Solidaridad con Marruecos

Tristemente se ha cumplido de nuevo la triste norma según la cual los fenómenos naturales se ceban con los desfavorecidos

Las fuerzas de la naturaleza se presentan algunas veces de forma cruel y con una potencia destructiva. Algunas veces, por fenómenos relacionados con la actividad humana como los episodios climáticos extremos relacionados con el cambio climático (estos días en los vestigios de lo que hace algún tiempo fue un país, Libia, y hoy es un Estado fallido controlado por mafias y señores de la guerra, unas terribles inundaciones asolan ese territorio con miles de muertos). Otras veces, es la tierra la que sacude violentamente su corteza causando destrucción y muerte. No es de extrañar que desde la antigüedad a lo largo de la historia muchas culturas achacaran tal furia terrenal con la ira de los dioses. No obstante, ya sean fenómenos causados por la acción del hombre o por las fuerzas de la naturaleza todos tiene en común que los mayores daños y sufrimientos son causados a los más débiles y a los más vulnerables. Es una triste realidad que se repite una y otra vez en todos los rincones del globo.

En el terremoto que ha asolado Marruecos hemos visto como se ha cebado en las poblaciones rurales más vulnerables que son las que habitan las aldeas alejadas de los grandes núcleos urbanos. Sorprendentemente, hemos leído en los medios de comunicación como solo se ha admitido la ayuda internacional de muy pocos Estados, entre ellos España, aquellos que han seguido ciegamente y se han plegado a los intereses de la política exterior de la monarquía y el Majzén. Por cierto, no debemos confundir Marruecos con el Majzén y la monarquía. A otros Estados con ciertas discrepancias en política exterior, como Estados Unidos o Francia se les ha denegado la posibilidad de remitir ayuda humanitaria. En definitiva, ha primado los intereses particulares del Majzén y la monarquía sobre el interés de la población. El seísmo también ha puesto de manifiesto las debilidades de una administración que presenta importantes lagunas en materia de salud pública y asistencia a zonas rurales.

Por el contrario, el terremoto ha mostrado la enorme solidaridad del pueblo marroquí que en algunos casos ha cubierto las debilidades e ineficacia de la administración. En algunos casos, han sido los vecinos quienes con sus propias manos han rescatado a las víctimas, retirado los escombros y prestado ayuda, cobijo y alimentación a los necesitados. Ha sido toda una lección de solidaridad. Lo que no ha hecho el Gobierno lo han hecho los ciudadanos.

Tristemente se ha cumplido de nuevo la triste norma según la cual los fenómenos naturales se ceban con los más desfavorecidos. A pesar de las reflexiones de esta columna, hoy no es el momento de críticas ni de reproches. Es la hora de la solidaridad con el pueblo marroquí.

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