Historia del menú de Navidad

Del sopicaldo a las vieiras

  • Repaso mediante un repaso costumbrista de la evolución gastronómica del menú de Navidad de los hogares españoles en los últimos 60 años.

Del sopicaldo a las vieiras.

Del sopicaldo a las vieiras.

El paso y el peso del tiempo no es rémora, sino aprendizaje. Tendríamos que apelar al título de la canción ‘Cómo hemos cambiado’, de Presuntos implicados, o a las memorias de Adolfo Mariscal –‘Tan lejos, tan cerca!’– para aproximarnos, siquiera grosso modo, a cuanto podamos entender como un somero repaso de la evolución –nunca involución– del menú de Navidad durante los últimos 60 años en este país que llamamos España. Cómo comíamos y cómo comemos, léase: de la carestía a la abundancia (siempre al abrigo de las modas y los modos de cada década).En los 60 la Navidad también protagonizó su propio desarrollismo en los domicilios de los españoles. No había marisco –como así bastantes años después– pero sí pollo asado: la estrella cimera que se disfrutaba a la manera del mejor manjar de entre los posibles. Ya casi todas las amas de casa contaban con la anhelada vajilla Duralex y con la olla exprés. Eran compañeras de mesa bebidas como Gaseosa ‘La Casera’, Andes –“la cerveza soberana”– o Skol –“El nuevo sabor de cerveza”– o cerveza ‘San Miguel’, con su publicidad de la época: “Papá: ¡Es San Miguel! ¡La cerveza que te gusta!”; o Cruzcampo: “Lleva a casa una bebida para todos. Su cerveza fina que siempre sienta bien. Cruzcampo tiene una botella especial que puede adquirir en cualquier establecimiento y así la puede tomar toda la familia”.Por descontado tampoco faltaban el fino ‘Tío Pepe’, la manzanilla ‘La Gitana’, el coñac Centenario Terry, Ponche Soto o la Crema de Lima –“El licor de damas… que gusta a todo el mundo”–. La velada se remataba con una tacita de Nescafé –“Yo… Nescafé. Porque solo con Nescafé puedo tener un café puro y siempre a mi gusto”–, el turrón “duro” –de Alicante– al peso y los “Exquisitos mantecados de Estepa” en caja de cartón de considerables dimensiones –y en cuyo interior también figuraba un almanaque ‘del año naciente’–.A las bebidas se incorporan algunas posmodernas de cuando entonces: Bitter Kas, Pepsi-Cola y Mirinda. Para los adultos las cervezas y los vinos de la tierra siguen conservando su liderazgo. La Nochebuena, a veces, también peca de chovinismo. Todo entendible, en cualquier caso. ¿De postre? Es la década fuerte –hace furor entre propios y extraños– del turrón de chocolate Suchard. A los niños se les cae la baba con las marquesas Delaviuda, las almendras rellenas artesanas y los alfajores. Años 80: se consolida la sociedad del bienestar. La holgura económica se nota y denota en las cenas navideñas. Irrumpen con fuerza el foie y el salmón ahumado. ¡Todo un lujazo estas novedades! Bocatto di cardinale. Todos los miembros de la familia vuelven a casa por Navidad. ‘El lobo’ es un buen turrón. Las grandes superficies ya son una realidad expansiva. Y llegan –¡para quedarse!– los alimentos light. La promoción de la dieta mediterránea está de moda. Y, en el punto de mira, como contrapartida, la obesidad y el colesterol.

Nuevos platos para los menús navideños. Nuevos platos para los menús navideños.

Nuevos platos para los menús navideños.

En la Nochebuena abunda el pavo, los huevos a la bechamel, los platos de gambas, la media noche de foie y mejillones, el jamón serrano “del bueno” y las latitas de berberechos. Al final de la década comienza a cobrar auge el culto al cuerpo. Quienes se lo toman demasiado a pecho disfrutan –como romanos en noches pantagruélicas– estos 24 de diciembre sin dietas ni gimnasios.Años 90: muy tímidamente van apareciendo algunos microondas en las viviendas del vecindario. El runrún social impone la idealización del cuerpo esbelto. La delgadez es un canon de belleza. El culto a la anatomía propia es una premisa cuasi de obligado cumplimiento. Crece la venta de precocinados y congelados. Un dato: en 1992 solo el 12% de la población posee microondas. Con todo y con eso, los platos de langostinos ya son de uso común entre los comensales de una misma parentela. La Nochebuena apuesta por las banderillas toreras, por los huevos de codorniz, por los biscotes, las aceitunas rellenas de anchoa y, como entrante, el cóctel de marisco. En copas asimismo de cóctel o, en su defecto, de champán. Suponía la sofisticación del ímpetu cocinero por agradar a la compaña. La altura de la mesa ganaba centímetros con las botellas de refrescos cada vez más gigantescas. La macedonia de frutas pretende derrocar al turrón de Suchard, pero sale perdiendo a las primeras de cambio: el sabor de ese chocolate es delicia atemporal. Años 2000 a 2020: dos décadas en las que se han producido cambios vertiginosos en la alimentación. A pasos acelerados. A pasos de siete leguas. Se expanden las marcas blancas y crecen los congelados. Ya está a la venta la lechuga –de calidad– envasada. Se dedica más tiempo a la compra, para ahorrar. Aumenta la venta de productos elaborados y calentados en microondas.En los 2000 la globalización ya se había introducido –a la chita callando– en los supermercados. Eso sí: los productos que poníamos en nuestros platos aún provenían de un entorno más o menos cercano. Hablamos de los primeros años de la década del 2000. Hubo un riesgo de plastificar las cenas de Navidad que pronto fue enmendado porque, a pesar de los pesares, en estas fechas siempre se han comprado productos frescos. Durante algunos años se pagaron las consecuencias de la nueva era. Los 2000 arrancaron a bombo y platillo con el boom de los productos light, 0% o los desnatados. Mas tarde llegarían los enriquecidos con Omega 3, con calcio, etc. Afortunadamente, el siglo XXI ha regresado a la elección de una cocina de excelencias. Y la carne rellena de pasas o los solomillos a la pimienta –ya regados con los mejores vinos del entorno– de la Nochebuena pueden actualizarse con menús más elaborados como tartaleta de guisante y su hierbabuena, mini empanada de puerro y champiñones, rollitos de espinacas con salmón ahumado, milhojas de variada creación o vieiras a la parrilla. Moraleja: el atracón poco importa: la esencia radica en la conjugación del verbo comer siempre en familia y en alabanza, prez y honor de la celebración del nacimiento del Niño Dios. ¡Buen provecho, por tanto, para todos!

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