MISÁNTROPO | CRÍTICA

El director de 'Relatos salvajes' regresa con un poderoso thriller

La actriz Shailene Woodley encabeza el reparto del filme.

La actriz Shailene Woodley encabeza el reparto del filme. / D. S.

El director argentino Damián Szifrón ya trató el tema policial, con un enfoque muy personal, en Tiempo de valientes (2005) y la irracionalidad de la violencia en Relatos salvajes (2014), además de abordar temas policíacos y criminales en las series de televisión Los simuladores (2002), Hermanos & detectives (2006) o Mujeres asesinas (2005). Al saltar a Estados Unidos escoge un tema que aúna estos dos universos al centrarse en la persecución contrarreloj de un francotirador que ha provocado una matanza. La carnicería inicial, rodada con una eficacia escalofriante por carecer de retórica, es la nota de afinación que deja claro el tono y el contenido de la película: un juego psicológico a tres -el asesino y el agente del FBI y la policía que lo persiguen- en el que el desvelamiento de los caracteres de los perseguidores y del perseguido irá en paralelo al de una sociedad cuyas costuras parecen a punto de reventar.

Esta confluencia entre historias personales y estallidos de tensiones sociales deja claro que estamos ante el realizador de Relatos salvajes. Aquí girado hacia dos temas clásicos del policíaco moderno americano: el asesino múltiple representado por un francotirador -recuérdese al Scorpio que inició la serie de Harry el sucio- y la desigual pareja de investigadores, espléndidamente interpretados por muy sobrio Ben Mendelssohn y una desgarrada Shailene Woodley, que une la experiencia y la seguridad de el agente del FBI y la fragilidad e inexperiencia de la policía, suplida por una intuición para indagar sobre la personalidad del francotirador -más oscuramente compleja que la de los habituales asesinos en serie que rozan lo demoníaco- que tiene mucho que ver con su propia lucha para superar traumas. De alguna manera las heridas de su pasado la capacitan para profundizar en la mente del asesino.

Con estos mimbres, como sucede siempre con los argumentos, se puede hacer todo tipo de canastos, desde los más triviales a los más intensos. Szifrón se apropia de ambos planteamientos iniciales y los hace suyos con profundidad humana en el tratamiento de los personajes, contundencia visual en su muy elaborada y gélida puesta en imagen y capacidad para crear un discurso sobre el bucle social y personal de la violencia. Sin incurrir en la simplificación de una respuesta unívoca, el director va sembrando imágenes que ponen en manos del espectador las piezas para ir construyendo un puzzle en el que, conforme estas se van ajustando, se representa una sociedad nihilista, violenta, indiferente, y un duro entorno urbano tratados con el tono de las pinturas negras de Goya o los policíacos de Lang -sin olvidar a Fincher- gracias a la extraordinaria dirección fotográfica de Javier Juliá. De ese fondo, como una emanación de él, surge la atormentada y retorcida personalidad del asesino, el misántropo que odia y aborrece a la humanidad.

En su salto a Hollywood, que dio no sin darse algún trastazo intentando en vano montar durante tres años otro proyecto, Szifrón ha logrado adaptarse sin traicionarse, ofreciendo un poderoso y personal thriller. No debe dejar que pasen otros 10 años –Relatos salvajes es de 2014- antes de ofrecernos otro largometraje. Afortunadamente prepara la versión cinematográfica de Los simuladores, la serie televisiva (franquiciada en España y otros países) que fue su primer gran éxito en Argentina.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios