Ana Blandiana. Poeta

"Un poeta no debe buscar palabras bellas, sino silencios expresivos"

  • La autora rumana, figura legendaria en su país por su oposición al comunismo y la lucha por la libertad, defiende en una visita a Sevilla la importancia del misterio y la sugerencia en la creación

Ana Blandiana, en la Facultad de Filología de Sevilla.

Ana Blandiana, en la Facultad de Filología de Sevilla. / José Ángel García

"Deberíamos nacer ancianos, / llegar sabios al mundo, / capaces de decidir nuestro destino", escribió Ana Blandiana (Timisoara, Rumanía, 1942) cuando apenas era una veinteañera, en un poema –Deberíamos– en el que trastocaba el orden de la vida y la concebía como un desaprendizaje:"(...) Después, deberíamos ser más y más jóvenes para llegar / maduros y fuertes ante la puerta de la creación, / cruzarla y entrar adolescentes al amor. / Deberíamos ser niños cuando nazcan nuestros hijos (...)". La autora, que en ese poema se imaginaba a ella y a sus compañeros de viaje encogiéndose mientras se acercaban a la vejez "hasta desaparecer / como una uva, un guisante, un grano de trigo", se ha mostrado esta semana en Sevilla, en cuya Facultad de Filología ofreció una lectura de su obra, lejos de aquellas previsiones, grande y sabia, convertida en una figura destacada de las letras europeas, reconocida como Caballero de la Legión de Honor en Francia y nombrada doctora honoris causa por las universidades de Salamanca y Sofía, entre otras. Admirada por su defensa de los derechos humanos y las libertades cívicas desde los tiempos de su oposición al régimen de Ceausescu, pero también una escritora "mística, contemplativa y visionaria" –como la define la traductora e investigadora Viorica Patea, que ha sido fundamental en la realización de esta entrevista–, Blandiana ha ido labrándose una obra incontestable que ha sido traducida a 26 idiomas, en la que la poesía convive con la narrativa y el ensayo, y destacan títulos como Octubre, noviembre, diciembre; El reflujo de los sentidos o Variaciones sobre un tema dado, un emocionantísimo poemario que escribió tras la pérdida de su marido, Romulus Rusan, y en el que el amor se erige en una fuerza poderosa, enigmática, capaz de vencer a la muerte. "Así como en no sé qué parte de África los indígenas rezaban ante el fuego que encendían", le dice Blandiana a su esposo en esas páginas, "yo te invento a ti y luego hablo contigo".

–En su poética (Un ángel manchado de hollín, Galaxia Gutenberg 2021), una Pietà inacabada de Miguel Ángel le hace pensar que en el arte, en la poesía, tal vez no haya que decirlo todo, quizás sea mejor la sugerencia…

–Toda la historia del arte, y, en primer lugar, la poesía en su esencia traza un camino desde la expresión hasta la sugerencia. En una conferencia que pronuncié hace años, profundicé tanto en esta idea que imaginé que, al querer sugerir lo más posible y decir lo menos posible, el poeta podría acabar no diciendo nada para sugerirlo todo. Por otra parte, en aquella meditación sobre las dos Pietà de Miguel Ángel (una perfectamente acabada, en San Pedro, la otra inacabada, en el Duomo de Florencia), hice la defensa de la obra como un misterio imposible de expresar, no como un artefacto. Siempre he pensado que el artista es un mago, no un artesano. Para mí, el poeta no es alguien que martillea las palabras para que suenen bien, sino alguien que intenta que el silencio que las separa sea expresivo.

–"Nada está más lejos de la literatura", asegura en esa poética, "que un gran escritor" y su "suntuoso museo de palabras".

–Esto es ciertamente un atrevimiento por mi parte, pero he tendido a sospechar negativamente de las clasificaciones compartimentadas de literatura en corrientes literarias. Estas tenían para mí la consideración de herramientas de análisis académico practicadas sobre el texto, como un cadáver que puede ser disecado para revelar cómo funcionaba cuando estaba vivo. Puedo aceptar que todo esto sea necesario (aunque no entiendo por qué), pero no puedo dejar de constatar que los estantes de las corrientes literarias están abarrotados con innumerables autores que respetan estas reglas, mientras que los grandes escritores son siempre inclasificables.

"Las corrientes literarias están llenas de reglas, pero los mejores escritores son siempre inclasificables”

–Su traductora Viorica Patea asegura que usted es "una escritora casi legendaria por la valentía con la que desafió el sistema totalitario de su país". ¿Está de acuerdo con esa descripción? ¿Cómo se definiría?

–De ninguna manera. Siempre he protestado por la forma en que se habla de mi valor. El valor implica una acción que tú haces deliberadamente y que entraña un riesgo, y yo todo lo que hice fue cumplir con mi deber en el mundo, es decir, expresarme, es decir, estar a la altura de mi definición. Hice lo que era natural y lo que me parecía sencillo, mucho más sencillo que escribir cosas en las que no creía. No me hizo falta valor para eso, me hubiera costado infinitamente más mentir. El valor estaba más del lado de aquellos que reconocían la verdad en mis páginas.

–En El talón vulnerable (Visor 2021), uno de sus primeros libros, se preguntaba: "¿Qué vale la pena decir? / ¿Qué es tan doloroso como para gritar?". ¿Qué le respondería ahora, más avanzada la vida, a aquella poeta joven al respecto?

–Pues intentaría convencerla de que se haga la misma pregunta: ¿Qué es lo suficientemente doloroso como para que valga la pena decirlo, qué verdad necesita ser gritada para que todos la escuchen? Mi respuesta puede ser diferente hoy a la de ayer, pero el deseo de descubrir y transmitir lo que es importante debe ser el mismo.

Ana Blandiana. Ana Blandiana.

Ana Blandiana. / José Ángel García

–En ese libro dedicaba un poema a Torquato Tasso, que reescribió su obra para complacer a la Inquisición. Una figura tan admirada e íntegra como usted, que ha pasado a la posteridad por estar en el lado bueno de la Historia, ¿también tuvo que hacer concesiones?

–Mi mayor y más doloroso problema a lo largo de los años de dictadura fue el sentimiento de culpa por no poder hacer más –es decir, algo más que protestar a través de la escritura– contra el mal que estaba disolviendo nuestras vidas y nuestro país. Pero sabía, por un lado, que la protesta política directa no podía tener ningún resultado cuando la solidaridad quedaba descartada, y, por otro lado, nunca pude concebir el hecho de dejar de escribir, a lo que me habría obligado el asumir un papel político. Si hubo una cesión, esta consistió en no renunciar a la escritura, en formular la protesta sólo mediante la escritura.

–En su primera etapa usted ya intuía que vivir implicaba corromperse de algún modo. "Sé que la pureza no da frutos", decía. Hay una imagen de su primera poesía en que cuenta que sus cabellos no se han manchado de lodo, pero vivir tal vez sea precisamente eso, mancharse…

–Sí, toda mi vida me he debatido entre una especie de maniqueísmo, el miedo a no ensuciarme, a no violentar mis ideas, a no dejar que el blanco y el negro se toquen y se mezclen, y la sospecha, incluso la certeza, de que la vida es una combinación, una fusión, una contradicción, que en el disco de Newton el blanco se obtiene por la rotación rápida de todos los colores. "Oh, el drama de morir blanco / O la muerte de vencer, a pesar de todo" es el final del poema que ha citado, que rechaza, dramáticamente y en igual medida, tanto la pureza como el compromiso.

"Se habla mucho de mi valor, pero durante la dictadura yo sentí culpa por no hacer nada más que escribir”

–En su libro de relatos Proyectos del pasado (Periférica 2008) respondía a la represión de la dictadura, pero lo hacía desde lo fantástico, desde la extrañeza, el humor. Usted siempre tuvo claro que, pese al componente de denuncia, la literatura no podía caer en lo predecible.

–El relato Proyectos del pasado no sólo es el escenario de un caso real, aunque casi fantástico, de represión, sino también mi respuesta como escritora a un libro que me obsesionó durante toda mi infancia: Robinson Crusoe. Recuerdo vacaciones enteras en las que intentaba vivir al margen del mundo, comiendo sólo fruta de los árboles y haciéndome sandalias con las hojas de las ramas. En mi relato, los deportados viven en una isla rodeada no por el agua, sino por el océano del miedo de los demás, que los aísla por completo, y consiguen, aunque en condiciones extremas, ser felices fuera de la sociedad, precisamente por estar fuera de la sociedad.

Variaciones sobre un tema dado (Visor 2021) es casi un salmo, una oración al amado que ha desaparecido y sin embargo sigue estando presente. Escribir, al final, es otro modo de hablar con los muertos…

–Los textos de Variaciones –que, mientras los estaba escribiendo, ni siquiera sospechaba que iban a ser poemas, y mucho menos que fueran a formar un libro– son la expresión del asombro (¿no dice Platón que la filosofía nace del asombro?) ante el descubrimiento de que no hay fronteras entre la vida y la muerte. El amor es visto no como pasión, tumulto, turbación vital y sensorial, sino como una forma de aceptación de los límites últimos de la fusión, donde la restricción de la libertad que implica cualquier vínculo (¿y qué vínculo es más fuerte que el amor?) se convierte en un misterio, no porque no se pueda explicar, sino en el sentido de los antiguos misterios, algo que tiene que ver con los dioses. Y los dioses están más allá de la vida y de la muerte.

"Quienes vivieron el comunismo saben que no se puede repetir, pero tampoco saben qué poner en su lugar”

–Usted fue la presidenta de Alianza Cívica, que trabajaba por la libertad de expresión y la democracia. ¿Cómo ve el presente? ¿Se han recortado derechos, hoy es más difícil expresarse?

–La diferencia entre la última década del siglo pasado –cuando la Alianza Cívica apostaba por el mundo libre añadiendo la construcción del estado de derecho a la libertad y a la democracia conseguidas en 1989– y hoy es que ese mundo, al que intentábamos parecernos, ha cambiado hasta tal punto que ha dejado de ser un modelo. La conmoción que este cambio –en forma de sospecha de sus valores– provocó en quienes, durante medio siglo de dictaduras, habían idealizado a Occidente fue mayor y más desalentadora de lo que puede imaginarse. Los antiguos prisioneros del campo comunista (asombrosamente, esta noción es de origen y formulación soviéticos) saben que nada de lo que vivieron debe repetirse jamás, pero ya no saben lo que deben poner en su lugar, en un momento en que la libertad, la democracia y el estado de derecho, los únicos que pueden definir la sociedad ideal, están en entredicho. La libertad (de expresión, principalmente) está siendo disuelta por las normas de lo políticamente correcto, la democracia (el poder aritmético de la mayoría) está siendo culpabilizada por la embestida de las minorías, y el estado de derecho se está desmoronando bajo los ataques extremistas del progresismo. A falta de referencias morales, hace tiempo pulverizadas por la secularización, al mundo del consumismo globalizado sólo le queda un poder imbatible: la corrupción.

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