Cuánta gracia me hace tu amor de cristal. Ese de escaparate, que, al parecer, te hace sentir invencible, y, sin embargo, no es más que es un amor invisible.

No sé si algún día me engañaste o me dejé engañar, solo sé que en todo lo que exhibes no hay realidad.

¿Y qué sabré yo sobre lo que sienten los demás?: ¡Nada de nada!

Pero en tu empeño en manifestar lo bien que estás, se esconde esa inseguridad que, ¡vaya pena!, no muestra verdad.

Recuerdo que siempre me decías que somos lo que vemos, y yo te replicaba con un rotundo: “somos lo que hacemos”.

Y me reitero una y mil veces más con esto, porque, aunque quieras negarlo, en millones de ocasiones te demostré que no necesitaba de tu filtro eterno para hacer ver a los demás que lo nuestro estaba salido de un cuento.

Porque no necesitaba enseñarlo. Yo ya lo sabía.

Así sentía y así siento. Sin florituras y sin adornos. A pecho descubierto. Entregando hasta la última gota de sangre que me queda. Pero sin necesidad de espectadores.

Y, aunque ganaste muchas batallas con aquello de mostrarle al mundo lo que soy, espero poder ganar la guerra y creerme al fin que el prisma de mí lo tengo yo. Convencerme de que el poder no lo tienes tú. Ya no.

Y no sé si lo lograré. No sé si seré capaz de guardarte en el cajón y olvidarte. Porque, he de reconocer que, a veces, me traes noticias interesantes, pero debo dejar de prestarte atención y enfocarme en lo realmente importante: el aquí y ahora.

Volver a parar el tiempo con un mensaje de mi mejor amiga o con la sonrisa de mi sobrina.

Embelesarme con el amanecer desde mi terraza o con el olor a chimenea.

Seguir con las ganas de aprender y construir nuevos sueños. Nuevas experiencias.

Bailar bajo la lluvia con los que quieran acompañarme o seguir emocionándome con un buen pasodoble de carnaval.

Y quizás no debiera dedicarte estas letras porque me has traído más dudas que certezas, pero necesitaba confesarte que lo nuestro es un amor de fatal, y, tenía que decírtelo: te estás cargando la esencia del mundo real, Red Social.

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