Dos toreros en estado de gracia entre Victorinos y una plaza donde todavía suena 'Manolete' al anochecer
David Galván y Emilio de Justo firmaron una tarde arrebatada en La Línea, con nueve orejas, un rabo y un susto que heló el Arenal
Miriam Cabas debuta con picadores en La Línea con raza y sin red
Algunos Victorinos parecían araucarias. Recortados contra el cielo, con esa hondura vegetal que tienen los toros cuando no han pasado todavía por el trámite del caballo. Altivos como las araucarias de los linenses Jardines Saccone, que estos días andan soltando piñas de dos kilos. Un piñazo de esos no es comparable a una cornada, pero también duele. Como duele que solo un cuarto del aforo presenciara lo que ocurrió este domingo en La Línea de la Concepción: un mano a mano entre David Galván y Emilio de Justo que se saldó con nueve orejas, un rabo y un susto que heló el Arenal. El mayoral, también a hombros.
Fue una corrida desigual pero muy entretenida de Victorino Martín —el ganadero lidiaba al mismo tiempo en Mont de Marsan: una pena porque se perdió una tarde honesta— con un fondo interesantísimo y un toro para enmarcar: Bohonero, número 35, cárdeno bragado, que fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre.
El primer aldabonazo lo dio Emilio de Justo con Boliviano, que parecía un retal de otro lote: feo, cornicorto y fuera de tipo. Pero De Justo, que debutaba en esta plaza pese a casi veinte años de alternativa, no tiene ya edad para lamentarse por lo que le toca. Le dio mimo, lo llevó al caballo con pulso de encaje de bolillos y firmó una faena académica, sobria, de las que levantan aplausos sin aspavientos. Mató de una estocada hasta los gavilanes y cortó dos orejas que abrieron la espita de una tarde generosa en trofeos.
Con Cobrador, el tercero, De Justo brindó a La Chispa, la viuda de Camarón, que estaba en el tendido. Fue un brindis comprometido, porque el toro venía con la mirada encendida. Hubo temple y hubo cabeza. Lo dejaba venir retrasando la muleta, un compás más, hasta poderle. Sudó, claro. Y al final sonrió. Unaoreja que sabía a pacto con el miedo.
Después vendría el quinto. Lo entendió al paso, dándole su sitio. Y lo mató como un cirujano del toreo: estocada seca, letal. Cayó el toro redondo, sin protestas. Otras dos orejas.Cinco en total. Y una clase de tauromaquia medida, sin gestos de más.
Pero la emoción desbordada la puso David Galván en su primero, Bombonero. El toro, justo de fuerzas, avisó temprano: rebañó en una serie y luego, a traición, cuando Galván le perdió la cara, lo prendió por la espalda y lo zarandeó en el suelo. Cayó como un costal, boca abajo, con el pitón hurgándole la hombrera. Después, el glúteo. Buscó la carne, pero no la encontró. Solo desgarró el raso azul pizarra de ese traje que fue talismán en Madrid la temporada pasada, en aquella tarde que lo convirtió en el diestro revelación de San Isidro. Se levantó el torero, recompuesto y digno, y siguió toreando al natural, con la sangre en los labios y el corazón en el sitio. Una oreja. Pero era mucho más que una oreja. Era un acto de fe.
Luego llegó Bohonero, el gran toro de la tarde. Lo recibió Galván y lo brindó a Francisco Ruiz Miguel, al que sacó al ruedo para el abrazo. El toro embestía al ralentí, siempre humillado, como si le costara menos la nobleza que la brusquedad. El inicio fue genuflexo, como rezando con la muleta. Hubo naturales de postal, enganchados adelante y desmayados atrás. Toreo con gusto, imperfecto pero vivo, de esos que se sienten más que se miden. Pinchazo y estocada, pero el público —y el palco— lo premiaron con las dos orejas y el rabo.
Al borde de las diez y media, con la noche cerrada, Galván remataba la feria toreando al natural a Plantillero bajo el compás solemne del pasodoble Manolete. Había algo ritual en ese último tramo. Algo que pesaba. Otra oreja y la promesa de que este torero no puede volver a ser ignorado por las ferias.
Molestó el poniente, esa brisa caprichosa que viene del Estrecho y que a veces se mete en los vuelos como una mano invisible. En el callejón tomaban nota Miriam Cabas y Juan Jesús Rodríguez, los novilleros que triunfaron la víspera. Y en los tendidos se hablaba, entre tandas, del susto de las araucarias, como si todo en La Línea estuviera marcado por lo que cae de lo alto: piñas, pasodobles, toros, sueños, incluso la muerte, que por esta vez pasó de largo.
Porque Bombonero pudo matar. Y no lo hizo. Prefirió dejar a David Galván intacto, aunque con dos varetazos. Herido de vida. Como quedan los toreros cuando torean con el corazón abierto y los ojos cerrados. La fiesta a veces es simplemente eso: dos toreros en estado de gracia, un puñado de toros inciertos y una plaza donde todavía suena Manolete al caer la noche.
Ficha del festejo
Feria de La Línea de la Concepción. Tercer y último festejo del abono. Algo más de un cuarto de entrada. Sopló el poniente. Toros de Victorino Martín, desiguales de presentación, con encornaduras impropias del encaste: ni un veleto, ni un cornipaso; todos lavados de cara. De juego muy entretenido y variado. Premiado con la vuelta al ruedo Bohonero, número 35, cárdeno bragado. Emilio de Justo, que debutaba en La Línea, de catafalco y oro, dos orejas, oreja y dos orejas; David Galván, de azul pirarra y oro, oreja, dos orejas y rabo y oreja. Ovacionados los subalternos Ángel Nieto, Abraham Neiro, David Pacheco y Juan Rojas.
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