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'Barbarita': novela galante y relato crítico de Gibraltar

Literatura

Héctor Licudi dibujó en esta obra en 1929 una Gibraltar que hablaba y pensaba en español

Tras sufrir una severa agresión por esta crítica, el autor abandonó su ciudad natal, a la que nunca más regresó

Héctor Licudi, a la derecha / Archivo De Francisco Salas
José Juan Yborra

29 de febrero 2020 - 06:00

En 2005, la dirección académica del Instituto Cervantes me encargó para su anuario un trabajo sobre la literatura escrita en español en Gibraltar. Con este motivo pasé largas temporadas en la Garrison Library y, entre sus soberbios anaqueles y suelos de roble, la entonces bibliotecaria, Lorna Swift, fue proporcionándome las escasas obras allí custodiadas. Tan escasas, que llegué a titular mi trabajo como La frontera estéril, puesto que llamaba la atención el hecho de que en doscientos años el número de obras literarias fuera llamativamente exiguo. Entre ellas destacaba una: Barbarita, novela del gibraltareño Héctor Licudi. De ella no se conservaba el libro, sino solamente la fotocopia de buena parte de sus páginas, aunque no de todas. Quince años después, con la inestimable ayuda de Iñaki Irijoa Lema, nos hemos propuesto la tarea de poner en valor un relato casi inaccesible, lleno de interrogantes y puntos suspensivos.

En agosto de 1929 Héctor Licudi, un periodista gibraltareño, redactor hasta entonces del diario El Anunciador y colaborador de otros como El Calpense, Vida Nueva o El Cronista, dio su ansiado salto a la literatura publicando su primera novela: Barbarita. Se trata de un relato extenso, de unas 400 páginas, editado en Madrid por Mundo Latino, perteneciente a la más importante empresa editorial española de la época, la CIAP, lo que demuestra que por aquel entonces Licudi tenía relevantes contactos en la capital de España.

La portada de la primera edición de la novela / Iñaki Irijoa Lema

En una primera lectura, Barbarita se muestra como una clara manifestación de novela galante, subgénero narrativo que conoció sus momentos de apogeo en la primera y segunda década del siglo pasado de la mano de autores como Felipe Trigo, Antonio de Hoyos y Vinent, Antonio Zozaya o Eduardo Zamacois, con quien Héctor Licudi estableció una sólida amistad, como lo demuestra el hecho de que acabara prologando la novela. Al igual que estos relatos, Barbarita posee un argumento donde se narran diferentes episodios unidos por el hilo conductor de las relaciones sentimentales entre los personajes que conforman una trama con un sutil contenido erótico. Hasta ahí, nada de excepcional; sin embargo, el autor gibraltareño escribe su relato en una clave decididamente autobiográfica: El protagonista, Enrique Irbán, no es otro que su propio alter ego y se relaciona con un buen número de personajes femeninos: su mujer, Mercedes; su amante, Lily Rivero; la que da título al relato, Bárbara Gordon-Edwards y otras como Emilia Zurbano, la recordada Consuelo, Carmen Toledo, Ana, la sensual doncella de Barbarita o Julia Saro, la mujer más famosa de Gibramonte, topónimo tras el que se vislumbra Gibraltar, ciudad donde por aquel entonces era fácilmente identificable la verdadera identidad de estos personajes de ficción que se inspiran en mujeres bien reales.

Tras Mercedes se encuentra la figura de Obdulia Sevilla, esposa de Héctor Licudi y tras Lily Rivero podemos identificar a Quitty Romero, la mujer con la convivió el resto de su vida. Desconocemos el correlato real de Bárbara Gordon-Edwards, quien le da título a la novela y que aparece relacionada con el coronel Sampson, que se perfila como el trasunto del gobernador militar de Gibramonte. Una trama demasiado evidente para una ciudad como la Gibraltar de entonces, donde estos caracteres debieron de ser fácil y rápidamente identificables y las escenas galantes -aunque de un erotismo contenido bien lejos del relato sicalíptico- debieron de provocar reacciones adversas en no pocos sectores de la sociedad gibraltareña de hace casi cien años.

Ahora bien, Barbarita no es solamente una novela galante al uso. Pensamos que, en un primer estadio, Héctor Licudi escribió un relato donde narró las diferentes relaciones amorosas del protagonista, Enrique Irbán, con una serie de personajes femeninos en el apenas camuflado espacio de Gibramonte. Sin embargo, bien motu proprio o impulsado por la opinión de algún amigo escritor, se produjo un importante cambio de planes y a ese núcleo central narrativo, Licudi le añadió un extenso corpus de páginas en las que Irbán deja de actuar como un voluble amante para mutarse en impertérrito paseante por las calles de Gibramonte.

En estas escenas peripatéticas, el protagonista se encuentra con un buen número de paisanos -conocidos y amigos- con los que entabla continuas conversaciones que en nada tienen que ver con la temática galante, sino que se convierten en reflexiones y descripciones sobre la geografía física y social de la ciudad. El escritor se aprovecha de su condición de periodista experto que conoce a la perfección las entrañas de la sociedad local, hasta el extremo de que llega a utilizar textos de crónicas suyas editadas años antes en el diario madrileño La Libertad.

En ellos ofrece una visión sagaz y no exenta de agudos análisis de una Gibraltar bien diferente a la actual. El Gibramonte de Barbarita es una ciudad donde sus habitantes hablaban y pensaban en español y hasta la toponimia urbana se nombraba en esta lengua: “Pensando en el nombre de la calleja, recordaba Ibán otros de calles y callejas de siglos que, a despecho de los nombres silandeses con que cada una de esas calles fue en su día denominada oficialmente, subsistían irrevocables, manteniendo como el idioma de cuna, idéntico sabor: calle Comedias, callejón de la Pasiega, calle Vicario el Viejo, callejón del tío Pepe, Escalera de Cardona, callejón de Bobadilla, callejón de Dolores Corbe… lugares en que campeaba una palpitación evocadora de romance”.

La mayoría de los diarios editados en Gibramonte lo hacían en español y sus habitantes se encontraban mucho más próximos a la cultura e incluso hacia la política española que hacia la silandesa -o inglesa-: “Al pasar, frente a un banco, vio un número del diario local El Avisador. Sobre otro banco alguien había olvidado o abandonado un ejemplar de El Gibramontés, el otro periódico, escrito como aquél, en español, redactados y pensados en español. Y surgía la pregunta: ¿en qué idioma gustaba el gibramontés de leer?... Y la respuesta era la lógica. La prensa extranjera que se leía era, casi exclusivamente, española. Por cada periódico de Silandia que expendían los libreros había cien manos que pedía Libertad, Sol, Voz…Y en cuanto a literatura, podía aplicarse, como es natural, la misma predisposición, afortunadamente.

Se estaba más al corriente de la última novela española que de ninguna otra de cualquier país. Seguíase con interés la orientación artística y teatral de la nación vecina y, lo más curioso, la política de aquella en todo momento”. Las críticas al poder colonial británico no se disimulan en ningún momento y se manifiestan de forma bien explícita en el relato: “No quiero que trates de demostrarme, una vez más, que todo lo que viene de Silandia es lo mejor… ¡Maldita la hora en que robaron este suelo!... Bien es verdad que todo el poderío de tu gloriosa nación, que es la mía también, mal que me pese, radica en los territorios que han despojado a otros países. Silandia era temida, respetada, hasta admirada, pero nunca querida. A Silandia, que antes de la guerra decía que “cada silandés valía por tres extranjeros” no la quería la India, ni el Egipto, ni África, ni Malta, ni Gibramonte, ni nadie…se la temía y se la odiaba respetuosamente”.

La tumba de Héctor Licudi en Madrid / Iñaki Irijoa Lema

Licudi no solo dibuja una Gibraltar que hablaba y pensaba en español y que se sentía más próxima a España que a una Inglaterra a la que censura su omnipotencia colonial, sino que se atreve a criticar aspectos de la vida cultural gibraltareña que no tuvieron que ser muy bien recibidos, como el siguiente texto que dedica al grupo de teatro local: “Por primera vez en la vida ha merecido censura la actuación del Grupo Artístico Gibramontés… Y digo esto porque ya habrás notado que cada vez que unos aficionados ponen en escena alguna obra, la Prensa acoge su labor con una unanimidad tal en el elogio que a cualquiera se le alcanza que eso no es más que … benevolencia. Pero los de ese grupo no lo entienden, y como el secretario de tal entidad es un asno, al recibir una carta en la que un señor se permite observar que la última actuación fue deficientísima, y de rechazo tiene frases molestas para aquél, el pobre hombre ha cogido el cielo con las manos y se ha armado un revuelo enorme. Reina una imponente consternación entre los miembros artísticos de dicha sociedad, pues ellos siempre habían estado seguros de que eran unos artistas de tan excelsa magnitud que estaban a cubierto de toda crítica adversa”.

Con todas estas mimbres se tejió un relato que comenzó siendo galante y acabó aportando una visión bastante crítica de la Roca en 1929. Las consecuencias fueron rápidas y directas. A principios de agosto, unos días después de la salida a la calle de la primera edición de la novela, Héctor Licudi sufrió una severa agresión en Gibraltar que le obligó a mantener una larga convalecencia, tras la cual el escritor abandonó su ciudad natal, a la que nunca más regresó. Se estableció definitivamente en Madrid, donde permaneció hasta su muerte el 22 de octubre de 1959.

Barbarita no corrió mejor suerte. La novela tuvo dos ediciones en 1929; sin embargo, desde las más altas instancias del poder colonial británico se instó a la retirada de su distribución. Tuvo que ser eficaz la campaña, ya que a fecha de hoy resulta prácticamente imposible encontrar un ejemplar de la obra. Junto a las fotocopias expurgadas conservadas en la Garrison Library de Gibraltar solamente hemos podido localizar y consultar un ejemplar custodiado en la Biblioteca Nacional de España y otro en la Biblioteca de la Universidad de Princeton. Nada más. No hay prácticamente forma de acceder a una obra escrita por un gibraltareño donde se describe física y socialmente una ciudad que merece la pena ser leída y conocida. Nuestra investigación va en esa línea: la puesta en valor de una obra de interés que no debe seguir habitando en el olvido y para ello nada mejor que hacerla accesible y cubrir de sentido sus puntos suspensivos, aunque pueda quedar alguna pregunta sin responder.

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