Lecciones | Ian McEwan

Sentimientos, caídas

  • La nueva novela de Ian McEwan recrea la vida de un hombre con sus mismos orígenes que se narra al hilo de los grandes acontecimientos de su tiempo

Ian McEwan (Aldershot, 1948).

Ian McEwan (Aldershot, 1948).

Más allá de su contenido en parte autobiográfico, expresamente reconocido por el autor, la nueva novela de Ian McEwan es una obra formidable que muestra a uno de los grandes narradores de nuestro tiempo en el pleno dominio de su arte. Después de publicar varias entregas siempre excelentemente estructuradas e impecables en lo formal, pero a nuestro juicio menores, comparadas con los hitos de su propia trayectoria, es decir con títulos excepcionales como Expiación o Chesil Beach, por citar sólo dos de los más recientes, el veterano novelista británico ha alcanzado de nuevo en Lecciones la reconocible altura de los maestros. Temas de antiguo recurrentes en su trayectoria como la fuerza insoslayable del deseo erótico, las decisiones y sus consecuencias o la red de azares y causalidades que configura cualquier destino se presentan en Lecciones como en un concentrado definitorio de su poética narrativa.

McEwan retrata al hombre que habría podido ser y en ciertos aspectos también ha sido

Exacto contemporáneo de McEwan, el protagonista de la novela, Roland Baines, cuya familia se parece mucho a la suya propia –padre militar de ideas estrictas, madre dominada y afligida por un secreto inconfesable, años de inicial libertad seguidos de un severo internado–, puede ser calificado como una versión diferente del autor que comparte con este sus orígenes, como el hombre que habría podido ser y en ciertos aspectos –sugiere– también ha sido. El episodio que ha condicionado toda su vida, la tempranísima relación sexual que mantuvo de adolescente con su profesora de piano, Miriam Cornell, que entraría de lleno en el terreno del abuso continuado por parte de la joven, lo llevó a abandonar su formación y a vivir durante años –los que el narrador llama de la “década perdida”– sin oficio ni beneficio, arrastrando importantes lagunas y sobre todo una sensación de fracaso que no han mitigado los trabajos de subsistencia, entre ellos los de profesor de tenis, pianista de hotel o colaborador en publicaciones poco prestigiosas, además de poeta que no pasa de aficionado y rastreador de citas para tarjetas comerciales.

En su evocación no lineal, el narrador reproduce los flujos y reflujos de la memoria

Su falta de ambición, su sensación de ir a la deriva, se pone tanto más de manifiesto cuando su mujer, Alissa Eberhardt, abandona el hogar –y al bebé de ambos– para establecerse en Alemania e iniciar una exitosa carrera literaria con libros que el antiguo marido, pese al doble despecho derivado de su huida y de la desatención al hijo común, debe conceder que son muy buenos, no en vano la llevan a ser reconocida con los años como una de las más importantes autoras europeas, cuyo ascendiente es comparado al de Günter Grass e incluso al de Thomas Mann. Monógamo en serie, como se autodefine él mismo, Roland tendrá una segunda mujer, amiga de toda la vida, y una familia creciente y difusa, pero los fantasmas de la profesora de música y de la ahora escritora –de esta última interesan también los padres, un antiguo miembro del grupo clandestino de oposición antinazi La Rosa Blanca y sobre todo ella, secretaria durante su primera juventud de la mítica revista Horizon, cuya frustración ha heredado la hija– le persiguen sin descanso, alentando la expectativa de dilatados ajustes de cuentas. Todo ello lo refiere el narrador por medio de una evocación no lineal que reproduce sabiamente los flujos y reflujos de la memoria, volviendo a los mismos episodios para ampliarlos o señalar, a medida que pasa el tiempo, el modo en que cambia la perspectiva desde la que se juzgan en el presente.

Como de costumbre, la trama sirve para plantear reflexiones literarias, políticas y morales

Como de costumbre, la trama le sirve a McEwan para plantear reflexiones como el conflicto entre el comportamiento de los autores y el valor de su obra –a propósito de la propia Alissa, pero también, por ejemplo, del poeta Robert Lowell– o los límites entre la realidad y la imaginación, entre otras de alcance metaliterario, asimismo de orden político –las dictaduras del Este, la implosión de la URSS, el desengaño del laborismo en los tiempos de la tercera vía– y en todos los casos morales. “Primeros sentimos. Luego caemos”, leemos en el epígrafe de Finnegans Wake que abre Lecciones, y las palabras de Joyce definen bien el clima de una novela que habla de sentimientos y habla de caídas. Salvo por la brillantez que despliega el narrador a la hora de recrear su itinerario, el protagonista de Lecciones es un hombre corriente e incluso mediocre, de algún modo redimido por la lucidez analítica de su otro yo. Admira el modo en que recrea el rumbo no buscado de una vida que no ha discurrido por los caminos previstos o mejor dicho se ha desarrollado sin previsión ninguna, y que con sus limitaciones o rasgos poco ejemplares –muchos de los personajes de McEwan responden a este patrón imperfecto– desprende verdades profundamente humanas, referidas a las perplejidades de la juventud, las insatisfacciones de la edad adulta o los desarreglos y miedos de la vejez, hasta la misma antesala de la muerte.

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