De Algeciras a Estambul

Ese “De Algeciras a Estambul” ha hermanado ya a las ciudades del mar de las culturas

Como todo el mundo sabe, o debiera saber, en Grecia cuajó el legado cultural que creció entre ríos, el Tigris y el Éufrates, en un espacio llamado, por eso, Mesopotamia. Luego vino Roma y después Córdoba, capital del legendario Al-Andalus, desde donde todo ese formidable acervo de arte y sabiduría se proyectó hacia Occidente. El Peloponeso, la península al sur de Grecia, con su nombre mítico, albergó a Esparta, la Ciudad-Estado enemiga de Atenas, que tanta guerra dio en su tiempo. Grecia como tal no fue un Estado hasta el primer tercio del siglo XIX, de hecho en 1821 y de derecho en 1830. No hay que asombrarse de su juventud, Italia es aún más joven; no estuvo unificada hasta 1861. Resulta que entre el resto hacia el norte de la Grecia continental y el Peloponeso, un brazo del mar Jónico se adentra en tierra a través de los golfos de Patras y de Corinto, rodeado de un bello escenario que, sin embargo, fue el de la batalla de Lepanto, nombre derivado del que tuvo la actual Naupacto.

El Imperio Otomano en los siglos XVI y XVII se extendía por el oriente próximo, llegaba hasta Marruecos por el norte de África y hasta Centroeuropa rebasando Grecia y Macedonia, la patria de Alejandro Magno, fundador de Alejandría e icono de la Unión Europea. El Imperio Español, como potencia más poderosa, Venecia, que aportaría la mayoría de los navíos, los Estados Pontificios, Malta y otros de la Península Italiana formaron la Liga Santa contra el expansionismo musulmán que el Imperio Otomano representaba. Las dos flotas se encontraron en el golfo de Patras, el día 7 de octubre de 1571, y la derrota de los otomanos fue definitiva. La victoria supuso la hegemonía del cristianismo en el Mediterráneo y el fin de las aspiraciones del islam; Europa sería para siempre cristiana.

Nada de esto habría pasado si dos especialitos, Javier Ortega y Jesús Melgar, hubieran estado activos en esos tiempos, y Juan Manuel Serrat hubiera ya escrito su maravilloso Mediterráneo, la mejor balada del siglo, como me dijo personalmente en una ocasión Víctor Manuel, el de Ana Belén. Ese “De Algeciras a Estambul”, universal, ha hermanado ya a las dos ciudades que definen el de parte a parte del mar de todas las culturas. Cuántas desgracias habrían evitado estos tres si hubieran nacido allá por el año 1540. La Palma y Santa Sofía deberían sincronizar sus campanas para dar cuerpo a ese hermanamiento.

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