiente mediterránea con la atlántica. En apenas dos docenas de kilómetros se pasa de la bahía de Algeciras hasta la depresión de la Janda sin tener que atravesar el muchas veces peligroso estrecho de Gibraltar, realizando una ascensión que en su cota máxima apenas alcanza los cuatrocientos setenta metros a los que se llega sin tener que superar grandes desniveles gracias al papel de penetración que ejercen los valles del Botafuegos en la vertiente oriental y de Ojén en la occidental.

Todo camino es en sí una vía de comunicación por la que se transita, pero también por la que se comercia. En los últimos siglos su función ha sido transportar productos del hábitat natural donde se incardina: corcho, madera, carbón, miel, caza… y artículos de contrabando. Pero no siempre fue así. En épocas anteriores eran otros los materiales que se transportaban por esta senda, hasta el punto de considerar que la Trocha era la etapa final de una ruta de los metales por la que se exportaba por tierra el cobre, la plata, el oro, el estaño o el bronce que se extraía en todo el suroeste peninsular desde época protohistórica. Por todo ello pensamos que se trata de una de las vías de comunicación más antigua de la península y que posee unos orígenes incluso míticos.

Esta ha sido una de las principales dificultades que ha planteado este trabajo. La Trocha es una realidad física que hemos intentado situar –con todas sus variantes- de la forma más exacta posible y que vertebró el interior de la actual provincia de Cádiz desde la Antigüedad hasta casi finales del siglo pasado, poniendo en contacto el paleoestuario del Guadalquivir con la paleobahía de Algeciras. Sin embargo, en la amplitud de todo ese espacio temporal está uno de los aspectos más complejos, lo que nos ha llevado a realizar numerosos cortes en su diacronía para analizar los diferentes estadios sincrónicos.

Durante estos últimos años hemos efectuado un intenso trabajo de campo e investigación tras el que planteamos numerosas hipótesis en este libro, pero tenemos claro que este es el primer estadio en un proceso mucho más largo y complejo. Son necesarios proyectos de investigación más exhaustivos seguidos de excavaciones que sean capaces de aportar materiales que puedan sustentar las hipótesis expuestas o, en su caso, rebatirlas. En este sentido, resulta de lo más positiva la constitución de un Grupo de Trabajo e Investigación en la sede del Centro Asociado de la UNED Campo de Gibraltar-Algeciras que, con la denominación de Hábitat y comunicaciones históricas en la orilla norte del Estrecho, intentará comprobar aspectos del camino que hasta el momento planteamos de forma teórica.

Decía un jefe Sioux americano que cualquier lugar podía llegar a ser el centro del mundo. Por encima de localismos estériles y castrantes en la mayoría de los casos, habitamos en uno que, desde el principio de las civilizaciones, desde etapas casi míticas, no era el centro, sino el extremo, el fin del mundo. Un final marcado como la última frontera del orbe conocido, un espacio de confines que poseía el carácter punitivo de lo oculto, de lo velado, de lo perdido; así ha sido el camino que atravesaba aquel fin del mundo que ahora es el nuestro.

Pero lo velado y lo oculto seducen, tanto como la tentación, el deseo y lo desconocido. El lugar que habitamos atrajo a muchas civilizaciones orientales que tuvieron en este occidente su meta, sus columnas y sus estelas y al que llegaron gracias a este camino lleno de olvidos y paréntesis que a lo largo de estas páginas intentaremos recuperar y darle contenido mediante la imagen y la palabra escrita, que al final, es lo que acaba permaneciendo en forma de libro.

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