La feria de Tarifa entre 1901 y 1930
Historias de Tarifa
Tras la epidemia de gripe de 1918, hubo que esperar a 1927 para las ediciones más exitosas, que se dieron entre ese año y 1930
La llamada Cabalgata Agrícola fue creada en 1914 por acuerdo de la hermandad mariana, integrándose en la comisión municipal de festejos
Las plazas de toros de Tarifa
La pretendida creación de una provincia en el Campo de Gibraltar a comienzos del siglo XVIII
Los últimos años del siglo XIX y primeros del XX no fueron lo que se dice fáciles para la sociedad española. Y para qué hablar de la persistente situación calamitosa en el Campo de Gibraltar, particularmente en Tarifa. Así es que las fiestas patronales en honor a Nuestra Señora de la Luz venían a ser entonces un breve alivio de las cotidianas penalidades y un incentivo para la mermada economía local.
Oficialmente, la feria empezaba el 7 de septiembre con una madrugadora diana floreada. El día 6 “ni es feria ni deja de serlo”, aunque la gente se lo tomaba como tal.
En los días 7, 8 y 9 se celebraba el mercado de ganado y granos, que desde su ubicación tradicional, en los alrededores de la plaza de toros, se había desplazado, antes de finalizar el siglo XIX, a los extensos llanos del Humero debido al desarrollo urbano. En los años 1903 y 1904, el mercado se celebró el último domingo de mayo y las dos jornadas siguientes, considerando que así acudirían más ganaderos; sin embargo, el cambio no resultó beneficioso, volviéndose a las fechas de siempre.
El éxito de la feria dependía en gran parte de la afluencia de forasteros, “que dejan el dinero y que compran bien”. De aquí la importancia de su promoción en las poblaciones comarcales y otras más o menos cercanas, como Vejer, Gibraltar, Ceuta o Tánger. Ya en 1901 se destacó que los visitantes fueron numerosos; y en 1902, para la corrida vinieron “de Algeciras los coches atestados de viajeros”, además de vapores de Tánger y Gibraltar.
Como es natural, el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914 tuvo su incidencia, siendo pocos los viajeros que llegaron a la feria, aunque la celebración religiosa y la velada se desarrollaron con relativa normalidad. Incluso se contó con una nutrida escolta a caballo en el traslado de la Virgen desde su santuario a la ciudad.
Tras la terrible pandemia de gripe de 1918 y en los primeros años veinte, la feria estuvo algo “olvidada y sin prestigio” por la notoria escasez de medios, pero también por incompetencia manifiesta. Hubo que esperar a 1927 para las ediciones más exitosas, que se dieron entre ese año y 1930. Tuvo mucho que ver la gestión de Carlos Núñez Manso, político y alcalde proclive al régimen de Primo de Rivera. El Ayuntamiento no escatimó en “medios de propaganda por los pueblos comarcanos y por las ciudades fronterizas del Norte de África”. También se editó una pequeña Guía de Tarifa con información útil de la ciudad y abundante publicidad de comercios, muy a propósito para fomentar el turismo. El caso es que la llegada de turistas se incrementó de manera considerable.
No es que se viviera una coyuntura propicia para el gasto sin cuento, y menos en aquella Andalucía campesina y empobrecida. Por más señas, la mala cosecha de 1928 produjo en Tarifa una crisis que agravó su pobreza estructural y conllevó la despoblación rural y urbana. Así y todo, la feria resultó más que aceptable gracias a la aportación económica de los comerciantes y a un aumento de visitantes. Un aliciente añadido fueron las mejoras urbanas, como el espléndido nuevo mercado de abastos, inaugurado en agosto de 1928. Alguien dejó escrito que fue la feria “de la mucha gente y el poco dinero”.
En 1929 se prolongó la Alameda con un jardincito y una fuente en el centro, donde hoy se ubica la estatua de Guzmán el Bueno, y se habilitó la carretera paralela, la actual avenida de la Constitución. Además, quedó terminada la reforma de la plaza de Santa María y abierto el paseo de Miramar, celebrándose con una verbena en el fin de semana anterior al comienzo de las fiestas. Estas nuevas obras impulsaron las visitas, calculándose que el día de la corrida vinieron más de mil forasteros.
La feria de 1930 resultó incluso más lucida al darse la extraordinaria coincidencia de una cuantiosa cosecha y una notable temporada de pesca, lo que hizo correr el dinero en el pueblo con sorprendente abundancia.
Atracciones y espectáculos
Durante la temporada de verano y hasta después de las fiestas se montaban casetas de madera para cafés y cervecerías en la Alameda. Algunos vecinos abrieron huecos en la muralla dando al paseo para poner veladores con toldos o marquesinas para su negocio. Entre otros hosteleros y taberneros de aquellos años estaban Ildefonso Iglesias, Miguel Puyol o Francisco Natera.
En lugar preferente del real se instalaban las dos casetas de baile. La municipal se ubicó algunos años junto al quiosco de obra que aún está en pie, y luego en la primera plaza ‒la del teatro Alameda‒. Era gestionada por el Círculo Mercantil y solo admitía a los socios, que bailaban con música de orquesta. La otra era La Armonía, más popular y con público joven, con música de organillo.
En los laterales del paseo se colocaban las distintas atracciones, como caballitos, cunitas y otros artilugios para los más pequeños y los no tanto; además de cafés, buñolerías, puestos de turrón, patatas fritas, etc. Y no podía faltar la tómbola benéfica, montada por las monjas concepcionistas del hospital de la Caridad.
Atracción fundamental era la iluminación extraordinaria, tradicionalmente a la veneciana, que el fuerte viento de levante solía apagar con facilidad. La luz eléctrica llegó a Tarifa en 1900, aunque en el ferial se instaló en 1901. A partir de entonces el alumbrado de feria fue mezcla de bombillas eléctricas y farolillos de colores. Para su montaje se recurría a profesionales reconocidos por sus trabajos en otras poblaciones.
Las tardes y noches eran amenizadas con los conciertos de la banda municipal. A la vez también solían intervenir bandas militares, como la del Batallón de Cazadores de Segorbe o la del Regimiento de Extremadura. Una de estas charangas era la que recorría las calles a las diez de la noche del día 6 tocando retreta; y diana a las seis de la mañana en los días 7, 8 y 9.
Por las tardes se organizaban regatas, carreras de cintas a caballo y en bicicleta, cucañas marítimas y terrestres, elevación de globos y fantoches, y algunos otros juegos tradicionales.
Una de las distracciones más esperadas eran los fuegos artificiales, que se quemaban hacia las 10,30 de la noche en los tres días de feria y el último de velada.
Había casetas provisionales de cafés cantantes, de títeres, etc. En 1901 se vieron películas por primera vez en Tarifa, con dos puestos de proyección en el ferial, lo que despertó un enorme interés. En agosto de 1908 se concedió permiso a José Fernández Moriche para instalar una caseta permanente de madera para teatro, origen del cine Alameda. Ofrecía espectáculos de variedades ‒varietés se decía en aquel tiempo‒, teatro, musicales, etc., y también se proyectaban películas. Luego pasó a propiedad del algecireño Francisco Medina Sánchez, que lo reconstruyó de mampostería entre 1920 y 1921, convirtiéndose en el Salón Medina, que sirvió incluso de salón de baile, aparte de su programación habitual. En los días de feria actuaban compañías y artistas de más renombre, como la joven Estrellita Castro en 1927.
Claro que lo que más interés despertaba eran los toros, porque una buena corrida “es el todo, por no decir el triunfo de una feria”. La empresa propietaria de la plaza ofrecía una novillada formal, aunque casi siempre se añadía una charlotada o festival taurino cómico y una becerrada a cargo de aficionados.
Se lidiaban novillos o novillos-toros ‒toros que por tener algún defecto contaban como novillos‒. Solían ser reses de ganaderos locales, como Marcos Núñez Reynoso o Joaquín Abreu Herrera; pero también se acudió a foráneos, como Surga o herederos de Pablo Romero, ambos sevillanos.
En los primeros años del siglo torearon Potoco, Machaquito, Rosalito, etc., actuando también la cuadrilla de las “niñas toreras”. En 1925 se constituyó una empresa a fin de financiar la corrida de feria mediante acciones, hasta que en 1929 el Ayuntamiento acordó costear todos los gastos. Gracias a ello, se pudo contratar toreros de cierta notoriedad, lo cual tampoco aseguraba nada. Así, en 1926 el diestro Niño de la Palma II terminó en la cárcel por negarse a hacer la faena y matar el novillo. Entre 1927 y 1930 actuaron Parrita, Perlacia, Palmeño, etc.
Los festejos patronales
El traslado de la Virgen y San Isidro desde la ermita se efectuaba el 5 de septiembre, y excepcionalmente un día antes o después. Aún no estaba fijado que fuese el primer domingo del mes. Salía la comitiva a las 5 de la tarde, mitigando algo la canícula con descansos en el cortijo La Palmosilla y en la venta El Tito para aliviar el hambre y saciar la sed. Luego, una última y breve parada pasado el río de la Vega.
Hacia las 8,30, cuando empezaba a anochecer, llegaba a las primeras casas del pueblo, en la calle Batalla del Salado, donde esperaba el clero, el Ayuntamiento bajo mazas y otras autoridades y un gran gentío. Tras sonar la marcha real (himno nacional), el párroco daba la bienvenida con una plática y se cantaba la Salve, retomándose luego el camino hasta la iglesia de San Mateo.
El acompañar a caballo a la Virgen viene de antiguo, por comodidad y lucimiento de algunos. Sin embargo, se considera que la llamada Cabalgata Agrícola fue creada en 1914 por acuerdo de la hermandad mariana, integrándose en la comisión municipal de festejos. No fueron pocos los que respondieron desde un principio, estimándose que en 1925 asistieron un centenar de cabalgatistas vestidos a la andaluza.
En el segundo domingo después de la llegada de la Virgen tenía lugar la procesión solemne. Hacia las 7 de la tarde salía de la iglesia San Isidro y luego aparecía la Virgen al son del himno nacional. Según era costumbre, el teniente comandante militar de la plaza sostenía la cola del manto.
La procesión seguía su tradicional itinerario por las calles Sancho el Bravo, Nra. Sra. de la Luz, Jerez ‒rotulada Primo de Rivera en los años veinte‒, Mª Antonia de Toledo, Colón, Santísima Trinidad, estacionándose en la Puerta del Mar. Aquí, el párroco profería su prédica y se disparaban bengalas, tras lo cual emprendía la vuelta a San Mateo por la abarrotada calle Sancho el Bravo. Se veían muchos forasteros, “atraídos por la popularidad y fama con que ya cuenta este acto religioso”, y entre ellos, distinguidas personalidades de Algeciras y La Línea.
El día 21, festividad del patrono San Mateo, se oficiaba misa y se procedía al emotivo y multitudinario paso bajo el manto de la Virgen, instituido en 1899. Al día siguiente volvía la imagen a su ermita, donde se celebraba misa y ocasionalmente tocaba la charanga municipal. Luego, en un ambiente lúdico, los fieles bajaban a las riberas de los cercanos ríos Jara y de los Molinos para almorzar al frescor de la arboleda.
Especial significado tuvo la romería de regreso en 1930. Tras su llegada al santuario se celebraron dos misas. Después hubo concierto, elevación de globos y fantoches y se rifó un mantón de Manila. A las dos de la tarde, en el sitio nombrado “Turrao”, se procedió a herrar 18 reses de las 21 donadas por diferentes vecinos, y se capearon varios becerros. Así fue restaurada la antigua ganadería de la hermandad de Nra. Sra. de la Luz, desaparecida tiempo atrás.
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