No he sabido nunca de conflictos religiosos en mi entorno. Ni la dirección hacia la que se ha de rezar, ni la manera de postrarse ni el nombre del dios o no dios han sido nunca aquí motivos de discusión; mucho menos los asuntos teológicos de los diversos credos. Por eso no existe la figura del mediador interreligioso. No hace falta.

Por contra, sí existe el mediador intercultural, dado que, en los problemas de convivencia entre sujetos de diferentes comunidades nacionales, no es la religión el motivo del desencuentro sino la cultura (o la incultura).

El mundo se divide hoy en países plurales y países dogmáticos. El nuestro, euromediterráneo, puede presumir de ser muy plural. Irán, Arabia Saudí o Corea del Norte son, por el contrario, países dogmáticos: en estos, lo que conviene al individuo y a la sociedad ya viene establecido por el dogma. No hay pensadores, ni filósofos ni ensayistas. No hacen falta.

Cuando un ciudadano de una sociedad dogmática se instala en un país plural surgen problemas. En Seúl, al refugiado norcoreano que llega (varios miles al año), lo hacen pasar tres meses por un centro de integración; allí aprende conceptos como inversión, elecciones o contrato, entre otros, pero sobre todo le enseñan a ejercer la libertad, a pensar y decidir por sí mismo, a opinar, a asociarse y a reclamar sus derechos. Algunos de esos centros están en manos de ONG internacionales. 30.000 norcoreanos han pasado ya por ellos.

A nuestra sociedad han llegado en las últimas décadas ciudadanos de naciones dogmáticas. Venían de recibir una formación dogmática en sus casas, aldeas, escuelas y por los medios de comunicación (intervenidos). No conocen el verdadero sentido de la palabra libertad y, por tanto, tampoco el respeto a la libertad del otro, la tolerancia o la pluralidad. No pueden adaptarse a una sociedad de librepensamiento, a la que consideran una amenaza de la que deben protegerse.

No. El problema no ha sido nunca la religión de los inmigrantes sino su dogmatismo cultural. Por eso, la plena convivencia, la fusión social y cultural (y también biológica) la están protagonizando ya los hijos de aquellos que inmigraron en los noventa. Estos jóvenes ya han estado expuestos a maestros, columnistas y tertulianos libres. Conocen el librepensamiento y la libertad de cátedra, pueden leer de todo y no admiten censuras en la Red; y son musulmanes porque así lo han decidido, no porque lo imponga el dogma. Vivir con musulmanes libres va a ser muy interesante: ya empieza a serlo.

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