Después del 68. Arte y prácticas artísticas en el País Vasco. 1968-2018 | Crítica

Arte vasco, panorama de medio siglo

  • El Museo de Bellas Artes de Bilbao recorre medio siglo de creación autóctona representada en sus fondos con dos comunes denominadores: el rigor en el quehacer y el peso de las ideas

Obra sin título, realizada en óleo sobre tejido, de Kepa Garraza (1979).

Obra sin título, realizada en óleo sobre tejido, de Kepa Garraza (1979).

Los aniversarios tienen sus servidumbres y una de ellas es reconstruir un pasado próximo, en este caso, el último medio siglo del arte vasco, esto es, del arte en el País Vasco y Navarra. Son muestras arriesgadas. Pueden acumular obras, degradándose en almonedas, o restringirlas de tal modo que sólo las sigue el experto. Esta propuesta del Museo de Bellas Artes de Bilbao evita esos escollos y tiene un valor añadido: impulsar el conocimiento. La muestra es una red donde cada nudo remite a una dirección artística, plena de relaciones y debates. La exposición, más que mostrar, incita.

Al recorrerla se advierten dos direcciones del arte vasco. La primera, una actitud radical ante la práctica artística. La corrección formal, el oficio o la seducción son otras tantas coartadas del trabajo artístico: logran justificar la banalidad. Las obras expuestas son la negación de esas coartadas. Las evidentes diferencias entre los autores no ocultan un común denominador: el rigor. Subyace a la denuncia de la represión de Dionisio Blanco, a la épica de La fábrica de Ibarrola y al ácido sarcasmo de Juan Pérez Agirregoikoa.

La segunda dirección es el valor que estos autores conceden al pensamiento. No hay que recurrir a los textos de Oteiza: la idea vibra en sus obras, como en las cáusticas notas de Esther Ferrer sobre qué hacer con el dado de la célebre tirada de Mallarmé, convertido en rudo adoquín. El pensamiento anima la pintura de los hermanos Roscubas o los objetos de desecho, a los que Josu Bilbao hace visibles en el vestíbulo del museo.

Yendo a las obras, cabría distinguir tres líneas que quizá resuman la muestra. La primera es sin duda la escultura. A los nombres, de sobra conocidos, la exposición añade la calidad de lugar con que la instalación subraya ciertas obras. Así ocurre con el círculo formado por las cuatro breves piezas de Jorge Oteiza, presididas por la irónica Figura comprendiendo políticamente.

'Estación de autobuses', de Isabel Baquedano. 'Estación de autobuses', de Isabel Baquedano.

'Estación de autobuses', de Isabel Baquedano.

Lo mismo ocurre con la relación que tienden entre sí las silenciosas cajas de Ángel Bados (hierro bañado en cobre), la instalación ¿Quién teme al arte? de Txomin Badiola y la Habitación para dos de Pello Irazu. Estos lugares vienen, por así decir, preparados por las obras de Basterretxea y Chillida, y se prolongan en la gran Rueda dentada de Asier Mendizábal y en la ascética Extensión horizontal de June Crespo, una de las artistas más jóvenes de la exposición.

Segunda línea, la pintura: junto a las obras ya citadas, sorprenden los fragmentos urbanos de Isabel Baquedano (la mujer en la encrucijada de la Estación de autobuses) o el flash de Mayo del 68 de Aquerreta y Osés.

Pero a este hacer de la pintura se une la reflexión crítica sobre el hecho mismo de pintar. Así, el gran lienzo de José Antonio Sistiaga Homenaje a nuestros antepasados se confronta con las alternativas que el color crea, no sobre el lienzo, sino en la pantalla cinematográfica, al recibir las formas que el mismo Sistiaga pintó en el celuloide. José Ramón Amondarain construye una alfombra o quizá un enorme cuadro (597x438 cm.), que no pende del muro sino que cubre el suelo, evocando así, no sin sorna, el gesto, la materia y la manera de pintar (según se dice) de Pollock.

'Tú eres Pedro' (1956-1957), obra en mármol de Jorge Oteiza (1908-2003). 'Tú eres Pedro' (1956-1957), obra en mármol de Jorge Oteiza (1908-2003).

'Tú eres Pedro' (1956-1957), obra en mármol de Jorge Oteiza (1908-2003).

Este distanciamiento crítico del propio hacer artístico remite a una tercera línea de trabajo, propuestas cercanas al arte conceptual. Especial brillantez tiene la pieza del llamado Comité de Vigilancia Artística (CVA). Formado por Juan Luis Moraza y María Luisa Fernández, durante seis años elaboró piezas como la expuesta: una acumulación de los aditamentos del arte centrado en la representación: trozos de marcos y fragmentos de bastidores que alguien llamó paisaje después de la batalla.

Una pieza de Moraza, Nas, sugiere la transparencia de la cultura de la imagen de masas, restringida al mando a distancia de los dispositivos electrónicos. En parecida dirección van la animación de Txuspo Poyo, recreando el Gran vidrio de Duchamp, y una pintura de Kepa Garraza que paradójicamente señala la nada de la pintura. 

Trozos de marcos y fragmentos de bastidores reunidos por el llamado Comité de Vigilancia Artística. Trozos de marcos y fragmentos de bastidores reunidos por el llamado Comité de Vigilancia Artística.

Trozos de marcos y fragmentos de bastidores reunidos por el llamado Comité de Vigilancia Artística.

La muestra da sensación de consistencia. Son patentes las diferencias y divergencias, pero las dos direcciones que señalé al principio, rigor en el quehacer y peso de las ideas, son un común denominador. Esto no surge del azar. Es más bien resultado de una confluencia entre el debate (a veces lleno de aristas y otras propiciado por afinidades) y el valor concedido a la teoría y la reflexión.

A todo ello se añade la proclividad de las instituciones: museos, universidades y corporaciones han potenciado el intercambio de ideas sobre el arte. Tal vez, en el sur habría que reflexionar sobre la fecundidad de los esfuerzos coordinados entre universidades y centros de arte para potenciar programas de debate, comprensión y difusión artística. ¿Tanto esfuerzo supondría para las administraciones financiarlos?

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios