El 7 trágico

Con las calificaciones académicas estamos inmersos en un proceso inflacionario de graves consecuencias formativas

La pregunta que tratará de contestar este artículo no tiene el dramatismo de la célebre "¿En qué momento se jodió el Perú, Zavalita?", pero probablemente lleva la misma carga de profundidad. Se la hace el profesor, escritor y documentalista Manolo Gómez Segarra, conocido (nomen omen) como Mago, por la "Ma" de Manolo y por el "Go" de Gómez, además de por sus evidentes artes nigrománticas. Y la pregunta es: "¿Cuándo el 7 empezó a ser una nota baja?".

Es un hecho incontestable. Lo prueba que un 7 resulta una nota decepcionante para la gran mayoría de los alumnos (de los alumnos medio buenos, digamos) y que, en bastantes casos, provoca una reclamación de la nota. A veces, una reclamación incluso ofendida.

No el Perú, pero probablemente la enseñanza se jorobó bastante en ese mismo momento. Porque un 7 es una nota estupenda y muy ajustada a lo que un alumno aplicado puede merecerse en términos objetivos. ¿Por qué ahora parece una nota baja y se la parecerá, sin duda, a los alumnos que se han enfrentado a una atípica selectividad? La razón: se ha producido un brutal proceso inflacionario de las calificaciones. Estaría muy bien, como se pregunta Manolo Gómez, datar en el tiempo ese cambio de percepción.

Más fácil es determinar la razón. Como los conocimientos (el patrón oro) se ha ido arrinconando, el papel moneda (las calificaciones) han ido perdiendo su relación con la realidad. Hasta un 10 parece ya poco según un nuevo sistema en selectividad que ha dejado al métrico decimal por los suelos. Conste que los alumnos aspiran a lo que necesitan para entrar en sus carreras y que hacen bien en pelearlo.

Somos los demás los que tenemos que asumir que esto se ha salido de madre, sobre todo porque una nota tiene que ser, sobre todo, un diagnóstico ajustado de nuestros conocimientos adquiridos y de lo que faltan por adquirir. En este sentido, el 7 mantenía un equilibrio estupendo entre una mayoría de la materia dominada, pero todavía unos esfuerzos pendientes, como siempre existen. Las notas superiores al siete, esas que ahora casi se exigen por defecto, tienen un efecto secundario muy nocivo: transmiten la sensación al alumno y a su entorno de que ya no tiene más que aprender de la cuestión. Un 9.5 te deja con una sensación de plenitud que no espolea en absoluto al amor propio a seguir trabajando la asignatura. (Puntúe por favor este artículo del 0 al 10. ¿Pse, un 7? Oh, ojalá.)

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