Apareció sin avisar y la dejé entrar. Sin más. Por su esencia, por su olor y por su manera de cuestionarme si llevar una gomilla del pelo en mi muñeca, o no.

Suelo ser muy independiente y hago lo que me da la real gana. Siempre. Pero eso no implica el que no escuche a los demás, aunque lleve consigo unas turbulencias internas, que, a veces, saco al exterior en forma de mi más sincera y honesta defensa.

Un día, me dijo: “Quítate esa gomilla naranja de la muñeca, no te pega nada”. La miré y pensé: “¿Quién se cree esta pa´decirme eso?”, y, por supuesto, mi orgullo me pidió que la dejase donde estaba, que no molestaba a nadie. Pero, justo después de su petición, me di cuenta de que empecé a esconder la gomilla por debajo de la manga de la camisa.

Esto me hizo volver a sentarme conmigo misma, una vez más, y preguntarme por qué y de manera inconsciente había hecho caso a esa solicitud, vacía de contenido. Me di cuenta de que llevaba razón, y, que, aunque sus maneras no eran siempre las más ortodoxas, esa elástica en mi muñeca debía desaparecer (era fea, muy fea).

Esta alegoría tambaleó mi vida y la idea de compartirla con alguien. ¿Estaba realmente preparada para escuchar la opinión de una persona que, según mis miedos, invadiría por completo mi espacio vital?

Aquella pregunta resonaba a cada paso, así que me enfrenté a ella, descubriendo multitud de sombras que estaban en lo más oculto de mi alma. Olvidadas, aparcadas, dormidas. Zonas oscuras que no sabía si estaba preparada para mirarlas de frente. A los ojos.

Y lo hice. Me arrodillé ante tanto desconcierto y empecé a lamer mis heridas para descubrir qué cicatriz era la que salía a pasear cada vez que se me acercaba alguien. Y más que encontrar respuestas, lo que aparecieron fueron nuevas preguntas. Porque, cuando por fin tuve el valor de observarme por dentro, lo entendí todo. Y ya cambió el cuento. Cambió la historia.

Así que solo puedo sentir agradecimiento por la chica que consiguió que saliese de mi zona confort. La que me vaciló tanto que me “obligó” a levantarme del asiento para verla, para enfadarme, para intentar entender por qué… después de tanto tiempo conmigo y solo conmigo.

Y lo que no imaginaba era que, al final, iba a explorarme a mí misma a través de ella. Y esa es mi parte preferida de la vida, aunque sea la más difícil de gestionar.

Todo esto puede parecer una gran historia de amor, pero no, no hablo de eso, hablo de que el universo conspira continuamente para ponernos por delante a personas que te hacen mejor. A personas que van a mostrarte partes de ti que, quizás, no quieras ni ver, pero que, seguro y con trabajo, te harán evolucionar.

Nunca una gomilla del pelo me había sacudido tanto. Bendita metáfora.

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