Campo Chico

Emprendedores, técnicos y matemáticos

  • Yo tuve mucha suerte, tanto con mis compañeros, una generación de leyenda, como con mis profesores

  • García Jaén llegó a publicar en la 'Gaceta Matemática', una revista de la Real Sociedad Matemática Española

  • La Capillita de Europa, el libro

García Jaén, Helmut Siesser y López Canales.

García Jaén, Helmut Siesser y López Canales.

Me refería hace un par de campochicos a la personalidad del buen ser que fue Aurelio López, el almacenista de la calle Convento, que tanto contribuyó, como otros pocos, a que Algeciras fuera calentando motores en tiempos gélidos para entrar en la modernidad. Señalé, a propósito de ello, la convergencia que se produce cuando uno de los descendientes de Aurelio, su hijo Francisco, se une en matrimonio a Dolores Ortega, hija de Luis, uno de los hermanos Ortega, pioneros en el desarrollo comercial del mercado de abastos.

Celebramos con frecuencia que tengamos artistas populares más o menos importantes, pero apenas si mencionamos a esos paisanos que han sido fundamentales para el desarrollo de nuestra sociedad. Tampoco parece haber sitio para nuestros intelectuales, sobre todo para nuestros científicos, a no ser que su relevancia sea de tal dimensión que no podamos evitarlo. Es más, la intelectualidad local evita, no pocas veces, tenerlos en consideración. Estamos ante dos casos ejemplares de emprendedores y, no obstante, pocos sabrán quienes eran Aurelio López Domínguez y José Ortega Trola; nada hay en Algeciras que permita que algún viandante, algún joven curioso, pueda preguntar por ellos.

Cuando no hace mucho, se anduvo buscando nombres para las puertas del mercado de la Plaza Baja de Algeciras, se reactualizó la obra impresionante del recinto y ya antes se destacó el nombre del ingeniero Eduardo Torroja Miret, al que poco se aludía en los años cincuenta, no por motivos políticos, sino por esa indiferencia innata hacia lo trascendente, que tiene el ser humano, y la secular astenia cultural, ya endémica, que padecemos los andaluces. Quedó entonces en candelero dedicar una calle o una mención urbana al patriarca de los hermanos Ortega, pero ahí está la propuesta durmiendo el sueño de los justos.

Aurelio López. Aurelio López.

Aurelio López.

En cuanto al colaborador de Torroja, el arquitecto Manuel Sánchez Arcas, éste sí que sí, que dirían los clásicos. Nuestro hombre era de izquierdas, más radical que moderado, y salió por pies de España en cuanto el Movimiento Nacional se erigió en tutor de los españoles. El mercado algecireño es, esencialmente, una obra de ingeniería, porque no es tanto el diseño –que corresponde al arquitecto– cuanto su estructura, la geometría de su resistencia y la composición de sus materiales. Torroja era un genio, que ingresó en la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid con 18 años, y debo confesar como matemático y profesor durante algunos años de esa Escuela, que hay que poseer unos dones excepcionales para lograr algo así en esa época.

El ingeniero Torroja pertenecía a una familia en la que había unos cuantos miembros de brillante ejecutoria. Tuve a uno de ellos, sobrino de aquel, como profesor de Astronomía en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid (hoy Complutense) y debo confesar que no guardo de él buen recuerdo. Tenía una mala fama muy justificada y fueron unos pocos los que se vieron obligados a abandonar la carrera o el centro por su causa. No porque fuera exigente sino porque era, simplemente, un pésimo profesor. Todo lo cual no opta para admitir su importancia e influencia en la España de su tiempo, en la que esas cosas pasaban. La familia era de origen catalán; Eduardo Torroja Caballé, padre del famoso ingeniero fue un destacado matemático tarraconense, que contribuyó a la formación, en la entonces Universidad Central, de algunos de los pioneros de la matemática moderna en España, entre los que es de destacar Julio Rey Pastor, Álvarez Ude, Sixto Cámara o Manuel Vegas, todos ellos de notable ejecutoria científica y docente que impulsaron la enseñanza y el cultivo de la matemática en España, entonces poco desarrollada y hoy sostenida por un colectivo que puede situarse entre los mejores del mundo.

El mercado de abastos a principios del siglo XX. El mercado de abastos a principios del siglo XX.

El mercado de abastos a principios del siglo XX.

La matemática era en la época del ingeniero Torroja una disciplina muy ligada a la ingeniería y a la arquitectura. Tanto es así que desde lugares alejados de los grandes centros universitarios, como lo era nuestra comarca entonces, ni siquiera se sabía que hubiera una carrera consagrada a su estudio. Cuando yo empecé, al principio de los sesenta, sólo había tres Facultades de Ciencias en España con licenciatura en Matemáticas; en Madrid, en Barcelona y en Zaragoza. En Santiago de Compostela podía cursarse hasta el tercer año, debiendo uno trasladarse en cuarto, para acabar la carrera, a algunas de la tres citadas. No hacía mucho que el doctorado empezaba a poderse abordar fuera de Madrid, cuya Universidad Central fue hasta poco antes la única que podía expedir el título de doctor. De añadido, para alcanzar la cátedra en la Universidad Central no valía serlo en otro sitio, era necesario superar un concurso oposición exclusivo, directo y muy exigente. Se decía, y la verdad es que casi puede seguir diciéndose, que era muy difícil ser catedrático de universidad en cualquier sitio, pero especialmente en Madrid.

Los ingresos en las escuelas de ingenieros se preparaban al terminar los estudios secundarios, con dieciocho o diecinueve años y consistían en unas pruebas en las que las matemáticas desempeñaban un protagonismo excesivo. Ingresar en una escuela de ingenieros en los años anteriores a los sesenta, sobre todo en la de Caminos y en la de Industriales, suponía una gran preparación en matemáticas y una inteligencia poco común. Por lo general, el aspirante tenía que tomarse cuatro o cinco años de preparación intensiva para conseguirlo y presentarse unas cuantas veces; aún así muy pocos lo conseguían. Gran parte del profesorado de matemáticas se generaba con estudiantes que habían estado preparándose para ese ingreso, lo hubieran o no superado.

Los Ortega. Los Ortega.

Los Ortega.

El gran pintor algecireño José Luis García Jaén no consiguió ingresar en Caminos y lo intentó a lo largo de cinco o seis años. No tuvo suerte, pues yo mismo pude comprobar, bastante más tarde, los grandes conocimientos que tenía de matemáticas. Daba clases particulares con un más que notable éxito y durante algún tiempo fue habilitado como profesor de matemáticas del Instituto de Enseñanza Media, hoy llamado, con escaso buen gusto, Kursaal. La Escuela de Arquitectura era también un buen referente para las matemáticas, pero en este caso la expresión artística las superaba en protagonismo. Arquitectura, Caminos e Industriales fueron manantiales del conocimiento matemático en España. Y en Caminos, ingresó, como ya he dicho, el ingeniero Torroja ¡con dieciocho años, la primera vez que se presentó!

García Jaén, el mayor en edad de los tres grandes artistas que se agruparon bajo la denominación Tría 75, se manifestó en la pintura tardíamente, hacia los primeros años setenta, cuando cumplía los cincuenta de edad y poco antes de su asociación con Helmut Siesser y Antonio López Canales, que ya tenían entonces carreras consolidadas. Admirador del pintor extremeño Ortega Muñoz, sus paisajes llenaban de paz misteriosa y hondura la soledad del observador. Se le daban muy bien las matemáticas y cuando eso sucedía en su tiempo, inmediatamente te sugerían que estudiaras una ingeniería. Caminos, Industriales y Agrónomos eran las más solicitadas.

Helmut (López Canales, hacia 1980). Helmut (López Canales, hacia 1980).

Helmut (López Canales, hacia 1980).

El bachillerato de esa época era de siete años; partía del año en que cumplías diez de edad y terminaba en el que cumplías diecisiete. Proporcionaba una formación generalista basada en el conocimiento de las lenguas clásicas, latín y griego, una lengua extranjera, generalmente francés, y en la familiarización con las humanidades, las matemáticas y las ciencias fisicoquímicas y naturales. No eran muchos los que cursaban el bachillerato, pero los que lo hacían sabían leer, escribir y expresarse como Dios manda, y adquirían un nivel cultural y de conocimientos muy considerable.

Con aquel magnífico plan educativo, acabó la manía por especializar, que es uno de los más eficaces instrumentos para el embrutecimiento progresivo. El aprendizaje in situ de los llamados aprendices y esa especie de bachillerato alternativo, comercial, que era el peritaje mercantil, completaban el sistema y lo adaptaban a una sociedad en recuperación con medios muy limitados y, en nuestro caso, con una economía de subsistencia lastrada por la presencia de la colonia militar británica de Gibraltar.

No sé si García Jaén realizó estudios superiores, pero no lo creo. Sin embargo, como he escrito antes, llegó a ejercer de profesor del Instituto, probablemente sirviéndose de alguna habilitación especial. Las carencias de profesorado eran grandes y las circunstancias ligadas a nuestra situación geopolítica un valor negativo añadido. Nadie quería venir a la comarca y algunos lo hacían –como ocurría con Canarias– castigados por alguna causa.

Sobre un tonel. Sobre un tonel.

Sobre un tonel.

Tuvimos, sin embargo, excelentes profesores. Yo tuve mucha suerte, tanto con mis compañeros, una generación de leyenda, como con mis profesores. Uno de éstos, que procedía (creo) de Burgos, don Nicolás Sánchez, y que al tener los hijos en edad universitaria, se trasladó al Instituto Montserrat de Barcelona, me despertó el interés por las matemáticas. Él era físico y, a pesar de ello, tenía una buena capacidad de abstracción, cualidad sine qua non se puede ser matemático, pero muy poco frecuente en los físicos, poco entrenados en ver más allá de lo puramente material.

El abuelo de García Jaén, Manuel García Bazo, fue un prohombre en la Algeciras de primeros del pasado siglo. Delegado de Instrucción Pública en el Ayuntamiento, promotor y animador cultural, tuvo una imprenta, la histórica Imprenta Bazo, en la calle Convento, de cuya administración se encargaría después nuestro inolvidable Pepe Bazo, que es como era conocido aquel pintor de sugestivos paisajes con el que tantos buenos ratos compartimos en los animados años del Coruña, el Centenario (frente al Instituto), la Oropéndola, el Mercedes y el Casino.

García Jaén llegó a publicar algunos trabajos en la Gaceta Matemática, una revista de la Real Sociedad Matemática Española, albergada en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Pero no tuvo suerte en su propósito de ser Ingeniero de Caminos. Bastante mayor que yo, mi padre me lo presentó a modo de gran matemático, dadas mis aspiraciones. En Sevilla, durante el curso selectivo común a las carreras de Ciencias e Ingeniería, tuve la fortuna de ser alumno del profesor Cruz Martínez, un catedrático de matemáticas de Instituto que aumentó mi interés por la disciplina y me dirigió, en definitiva, hacia su estudio.

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