Historia de Algeciras

José Rubio, practicante y periodista (I)

  • El joven algecireño que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX fue víctima de la censura de la época

  • Vivió tiempos convulsos y de gran enfrentamiento entre clases, tanto en lo político como en lo social

La calle Prim, parte del camino diario de José Rubio al Hospital.

La calle Prim, parte del camino diario de José Rubio al Hospital.

Aquella fría mañana de otoño algecireño, como todos los días, saldría el joven José desde el domicilio de sus padres sito en el número 4 de la calle Teniente Serra, además de abrigado, tal vez, con el mismo ánimo apagado general que reinaba en aquel comienzo de la década de los años veinte en nuestra ciudad. Las noticias que llegaban desde el -no para nosotros- tan lejano Rif, bien podría presagiar un nuevo endurecimiento de los combates contra los feroces rifeños. Y por tal motivo, en los altares de los templos locales nunca faltaban velas encendidas por los algecireños soldados que bajo el estandarte del Regimiento Extremadura 15, arriesgaban sus vidas al otro lado del Estrecho. También preocupaba a la Algeciras de aquel primer año de la segunda década del nuevo siglo, la grave situación económica por la que estaba pasando nuestra ciudad, como muy bien demuestra la solidaria respuesta ciudadana para con los más débiles: "Cuenta de beneficencia: Recibido del Círculo Mercantil 500 Ptas. Recibido del Casino 500 Ptas. Recibido del Kursaal, 3.000 Ptas. GASTOS Mendicidad 400 Ptas. Asilo de Ancianos 150 Ptas. Al mismo para obras, 250 Ptas. Conferencia de Señoras 100 Ptas. Ïdem de Caballeros, 100 Ptas. Escuela de San Isidro 100 Ptas. Escuela Huerta de la Cruz 50 Ptas. Cruz Roja 250 Ptas. Gastos de viajes de familias necesitadas 653 Ptas. Varias limosnas por orden de S.E. 118’50 Ptas. Fdo. Párroco de la Palma. D. Cayetano Guerra Meléndez".

José, desde su puesto de trabajo como practicante del Hospital Municipal, conocía, quizá mejor que la clase política local, la realidad del pueblo que le vio nacer a caballo entre dos siglos. Su permanente contacto con sus paisanos de toda edad y condición le permitía tener una clara imagen de aquella lejana Algeciras.

De vuelta a su rutina y camino del trabajo, tras dejar atrás la antigua calle Correo Viejo, José giraría, como el sentido común impone, hacia la izquierda y tomaría la calle Prim o Torrecilla en dirección hacia el popular hospital algecireño. En aquella matutina ruta, coincidiría con la apertura de establecimientos como el estanco de Juan Guadalupe, quién una vez abierto en el número 12 de la citada calle, ofrecía a su distinguida clientela todos los artículos propios del ramo; tabaco, cerillas, sellos, sobres, timbres, y así un largo etcétera. Siguiendo el habitual derrotero, el practicante, de seguro y más de una vez, también se encontraría en su temprano deambular con Miguel Camargo, prestigioso hojalatero, quién a tan temprana hora, tendría abierto su negocio en aquella céntrica calle. Más adelante, no faltaría el intercambio del buen saludo al coincidir, cuando la Providencia así lo determinaba y la educación obligaba, con el siempre formal notario y Dr. en Derecho por la salmantina universidad, don Manuel Bedmar Larraz, quién tenía su domicilio en el número 5 de la antigua calle Torrecilla.

Anuncio del dispensario del practicante Rubio Cabezas. Anuncio del dispensario del practicante Rubio Cabezas.

Anuncio del dispensario del practicante Rubio Cabezas.

Como buen algecireño, quizá el aún muy joven practicante gustara antes de enfundarse su inmaculada e impoluta bata blanca de tomar un café energizante para afrontar la imprevisible jornada de un sanitario. Para ello tendría a su disposición en el número 1 de la citada bajada a la popular Cervecería Universal; aunque también podría optar por pasar, como posiblemente haría en caso de 'tener guardia', por comprar un buen bocadillo en el cercano establecimiento de comestibles de José Reberdito, sito también en la reseñada calle y en su número 7. Sea como fuere, el practicante José Rubio Cabezas, una vez tomada la calle Soria (Castelar), o tal vez Emilia de Gamir (Huertas), y tras atravesar el corto tramo de la calle Matadero (Teniente Farmacéutico Miranda), haría su rutinaria entrada en su habitual puesto de trabajo a espaldas de la capilla de San Antón.

Nada más comenzar aquella mañana la jornada, y al poco rato de haberse enfundado la abotonada -por detrás- bata, un gran alboroto llegó hasta la sala de urgencias al mismo tiempo que una persona gravemente herida era introducida en la misma por cuatro enfermeros. Sobre la camilla, una mujer de mediana edad y con el costado ensangrentado esperaba asistencia médica. Según el informe policial elaborado posteriormente en la Inspección sita en la calle Santísimo, y que junto con el también informe médico conformarían el expediente que finalizaría sobre la mesa del juez de guardia, los hechos ocurrieron del siguiente modo:

"En la mañana del pasado lunes [...] Manuel M. M. de 39 años, natural de Cádiz, de oficio betunero, con domicilio en la calle Baluarte en el lugar conocido como Higuerita, tras discutir acaloradamente con su mujer María R. de 32 años, natural de Algeciras, causó á esta una herida en la región lateral derecha del cuello, y una puñalada en el costado derecho, penetrante de tórax, que la infeliz después de recibir los Santos Óleos falleció a los pocos momentos de ingresar en el Hospital". Concluyendo el citado informe: "Fue asistida por el Dr. Ventura Morón y el practicante D. José Rubio. A modo de testigos y alabando la intervención de estos por su rápida actuación, también se hizo mención en el citado de los camilleros: D. Emilio Ruíz Lobato, D. Francisco y D. José Montañez y D. Antonio Collado". Sobre el autor de los hechos, finaliza la policial información: "Alegó infidelidad conyugal, quedando a disposición judicial".

El día, la semana, no había podido comenzar peor, pero así era su trabajo de imprevisible, pudiendo aplicarse el quijotesco pensamiento de No hay fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas, que sean, vienen acaso, sino por particular providencia de los cielos. Lo habitual era sin duda, el atender heridas producidas por percances propios de la actividad laboral, como los cortes que los carniceros de la cercana plaza de abastos se producían, y de las que bien podrían dar buena cuenta profesionales como: Francisco Ardalla, quién tenía su establecimiento en el número 11 de la plaza Palma; Juan Merino en la cercana calle Panadería núm. 5, o Fernando Gutiérrez, quién tenía su local de exquisitas chacinas en el número 8 de la calle Rafael de Muro (Sacramento); mostrando todos ellos con sus cicatrices en manos y brazos, la mucha peligrosidad del oficio. En otras ocasiones los protagonistas eran los menores, ya fuera por sus batallas a pedradas que generaban aquellas escandalosas y ensangrentadas brechas, o por tristes accidentes como el acontecido a la pequeña Isabelita de 9 años hija del comerciante Rafael Jiménez, y que según el parte facultativo correspondiente: "Sufrió atropello por carro que transitaba sin control, ocasionándole una herida en la cabeza de unos 10 cm de extensión, con hemorragia por el oído izquierdo de pronóstico reservado. Fue asistida por el Dr. Morón y los practicantes Rubio y Pascual".

Independientemente de aquella trágica y accidentada situación descrita, y de sus correspondientes actuaciones sanitarias, la Algeciras de entonces también ofrecía otra cara que era muy apreciada en el resto de España, ya fuera su clima o la presencia de hoteles de moda como el Reina Cristina, muy frecuentado por la aristocracia nacional y objeto de gran aprecio; valga como ejemplo la siguiente noticia de carácter social: "Se ha celebrado en la Iglesia de la Concepción de esta Villa y Corte, el enlace de la señorita María Casilda González del Valle, con el joven tocólogo don Darío García Puente [...] bendijo la unión el obispo de Sigüenza [...] apadrinaron a los contrayentes don Darío García, padre del novio, y la bella señorita maría José González del Valle, hermana de la novia [...] firmaron el acta matrimonial como testigos, don Anselmo González del Valle, don Cesar Carvajal, don Pedro Cangar, marqués de la Vega de Anzo y el marqués de Santo Domingo [...] El nuevo matrimonio que ha recibido muchos regalos, salió en el rápido de Andalucía para Algeciras, donde pasarán la luna de miel".

Los trabajadores sanitarios de aquella España entre la Revolución del 17 y la Dictadura del 23, fueron observadores directos de la violencia de los graves acontecimientos paliando con su buen hacer el dolor físico y social resultante; tal y como también sucedió en nuestra ciudad, cuando: "Los rumores que corrían por la ciudad motivaron una prolija investigación […] tras la firma de los sargentos la situación tomó mejor aspecto […] durante toda la noche ha estado patrullando la Guardia Civil por toda la Ciudad y el Cuerpo de Vigilancia ha prestado también su concurso. Las rigurosas medidas adoptadas no han tenido aplicación ya que afortunadamente nadie ha tratado de turbar el orden –anunciaron desde instancias militares– la incomunicación telegráfica y telefónica es absoluta […] aunque se dice que es por causa de los temporales; sin embargo probablemente no pasará nada".

Testigos de estos hechos, además de los mencionados Rubio o Pascual, fueron, entre otros, los también sanitarios: Vicente García Criado, Francisco Ruíz, o Francisco Bocio, éste ultimo tenía su domicilio en el número 2 de la calle de Jerez; los doctores en medicina, como el reseñado Buenaventura Morón, avecindado en la calle Regino Martínez; Alberto Costa, domiciliado en el número 2 de la calle San Pedro (Rit), Laureano Cumbre, vecino del número 12 de la calle Convento; Melchor Moreno Flores, quién hacía vecindad frente a la Inspección de Guardia en el número 5 de la calle Santísimo; Salvador Rocafort, empadronado en la casa número 4 de la calle Ruíz Tagle; o José Zurita, propietario del número 17 de la calle Real.

Todos ellos, al igual que el resto de la población y del país, vivieron momentos muy convulsos y de gran enfrentamiento entre clases, tanto en lo social como en lo político, hechos de los que era difícil pasar desapercibido individualmente sobre todo para tan inquietas personalidades como la del buen sanitario José Rubio Cabezas. La España que afrontaba los 'felices años veinte', y se regía por una dura y férrea legislación restrictiva en derechos y libertades, producto de todo lo acontecido desde el comienzo del nuevo siglo: Semana Trágica de Barcelona (1909), asesinato de Canalejas (1912), enfrentamiento armado entre empresarios y trabajadores, o el desarrollo del movimiento sindical en el Ejército a través de las Juntas Militares de Defensa (1918), conformaron la contaminada atmósfera social con la que España afrontó la nueva década, y de la que Rubio Cabezas fue víctima por su vehemente actitud para con la verdad.

Y aconteció que, coincidente con el ejercicio de cierta vocación periodística del joven y aún idealista practicante (puesta en marcha conjuntamente con Alejandro de Madariaga, en la edición aquel mismo año de 1920 del periódico El Modelo) ejercida en tan malos tiempos para la libertad de imprenta, limitada por la aplicación de una dura censura impuesta por el gobierno para reprimir tanto desorden. Tal ejercicio ajeno al sanitario, le generó a Rubio un grave problema con la autoridad competente. Y la citada autoridad calificó la actitud de Rubio como desacato, siendo el resultado hecho público: "La pasada semana fue preso el practicante José Rubio, al parecer, por desobediencia a la autoridad".

Hubo protestas en Algeciras por aquella considerada: 'excesiva decisión' por quién podía tomarla hacia persona tan popular como estimada, pensándose de modo generalizado: "Que si bien el denunciado es autor de alguna falta, si se justifica que llegó a cometerla, ha de ser debido, seguramente, a la creencia de que cumplía con su deber". Los hechos no se publicitaron, sí fue comentado que tal desacato fue debido a la no aceptación por el idealista sanitario-periodista de retirar o excusar cierta opinión vertida contra el poder establecido en uno de sus artículos.

La censura contra la libertad de imprenta de entonces, si bien hunde sus raíces en el siglo XIX, posteriormente, con el gobierno de Romanones se hace más visible al declararse la huelga general de la UGT y CNT del 27 de marzo de 1917. Con la llegada al Gobierno de García Prieto, la censura se suspende a condición de presentar los periódicos galeradas previas. Con la venida de Dato, vuelve la suspensión. En un oficio remitido al Rey, expresó el dirigente conservador: "Un examen detenido de las circunstancias [...] convence al Consejo de Ministros contra el individual deseo de los que forman de que no bastan los medios normales que las leyes otorgan para asegurar en estos instantes la tranquilidad pública haciendo frente a los manejos notorios de los que de mil modos intentan perturbarla, y fundado en este convencimiento, el presidente que suscribe, de acuerdo con el Consejo de Ministros, tiene el honor de proponer a V. M. que haciendo uso de las facultades que la Constitución le otorga, se digne firmar el adjunto Real Decreto. Madrid, 25 de junio de 1917.

Pérez Galdós, don Benito, en su obra: La incógnita (1889), expresa: "Que me hablan de libertades públicas y de los derechos del hombre. Música, bombo y platillos".

(Continuará)

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