Salir al cine

Cuando Anderson encontró a Dahl

  • Apenas unos meses después del estreno de ‘Asteroid City’, llegan a Netflix cuatro nuevos cortometrajes de Wes Anderson basados en otros tantos relatos del escritor británico Roald Dahl

Cuando aún no se ha disipado la polémica, siempre polarizada, en torno a los méritos y deméritos de su último largo Asteroid City, estrenado en España el pasado junio, desembarcan en Netflix cuatro nuevos cortometrajes del texano Wes Anderson, si acaso el autor más singular y distintivo del nuevo cine norteamericano, tanto que, como muchos de sus detractores argumentan, los rasgos estéticos y formales de su cine se ha convertido ya casi en materia autoparódica.

Lo cierto es que el formato medio y corto de estas nuevas cuatro entregas, todas ellas basadas, como El fantástico Mr. Fox, en relatos de Roald Dahl, de actualidad después de que su obra haya sido sometida a revisión woke por parte de sus nuevos editores, le sienta especialmente bien a un cineasta que encuentra a su par en el gusto y la pasión por narrar y que ha hecho de sus gestos de puesta en escena, de su paleta mutante y su concepción escenográfica y metadiscursiva una seña de identidad a prueba de imitadores.

Cuatro relatos breves procedentes de sus Historias extraordinarias (1977), un libro no exactamente destinado al público infantil, donde Anderson sale velozmente al encuentro de la precisión narradora y el mimo de la palabra de Dahl con las armas del trabajo, la voz y el disfraz de sus actores, rostros habituales de su cine como Ralph Fiennes, Bennedict Cumberbatch, Ben Kingsley, Dev Patel o David Aoyade, y su concepción de la imagen como trampantojo escenográfico y multidimensional siempre vivo, explícito y sorprendente.

En el primero y más largo, La maravillosa historia de Henry Sugar, la historia de un hombre que aprendió a ver con los ojos cerrados, Anderson retoma su imaginario hindú y dispone a sus intérpretes en un constante juego de aliteración y ruptura de la cuarta pared donde el respeto literal a las palabras, apartes y acotaciones de Dahl atraviesa a toda velocidad los diseños y forillos de un universo plástico abigarrado que funciona como soporte de lo verdaderamente importante, que no es otra cosa que el torrencial y acelerado relato verbal que, en un juego de cajas chinas iniciado por un trasunto (Fiennes) del propio Dahl, multiplica hasta sus límites el potencial fabulador e imaginario de los audio-libros a través de la saturación de sus signos.

Más breve aunque igualmente condensado en sus decorados (apenas una trinchera llena de compuertas secretas y una vía del tren), perspectivas e ideas plásticas, El cisne aborda la crueldad infantil desde un mismo dispositivo de desdoblamiento entre narrador y protagonista, al fin y al cabo un mismo personaje, al que Rupert Friend presta la edad adulta en su relato de un episodio de bullying con inesperado y poético desenlace. En El desratizador, Ralph Fiennes aparece caracterizado como un experto cazador de ratas de sospechoso aspecto roedor, con sus dientes prominentes, sus ojos negros y su pulcra dicción dickensiana. Se trata aquí, de nuevo entre estampas de artificioso barroquismo y distanciamiento, de identificar la condición mimética del cazador y sus presas, y de hacerlo una vez más desde un asombroso y efectivo poder evocador de la palabra, que sustituye ahora, de manera más explícita si cabe, la propia existencia de las ratas y otros roedores como siniestros moradores de los alrededores. Finalmente, Veneno nos devuelve a la India colonial imaginada en el desafío por neutralizar a una serpiente que amenaza con morder de muerte al personaje de Cumberbatch. Patel y Kingsley serán los encargados de hacerlo mientras Anderson los observa tridimensionalmente y les hace contar(nos) su propia y peligrosa aventura.

Miguel Bosé llora y también factura

Atraídos por cierta nostalgia generacional y un poco de curiosidad morbosa, hemos visto la docu-serie en cuatro capítulos sobre Miguel Bosé en Movistar+.

El primer episodio, sobre la infancia y la famosa familia del popular cantante, formada por el torero del régimen Luis Miguel Dominguín y la actriz italiana Lucía Bosé, tiene cierto interés en su crescendo hacia la ruptura del núcleo (en un incendio de la casa de veraneo) como detonador de la identidad futura del cantante. Pero pronto comprobamos que no se trata aquí de contar un relato que no sea otro que el del propio Bosé en su ensimismamiento de refinados aires ególatras e incluso mesiánicos, un relato tan bien contado por él mismo como repleto de lagunas y agujeros ahí donde la confesión debería dejar verdaderas cicatrices. Incluso esos momentos en los que el autor de Bandido, Sevilla o Bambú parece resquebrajarse ante la cámara, son de una calculada impostura para la galería.

En su estructura narrativa vinculada a las etapas y casas de una vida, de Villa-Paz a México, Bosé renacido no deja de ser un vehículo autopromocional en circuito cerrado sobre quien ya sabe que tiene que ganarse el pan lejos de los estudios de grabación y los escenarios, una nueva operación de marketing y falsa intimidad revelada en torno a uno mismo y pieza de un relato transmedia (serie de ficción, libro, serie documental, entrevistas en prime time) al que añadir nuevas entregas o material adicional pulido de aristas, contrastes y verdades verdaderas (por ejemplo, sobre su carrera musical, que hubiera sido lo deseable al fin y al cabo). Más que a un renacimiento, asistimos a una impúdica autobeatificación entre un coro de voces amigas consensuadas y una palmaria ausencia de verdadero trabajo documental.