Miguel Bosé puede con todo

Treinta años en la brecha dan para aprender mucho y en realidad el que no lo consigue no dura tanto. Miguel Bosé lo demostró anoche en Los Barrios, donde celebró esas tres décadas de carrera musical con un dominio apabullante del escenario y de la escena, de los detalles y del público, loco con su ídolo. Y todo ello a pesar de una calidad de sonido espantosa, con reverberaciones contra La Montera, bajos que taladraron los tímpanos, instrumentos difícilmente distinguibles, algunos pasajes de voz ininteligibles y decibelios demoniacos. Cualquiera hubiera naufragado en esa situación, pero con Bosé hasta la gente allá en todo lo alto del tendido bailó desde el primer tema.

De 3.000 a 3.500 seguidores del polifacético artista se juntaron en la plaza de toros barreña y cualquier estudio de campo se hubiera podido realizar en las gradas, pues se auditaron de niñas a abuelas. Sí hubo mayoría de ellas frente a ellos y a Bosé no se le escapa nada y tiene pensado ese momento en el que se levanta la chaqueta negra para mostrar al personal cómo le queda el vaquero por el trasero.

Bosé montó su show -a veces algo enlatado con las preparadas coreografías- sobre una suerte de biombos futuristas, movibles y luminosos, que enseñan que con imaginación y experiencia se puede levantar una puesta en escena sencilla al tiempo que espectacular. Fue todo energía el cantante, como la que ha imprimido a sus clásicos revisados, que a veces hasta parecieron maquineros como en algún momento del Amante bandido, mano ganadora con la que Bosé inauguró la velada.

Para calentar el ambiente, tarea gratuita, el artista optó por un popurrí en el que se celebró sobre todo Nena. Bosé se tomó un respiro para saludar de una manera algo estándar y conceder que sus 30 años de éxitos le pertenecen tanto a él como a su público.

Fue una noche de esas coplas que todos han escuchado y que muchos recordaron y cantaron. En La Montera, encantados de la vida.