Campo Chico

Las bicicletas no solo son para el verano

  • En los años setenta, aquella brillante generación contribuía al espectacular desarrollo del Campo de Gibraltar

  • Nuestra Algeciras, que es una joya entre dos mares, está revestida de gracia y llena de vivencias en un vergel incomparable

Fotograma de 'El precio de la muerte'.

Fotograma de 'El precio de la muerte'.

Carlos Blanco, el sanroqueño que con López Canales iba al Instituto de Algeciras en bicicleta, viviría, con algo más de veinte años, unos momentos mágicos. No sé cómo ni por qué, él y su entonces novia, Isabela, pudieron simular un adelanto de su boda y mantenerlo grabado para siempre con calidad profesional. Lo que tenía su importancia en aquellos años de no muy rebasado el ecuador de los cincuenta.

Fue en una iglesia de Estepona y en el marco de una película en la que participaron como extras, acompañando a muchos paisanos y a actores españoles de la talla de Fernando Rey, Juanjo Menéndez y José Calvo. También aparece en un papel secundario, el famoso actor irlandés Noel Purcell (Moby Dick, Rebelión a bordo), que fue un icono de la interpretación en su país. Hasta el punto de aparecer su efigie, en 1999, en un sello de Correos de 50 cts. conmemorativo de su nacimiento en Dublín, el 23 de diciembre de 1900. El reparto de la película era espectacular y la dirección, nada menos que de Carol Reed (El Tercer Hombre, Nuestro Hombre en La Habana). Sin embargo la película no valía mucho: se apoyaba en un guión que dejaba mucho que desear.

Cartel de 'El precio de la muerte'. Cartel de 'El precio de la muerte'.

Cartel de 'El precio de la muerte'.

El precio de la muerte, protagonizada por Laurence HarveyLee Remick y Alan Bates, tres primerísimas figuras de la industria cinematográfica de entonces, no sólo apenas si tuvo alguna trascendencia sino que sus publicistas recurrieron a una estratagema para encajarla en el mercado. Se estrenó en Londres en 1963; se trataba de un producto británico, aunque de una productora norteamericana (Columbia); con el título The ballad of the running man, que bien podría traducirse por La balada del fugitivo. Sin embargo, cuando llegó a España, en 1965, el título había cambiado. Seguramente –como me señala un sabedor amigo mío de San Roque– el éxito de la inmediatamente antes estrenada, La muerte tenía un precio, de Sergio Leone, tuviera que ver en ello.

The running man. The running man.

The running man.

Es sorprendente que la película no diera el tono esperado disponiendo de todos los ingredientes para trascender. Como los británicos son muy suyos, a pesar de su baja factura la película fue nominada a la mejor fotografía en color en los BAFTA, unos galardones otorgados por la Academia Británica de las Artes Cinematográficas y de la Televisión; referenciados a menudo como los trasuntos de los “oscars” americanos. Mucho tiene que ver en este detalle el espléndido marco de la Bahía y la belleza del casco histórico sanroqueño, que es de lo mejor conservado y cuidado que tenemos en la comarca.

Cuando pienso en aquellos años de Instituto, la bicicleta se sitúa en la memoria esperando que diga algo sobre ella. Como ya conté en otras entregas, López Canales y Carlos Blanco Lara, y no sólo ellos, viajaban desde San Roque para ir a clase al Instituto. Pero Santiago Sarmiento (nuestro Shamuti) y Rafael Rus Bernabé (nuestro Fali) no les iban a la zaga, estos vivían en Algeciras, pero utilizaban la bicicleta comúnmente, sobre todo los domingos. De hecho, Fali me ha contado que de vez en cuando se iban a ver a Antonio a San Roque. La verdad es que, salvada la cuesta de la Celupal, el arco de la bahía era una buena pista en esos tiempos de no demasiados coches. Otra cosa es ahora, en que puestos a hacer el recorrido, lo mejor es abordarlo a pie como Miguelete.

El formidable monumento de Nacho Falgueras en La Línea, cerca de la verja, no sólo es un homenaje al trabajador español en Gibraltar sino también a la bicicleta. En Algeciras estaba el barquito que hacia diariamente la travesía, pero desde más o menos los límites de San Roque hasta la Roca, sobre todo desde La Línea, el medio habitual de desplazamiento era la bicicleta, maravilloso invento que; descontando al sumun: la familia Pino; disponía de excelentes cuidadores en la comarca. Por eso y aunque no es el único motivo de este “campo chico”, me ha parecido acudir, transfigurándolo, al título de aquella gran película de 1985, de Jaime Chávarri.

Antes de que las tecnologías de la información iniciaran la revolución telemática, el acrónimo UCA no aludía a la Universidad de Cádiz, sino a la Unión Ciclista Algecireña que este año celebrará su octogésimo quinto aniversario, pues fue fundada en 1937, cuando aquella terrible guerra había pasado casi de largo por el Campo de Gibraltar. La UCA, la de las bicicletas, es seguramente la más antigua de nuestras instituciones vivas. En los años ochenta y noventa, un grupo de socios se desplazaba en ocasiones, pedaleando hasta Madrid desde Algeciras, cubriendo unas bien medidas etapas. El Mesón de Juan Guerrero estaba entonces en todo su apogeo y era allí donde recibíamos a los ciclistas. Las fotografías que colgaban de las paredes del Mesón hoy están depositadas en AEPA 2015.

Pintores, Julian Martínez. Pintores, Julian Martínez.

Pintores, Julian Martínez.

Son ya muchos los documentos gráficos que van llegando a AEPA. Creo saber que hace algunos años, el Dr. Rivera Martínez, depositó en AEPA la colección de postales y fotografías antiguas de Algeciras, de su padre, José Rivera Aguirre; un gran hombre que con su interés y curiosidad, enriqueció en su tiempo el bagaje arqueológico, histórico y cultural de Algeciras y dio los primeros pasos en el proceso que condujo a la creación y desarrollo del museo municipal. Rivera, farmacéutico, con oficina de farmacia en la Plaza Alta, en el acceso a la calle Rocha (hoy Primo de Rivera), propuso como director del museo a Juan Ignacio de Vicente, cuyo perfil científico –etnólogo y antropólogo social con una obra de investigación importante– encajaba con lo pretendido y prometía una proyección rigurosa y trascendente.

En los años setenta, aquella brillante generación que hizo de la bicicleta su dama de compañía, egresada del Instituto de dos a tres lustros antes, contribuía al espectacular desarrollo económico, industrial y social, del Campo de Gibraltar. Paralelamente, se producía una eclosión cultural sin precedentes, enriquecida por los técnicos de todos los niveles que se incorporaban a la creciente industrialización de la zona y, sobre todo, por el profesorado de primaria y de secundaria destinado a los centros que iban abriéndose a medida que se producía un rápido incremento de la población. Las cifras oficiales de habitantes censados en Algeciras, eran en 1960 y en 1980, de 66.317 y 86.042, respectivamente: un crecimiento progresivo de un 23%. En el mismo período, la población de La Línea pasó de 59.456 a 56.282: un decrecimiento de poco más del 5,5%, con la afección del cierre de la verja entre 1969 y 1982, que enseguida se corregiría al alza.

Integrantes de la Tria 75. Integrantes de la Tria 75.

Integrantes de la Tria 75.

Manuel Fernández Mota, llegado de Sayalonga en los años sesenta; el bello pueblo de la comarca malagueña de la Axarquía, que alberga el que tal vez sea el cementerio más pintoresco del mundo conocido; fue fundamental para la poética de su tiempo en la Comarca. Precisamente junto a otros dos poetas, Daniel Florido y Antonio Sánchez Campos, venidos como él a Algeciras de otros lugares, creó en 1967 el grupo Bahía que se materializaría en una revista y en un premio de poesía, que tuvieron una gran importancia en la creación literaria andaluza de la época. Daniel era de Santa Olalla (Huelva) y tenía un modesto negocio de intercambio y venta de tebeos y novelas en un portal de la plaza de abastos. Antonio, como Manuel, era maestro tardío y cultivaba, junto a la poesía, la pirografía; conservo un pirograbado suyo, que él me regaló, sobre uno de los arcos del viaducto de La Piñera.

Julián Martínez Burgos procedía de Almería, donde había nacido en 1930. Tenía veinte años cuando llegó a Algeciras y en nuestra ciudad se hizo maestro y trabajó como tal en los salesianos, en un ambiente en el que se integró por completo y desde el que desarrolló una labor cultural magnífica y una completa entrega a sus paisanos de adopción. Colaborando con la práctica totalidad de los medios radicados o con incidencia en la Comarca, contribuyó de modo importante a la difusión del conocimiento del arte y de los artistas de aquellos años, probablemente los más ricos en contenidos de tantos cuantos nos han precedido o seguido en el transcurso del tiempo. Su libro Pintores de las últimas décadas en Algeciras es fundamental para familiarizarse con la personalidad y la producción de los artistas plásticos que Julián tuvo a su alcance.

En la “presentación” del libro, su autor escribiría: “Nuestra Algeciras, que es una joya entre dos mares, está revestida de gracia y llena de vivencias en un vergel incomparable, y de ahí su florecer artístico”. Treinta y un artistas, por orden alfabético, desde Pepe Alcina a Ramos Zambrana, encuentran acomodo en el libro que recorre en flash sus biografías y hace una rápida mención a sus bagajes creativos. El libro está dedicado a sus hijos, María de la Paz y Julián. Paz sería, con su padre ya fallecido, presidenta del Ateneo José Román de Algeciras. Naturalmente, en la relación de artistas están Pepe García Jaén, Antonio López Canales y Helmut Siesser, los legendarios integrantes de la TRÍA 75, un conjunto pictórico que no tuvo un antes ni podía tener un después, un caso único y memorable. Pero esa es otra historia en la que hay que detenerse con mucha calma para poder saborearla.

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