Cultura

Conjunción flamenca para honrar a José Vargas

Fue la noche soñada. El Teatro Florida de Algeciras se convirtió en un gigantesco contenedor de emociones y reconocimientos enfocados hacia la persona de José Luis Vargas Quirós, quien ya tiene en un lugar privilegiado de las vitrinas de su casa la XXV Palma de Plata Ciudad de Algeciras. Es un reconocimiento que él vio prácticamente nacer e impulsó con fuerza y tesón en sus 22 años como máximo responsable de la Sociedad del Cante Grande, de la que ahora es presidente honorario, además de personaje referente en todo el orbe flamenco.

Vargas sumó así oficialmente su nombre a otros merecedores de este emblemático galardón, como Antonio Mairena, Manolo Caracol, Paco de Lucía, Paquera de Jerez, Bernarda y Fernanda de Utrera, la familia Perrate, Chano Lobato, Manuel Morao, El Pipa o Andrés Rodríguez, entre otras figuras del cante, el toque y el baile. Historia pura del flamenco.

Un público entregado y lleno de caras conocidas. Los más pujantes representantes de las dos principales casas cantaoras del Campo de Gibraltar, los Canela y los Pañero, un bailaor de postín como Pepe Torres y las sonantas mágicas de Rubén Lara y José de Pura. Nada ni nadie faltó. Quizá haya sido de las palmas de plata más vibrantes por elevar hacia su máximo exponente el concepto de la emoción.

Los artistas no defraudaron. José y Perico Pañero y Fernando y José Canela tienen algo en común. Los cuatro son cantaores herederos de un flamenco clásico y jondo. Pero lo más importante, con ser fundamental, no es eso. Sino que cada uno de ellos cuatro ha sido capaz ya, pese a sus respectivas juventudes, de agregarle matices propios y personales a las herencias recibidas y las fuentes de las que han bebido. A saber: Fernando y José tienen mucho de su padre, el recordado Alejandro Segovia Camacho, Canela de San Roque, pero las diferencias con él son notables. Perico El Pañero es la ortodoxia y lo especial de su eco, un metal de lo que ya no hay. Y su hermano José es un artista muy largo, un dominador del escenario y del más riguroso compás. Un festero arrasador. Así las cosas, disfrutó sin parpadear el público que casi llenó el histórico espacio cultural de la avenida Agustín Bálsamo.

Pepe Torres hizo lo que la última vez que estuvo en la comarca, en aquella mágica noche de la XXV Luna flamenca del viejo castillo de Castellar: que los espectadores alucinasen con su baile cargado de sal. Pleno de flamenquería y de lo telúrico de la Baja Andalucía.

En el entreacto llegaron los momentos institucionales y, con ellos, el ritual para abonar parte de esa deuda que lo jondo tiene con un Vargas que ha dedicado toda su vida al flamenco desde que viera su primera luz en 1943.

Subieron al escenario el alcalde de Algeciras, José Ignacio Landaluce, el diputado provincial de Cultura, Salvador Puerto, y la concejala de esta materia, Pilar Pintor, el presidente de la Sociedad del Cante Grande, José Carlos Cabrera, y el flamencólogo Luis Soler, íntimo amigo del homenajeado y quien ya mereciera este mismo galardón hace unos años.

Todos ellos fueron invitados a hacerlo por el crítico flamenco y presentador del acto Manuel Martín, uña y carne durante décadas con un emocionado Vargas y que condujo la ceremonia con su sabiduría y conocimiento acostumbrados.

Respeto, devoción, profundidad, dedicación. Estos fueron los ejes de los intervinientes para describir la labor en pro del flamenco de Vargas, que lo ha sido todo en este arte como tanto y tanto se ha venido diciendo durante esta semana de actividades para reconocerlo públicamente. Cantaor, directivo de peña flamenca en Caracas y presidente de la Sociedad del Cante de Algeciras dos décadas bien despachadas.

Vargas, como los buenos intérpretes de esta música inexplicable y tal y como había prometido, se acordó de su padre, Paco Vargas (aquel gitano de San Isidro que lo introdujo en estos sones desde que era un bebé), y de Evaristo Heredia Maya, el propio Luis Soler o el mítico Antonio Mairena. Sus guías y referentes más próximos.

Qué decir de su familia, de Algeciras y Caracas, todas enjugando lágrimas de emoción que no había pañuelos para secar aquello. Una noche histórica para la cultura del flamenco.

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