La mala educación

Cuando se ocupa un cargo importante hay que tener mucho cuidado con los gestos

Recuerdo con sentimientos encontrados un acontecimiento de gran importancia, una experiencia mía que sin ser única en su esencia se significaba por encima de todas las demás. Corría el año 1998 y el padre Sebastián González Araujo, párroco de la iglesia de Nuestra Señora de la Palma y arcipreste de Algeciras, tuvo la deferencia de ofrecerme el privilegio de pronunciar el pregón de los actos conmemorativos del septuagésimo quinto aniversario de la proclamación canónica del patronazgo de Nuestra Señora de la Palma. Coincidía la fecha con el ducentésimo septuagésimo quinto de la creación de la parroquia. El alcalde del momento, poco dado a comprender lo, por general, efímero del empleo, era muy de intervenir en asuntos de religiosidad popular; tanto es así que adoptó una réplica de la patrona -encontrada en el antiguo hospital militar- por si fuera menester disponer de alternativa.

Al alcalde no le gustó la elección del pregonero y optó por no asistir al solemne acto y prohibir a la televisión municipal, que sentía de su propiedad, transmitir el acontecimiento. De modo que nos quedamos sin imágenes de algo tan señalado para los algecireños. Pronto, el próximo 25 de abril se cumplirán cien años de la oficialidad de ese patronazgo. Nuestro regidor de entonces no cayó en la cuenta, como ocurre con la generalidad de sus colegas, de que no sólo privaba a la ciudad de un señalamiento único e irrepetible sino que además daba un espléndido ejemplo de mala educación. Ese gesto de mal educado lo he sentido muchas veces, en particular cuando por evitar a una persona, por razones relativas a sus ideas u opiniones, se evita algo significativo, tal vez incluso trascendente.

Cuando se ocupa un cargo tan importante como el de alcalde o presidente de una comunidad, ya sea grande o pequeña, ya sea a modo de definición política o social, hay que tener mucho cuidado con los gestos. En realidad hay que tenerlo siempre, pero mucho más cuando las circunstancias te han dotado de la representación de un colectivo. Los protocolos, como los gestos, son igualmente importantes. No hace mucho fui testigo en Algeciras de un acto oficial en el que se emitió por altavoces el Himno Nacional de España y a continuación el Himno de Andalucía. Lamentable espectáculo. Le dije a uno de los responsables que se fijara cómo en misa el cura oficiante es siempre el último de la comitiva. Pero, debo confesar que dudo de que lo entendiera.

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