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Ésta sí es la Balona

  • Los albinegros logran en Sanlúcar un triunfo corto para sus méritos y sus ocasiones, después de ofrecer una exhibición de capacidad de sacrificio en un partido áspero jugado bajo un diluvio

Así sí. La Balompédica recondujo su trayectoria, titubeante las dos últimas semanas, con una victoria en El Palmar de esas que tanto enorgullecen a su gente: haciendo gala de su condición de Recia. Los albinegros se hicieron acreedores de sobras a un triunfo que pudo y debió ser más amplio, pero por encima de todo se regalaron una imprescindible dosis de autoestima y acrecentaron su credibilidad con su sexto desplazamiento consecutivo sin conocer la derrota. La tromba de agua que cayó durante los noventa minutos, el vetusto escenario y la forma en que se condujo el partido inevitablemente adornan el éxito de los de Rafa Escobar de un regusto a añejo que siempre es de agradecer.

Vaya por delante que la Balompédica fue mejor que el Sanluqueño, por mucho que los verdiblancos lograsen tapar sus vergüenzas durante muchos minutos. Fue superior, sin medias tintas. No es cuestión de que deslumbrase, porque ayer ni era necesario ni seguramente era posible. Es cuestión de que todos y cada uno de sus hombres se pusieron el mono de trabajo. Es cuestión de que los albinegros supieron madurar el partido hasta asestar el golpe que le proporcionó tres valiosos puntos. Valiosísimos. Por lo que suponen en la clasificación, ya que les proporciona la posibilidad de seguir al acecho, y por la necesaria tranquilidad que proporcionan a sus incondicionales, en los que habían prendido el desencanto y la duda después de los dos últimos marcadores.

El Atleti salió a intimidar a la Balona. Fuerte, enrabietado. Como es lógico y legítimo en un equipo al que las angustias acorralan. Y fue entonces, y no sólo en la segunda parte, cuando comenzó a ganar el partido la centenaria escuadra albinegra. No perdió la compostura una sola vez. Defendió con un orden y una implicación exquisitos. Intachable. Vaya, que puede que al Sanluqueño le fuese la vida en el partido, como había anunciado su técnico, pero los de La Línea demostraban que ellos tenían la misma sensación. Y eso es lo que le exige su parroquia, que los jugadores se dejen el alma por el escudo que llevan en el pecho, que no bajen nunca los brazos. Porque además cuando lo hacen, le pueden a cualquiera.

En ese primer periodo, equilibrado, de lanzas y escudos, de hostilidades sin tregua y poco fútbol, cada equipo tuvo una. La primera, los de casa, por medio de Chakir, que a los siete minutos dio la oportunidad a Mateo de reconquistar su merecido crédito, al contestar a un lanzamiento con una extraordinaria mano. Al de Jimena se le dibujó al momento una significativa sonrisa en la cara.

Después de eso tensión, protestas, roces. Fútbol de antaño con el incombustible Alberto Merino ejerciendo de almirante de los visitantes y de protector de un Blas que sigue creciendo gracias a la confianza de un técnico al que no le tiembra el pulso en otorgarle galones. Hasta que rozando la media hora Ramiro sacó una falta y Carlos Guerra se adelantó a todos y cabeceó con poderío, pero su remate lo vomitó el larguero.

Nada más comenzar la segunda mitad se palpaba que el partido había virado hacia la Balona, que lo había leído mejor y a la que su dosis de paciencia le empezaba a dar fruto. Entre el minuto 56 y el 62 por tres veces Ramiro -que se estrenaba como titular- tuvo la oportunidad de adelantar a los visitantes, pero dos veces le vino el balón a la derecha y en la otra titubeó cuando lo tenía todo a favor para completar una vaselina.

Es cierto que en el 70' Chakir volvió a enseñarle los dientes a Mateo, pero un Copi infinitamente más sacrificado de lo que venía demostrando replicó a renglón seguido.

Los cambios hicieron efecto y en el 76' Juampe [otro de los felizmente reencontrados] mandó un balón con mucha malicia a la zona de nadie, los centrales dejaron botar, el portero dudó y Hugo Díaz ofició de carterista e hizo un gol de listo que celebró como el que pone fin a una maldición.

En el cuarto de hora final la Balona volvió a capear los temporales. El del fútbol alocado de un Sanluqueño que no encontraba la vía de agua y el que llegaba del cielo. Un solo sobresalto para Mateo, mientras que Hugo Díaz acarició el 0-2 con una vaselina en el 91 que se marchó a un centímetro del marco.

Al final, significativa celebración de los albinegros (ayer de negro) sobre el exquisito césped de El Palmar. La Balona y su afición necesitaban una parroquia y ya la tienen. Ganada a base de bien. Ahora le toca despojarse de los miedos y apretar los dientes en casa.

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