Con sus lógicos premios en Sundance y Edimburgo, Tierra de Dios viene a sumarse a títulos como Brokeback Mountain, Tom à la fèrme o Un amor de verano en lo que ya podríamos bautizar como country gay movie, a saber, variante de la película de temática homosexual en un entorno rural, salvaje y hostil. El debut de Francis Lee cubre así una doble cuota en su vieja superficie naturalista poco elaborada y bien atada en la escritura que se nos antoja no sólo pasada de moda, sino bastante ineficiente por previsible en su tendencia al drama duro, triste y apretado bajo cielos grises.
La condición inmigrante no podía faltar tampoco en esta historia de amor prohibido entre un tozudo y agreste granjero y el guapo jornalero rumano al que contratan para echar una mano con las ovejas y las cabras.
Así, entre encuentros sexuales abruptos, gestos de desaprobación familiar y contratiempos de guionista caprichoso, Tierra de Dios camina firme hacia el perdón, la reconciliación y una nueva sublimación del amor romántico sin género. Y no se sabe qué es peor, si su final feliz o la manera de llegar hasta él.
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