La comuna

A bailar, a comer, a beber y a ser felices con los amigos, que los de la comuna no tienen rebujito ni pinchitos del moro

Gloria Sánchez-Grande nos hizo ver lo tristemente anodino de nuestras vidas cuando describió el día a día de la comuna hippie asentada en Bolonia. Nos explicó que los libertarios cantan, bailan, meditan, practican el nudismo y el amor libre, rezan y encienden fuego para calentarse la comida. El relato nos revolvió nuestro mismo existir. ¿Hacía falta ser tan dolorosamente descriptiva, Gloria? ¿No podrías haber recalcado el tema de la mugre y los piojos para que no nos entrara tanta pelusilla?

Además nos cuentas todo eso ahora en junio, cuando florecen nuestras ilusiones veraniegas y a pie de esa paradisiaca playa y antes en la Sierra de Grazalema. Porque, como dice mi amigo Fernando, estos son hippies pero no gilipollas, que a Écija no se iban a ir en verano. Tras el forzado desalojo y para mayor crueldad, Gloria no nos informó de cuál sería el siguiente destino del clan de la felicidad arcoíris por si a alguno nos da por solicitarle la preinscripción al gurú.

Nos imaginábamos a la comuna al atardecer, mirando al mar de las orcas libres y cantando canciones afinadas o no, que más da, pero sin terminología reguetonera alguna. O echando cabezaditas a deshoras sin mirar en el reloj cuantos pasos se han dado y cuantas calorías me quedan por quemar. O mejor aún, sin preocuparse de que se acaba el plazo para presentar la renta; o sin la ansiedad que da la prolongada espera del último pedido de Amazon, o que no llega a tiempo el voto por correo para echar a Sánchez.

El paraíso, un Woodstock andaluz y playero que bien merecería una canción de Chambao. O alguna referencia en el próximo discurso de Moreno Bonilla, que tiene la misma buena vibra.

Pero como ha de ser, la Benemérita fue implacable en el cumplimiento de la orden de desalojo y se nos esfumó la idea de un radical cambio de vida, como ya se nos había ido la vana ilusión del pufo de la prosperidad compartida que nos (pro)metió Picardo desde Sotogrande. Más que ferroviario, el maltrato a los campogibraltareños es ya psicológico. Hasta el PP nos olvida en sus listas al Congreso, que ya nos defenderá una de Rota de los perjuicios que el postbrexit pueda producir a la comarca. Qué ojo, Alberto.

Lo dicho, ahora ya no tenemos comuna en la que refugiarnos, en la que cantar, bailar, meditar o practicar el amor libre.

Pero al menos nos queda la Feria. Casi que muchísimo mejor, ¿no? Pues eso, a bailar, a comer, a beber y a ser felices con los amigos, que los de la comuna no tienen rebujito ni los pinchitos del moro, ni ven la cara de felicidad de un niño cuando se baja de un cacharrito. ¡Feliz Feria de Algeciras!

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios