En los marcos teóricos sobre relaciones internacionales no suele haber un consenso generalizado sobre las diferentes fases que ha atravesado la comunidad internacional. Y cuando hay una aceptación generalizada sobre la existencia de una etapa con unas características bien definidas no suele haber un acuerdo total sobre sobre sus fechas de inicio y final. Es comúnmente aceptado que desde el final de la Segunda Guerra Mundial se inició un período denominado guerra fría pero su final todavía se discute en la literatura científica.

He leído que la locura totalitaria de Putin es una continuidad, después de una breve interrupción, de los postulados de la antigua Unión Soviética reproduciendo sus signos de identidad: feroz represión interior, enriquecimiento de unas elites corruptas e impunes y política exterior agresiva reivindicando sus esferas de influencia en lo que se considera su “espacio vital”. Puede ser. No obstante, lo cierto es que desde mi punto de vista después del período breve que siguió a la disolución del bloque soviético (1991) que se calificó como “el fin de la historia” utilizando el título de la obra de Fukuyama, empezó a comienzo del siglo XXI una nueva etapa caracterizada por el desprecio de las normas y principios básicos de derecho internacional plasmadas en la Carta de las Naciones Unidas y la recuperación de la fuerza como elemento motor de las relaciones internacionales. El entonces presidente de los Estados Unidos Bush, junto a sus aliados Blair y Aznar, iniciaron con la desastrosa invasión de Irak esta era de desprecio al derecho internacional y a sus instituciones como Naciones Unidas, cuya credibilidad quedó seriamente dañada. Se inauguró una fase basada en la fuerza, dogmatismos ideológicos y en los intereses económicos de una oligarquía. Es la etapa de los agujeros negros del derecho: guerra de Irak, tortura de los detenidos (Abu Ghraib), desprecio de las Convenciones de Ginebra (Guantánamo). Sus consecuencias perviven hasta hoy. En 2008 Putin utilizó los mismos argumentos del trio de Azores para invadir parte de Georgia en 2008 y después, en 2014, Crimea ante la pasividad occidental compensada por el abundante y barato gas ruso.

Lo cierto es que hoy las normas de derecho internacional que pretendieron consolidar una sociedad internacional basada en la paz y la cooperación tal y como se plasmaron en la Carta de las Naciones Unidas son solo lejanas referencias que son ignoradas con desprecio. Las instituciones internacionales son incapaces de poner límite a la crueldad. Los horrores de la guerra de Ucrania, la destrucción de Gaza y el incalificable padecimiento de su población civil y de los rehenes de Hamás son las consecuencias de esta nueva era de las relaciones internacionales. La era de la barbarie.

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