La Gran Cruz del valle

Lo que le falta a la propuesta de ley de Izquierda Unida es sembrar de sal el Valle de los Caídos

Lo primero que conviene desenterrar son los motivos subconscientes de cualquier acción para no caer en contradicciones, contraindicaciones y contraprogramaciones contraproducentes. Contra lo que dicen, exhumar a Franco del Valle de los Caídos no es un hecho natural de la memoria histórica y del respeto a las víctimas del franquismo, etc.

Las víctimas de ETA, por no irnos lejos, parece que quedan más lejanas. La clave de este asunto es que Franco es lo de menos. Se trata, como ya expliqué en un artículo ("Algo pasa con Franco", del 19 de junio), de hacer pasar a media España por el aro de la memoria de la otra media, humillando a la derecha sociológica.

Ahora Izquierda Unida propone una ley para quitar la cruz del Valle de los Caídos, desacralizar el monasterio y hasta cambiarle el nombre a "Valle de Cuelgamuros". No sabemos aún si van a sembrar de sal los alrededores. Se detecta un odio a la cruz de dimensiones chestertonianas, no porque Chesterton la odiase, sino porque él describió esa rabia, porque no cesa encima de crecerles y porque les pasa como en la novela La esfera y la cruz, que ya no saben de donde arrancarlas: Callosa, Vall de Uxó…

Sin embargo, por dejarse regir por el subconsciente y sus propios tópicos repetidos mil veces, creo que en IU no han calibrado hasta qué punto esa pretensión de quitar la mayor cruz del mundo a la vez que exhumar a Francisco Franco engrandecería al ante-anterior Jefe de Estado. Es como si le concedieran a título póstumo la Gran Cruz del Valle. La quitarían del Risco de la Nava para ponérsela en su pecho. No es su intención, por descontado. Los hechos desnudos, sin embargo, producirían una imperativa asociación de ideas de una fortaleza icónica que debería impresionarles. Mientras casi todos quitan las cruces de todos lados y ceremonias y escudos, y mientras quienes debieran defenderlas y ostentarlas callan, hay algo ritual en querer arrancar la cruz a la vez que exhumar a Franco. Debería concernir tanto a los que aman la cruz como a los que odian al dictador. Porque Franco murió, pero la cruz es inmortal y poniéndosela así, sobre el pecho póstumo, con sus 150 metros de altura y sus casi 50 de ancho, le hacen un reconocimiento monumental. Desde la rabia, además, que suele ser más sincera. También en el subconsciente, interpelaría a todos los que en el mundo, sin ser franquistas ni habérselo planteado jamás, veneran la cruz.

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